El profeta de Macondo: Gabriel García Márquez


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Estudiando en Estados Unidos, mi profesora de Finanzas Internacionales me decía una vez: “ustedes los latinoamericanos tienden a escribir como si fueran Gabriel García Márquez” y cuando me lo decía hacía el énfasis propio del inglés en la e de Márquez y se oía Marquiis. La observación me generó curiosidad y le pregunté por qué decía eso, sabiendo que ella era alemana que se había convertido en profesora de Economía en New México y me dijo: “yo lo he leído y me impresiona lo florido de su lenguaje, es impresionante la profundidad de sus palabras” y remató: “es una obra increíble”.

Juan José Narciso Chúa


No daba credibilidad a lo que me decía, pues no dimensionaba con propiedad, la universalidad de El Gabo, me sentí con orgullo ajeno, a quien conocí únicamente por su literatura.

Sabía de Gabriel García Márquez desde 1980, pero no había comprado ningún libro de él, sino hasta 1982 cuando le otorgan el Premio Nobel de Literatura. Por azares del destino estaba en Chicago e inmediatamente me dirigí a una librería.  No se me olvida, compré Cien Años de Soledad, La Hojarasca y La Mala Hora y me los devoré, como si se fueran a desaparecer.  Me prendí desde ese momento de sus novelas, creo que no dejé de comprar ninguna de ellas e incluso leía sus artículos en la Revista Cambio de Colombia, en donde escribía una especie de cuentos cortos, que lo mantenían pegado al texto, lo llevaban por la trama de una manera fácil y siempre sus finales eran inesperados.

En estas primeras novelas, aprendí a meterme a su lenguaje, reconocí muchas facetas de una realidad que él pintaba en su realismo mágico, pero eran idénticas a nuestra realidad guatemalteca.  Me impresionó la trama de La Hojarasca con los pasquines que aparecían de la nada y todo el mundo esperaba en Macondo.  Me dejó una sensación tan intensa toda la trama de Cien Años de Soledad y el desarrollo de la familia del Coronel Aureliano Buen Día.  Reconocí en el Macondo, cualquier pueblo o aldea de Guatemala, con sus líneas del tren prácticamente sin uso.

Cuando leí los Funerales de la Mamá Grande, entendí la forma de expresar la presencia de transnacionales avasalladoras y monopólicas.  Me divertí enormemente con la Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada. Cuando terminé de leer El Coronel no tiene quien le escriba, se me quedaron para siempre esas frases finales, cuando la esposa le dice al coronel, quien insistía que su gallo ganaría, y ¿qué pasará si el gallo pierde?, ¿qué vamos a comer? Y él responde contundentemente: mierda.

Cuando leí El Amor en los Tiempos del Cólera, pude comprender aún más su obra y su lenguaje, esta obra para mí pudo haber sido la segunda en categoría e incluso la primera, cómo consigue recrear la vida de dos personas que se enamoran, se aman y luego se casan con diferentes personas, pero el amor continúa a pesar del inexorable paso del tiempo y se juntan en su vejez.

Pero tengo que decir, que uno de los libros que más me gustó de Gabriel García Márquez, fue su autobiografía: Vivir para Contarlo, un libro de anécdotas de vida, contadas con un humor propio donde el pasaje de Nigromanta, como él llama a una dama, es sencillamente magnífico, todavía lo cuento y todo el mundo ríe de la vivencia.  Igual, la frase que habla de cantar como una expresión del alma y la otra cuando se refiere a la senectud y dice: “La vejez es un contrato para la soledad”.

Cuanta vida, cuanta magia, cuanto legado de literatura y capacidad de escribir nos dejó el gran Gabo.  Un sincero homenaje a su vida, pues su herencia está asegurada, es universal y para todos.  Hasta siempre Maestro Gabriel García Márquez.