El Profe; muerte de un maestro


En el barrio de la 6ª. calle y Avenida Elena -puro Centro Histórico- allí­ donde viví­a Turcios Lima, antes de ser el guerrillero de los sectores populares y sigue vigente la cantina La Primavera, donde tomaban copas Quiroa, Marco Vinicio Mejí­a y Canel -afortunadamente no se habí­an enojado- y El Profe compartí­a la cotidianidad académica y etí­lica con diversos parroquianos a los que, con paciencia, les explicaba los textos de Canel. Así­ se llamaba este personaje guatemalteco que se levantaba con el recuerdo del Dr. Juan José Arévalo, desafortunadamente no lo conoció Garcí­a Márquez, aunque también se le ubicaba como Eduardo Cáceres Ruiz. Un maestro de los de antes. Forjador de juventudes, dirí­a su abuelo, el que nunca encontró un barco en Guatemala para unirse al Quinto Regimiento, en España, y conocer a Tina Modoti. Eduardo también se interesó por ella y en el bar de Poncho gritaba ¡Viva Arbenz y Julio Antonio Mella!

Carlos Cáceres
ccaceresr@prodigy.net.mx

Eduardo no sólo era El Profe. Bullí­a en él la pedagogí­a, aunque tardó veinte años en titularse. Pero lo hizo. Esa es la razón por la cual celebraba todos los dí­as en La Primavera, la cantina de Alfonso Flores, donde el Comunicaciones tiene más prestigio que el Real Madrid. Es el único bar de Guatemala donde está prohibido hablar de otro equipo de futbol. Allí­ en la barra el Cohete Mendoza -extremo izquierdo del Comunicaciones- hizo entrega solemne de su camiseta, la cual estuvo expuesta varios años en las paredes del bar, hasta que se la robó un bolo cuando Poncho y bebedores salieron corriendo cuando un temblor casi destruye el edificio.

El Profe presentó su tesis de Licenciatura en Pedagogí­a y Ciencias de la Comunicación en la facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Sus hijos también se graduaron allí­ Se llama Importancia de la actualización del reglamento de evaluación del rendimiento escolar en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Su asesor fue el Lic. Mario Alfredo Calderón Herrera. Dí­as antes de este acontecimiento dio a conocer en La Primavera este hecho. Nadie de los asistentes entendió los enunciados pedagógicos de El Profe pero todos y todas lo felicitaron. Posiblemente sea esta la razón por la cual nadie le llamó El Lic o El Licenciado. Siguió siendo El Profe; es decir, un ser humano entrañable inmerso en la modernidad guatemalteca. Parece increí­ble pero nunca le hizo mal a ningún guatemalteco. Caminaba en las calles de la zona 1 con su humor a cuestas y, sin ser religioso -creo que nunca lo fue- desparramaba cordialidad, amistad, ternura y don de gentes.

Con Mario Torres pudo ampliar en el Ministerio de Educación su especialidad en lo referente a la coordinación de colegios privados. Con honestidad y eficiencia. Sin escándalos. Y estuvo hasta el final con Torres. Apoyándolo con lo que Eduardo sabí­a hacer: el arte de estar inmerso en la educación del paí­s y luchando por su Guatemala, a la que llevaba adentro de su alma. Por esta razón, fue profesor en diversos municipios y tuvo problemas cuando se negó a incorporarse a las Patrullas de Autodefensa Civil cuando dirigí­a un instituto educativo en Rabinal.

Eduardo creí­a en la disciplina ejercida con racionalidad, pero este hecho no era obstáculo para que expresara en cualquier lado que la educación es práctica de libertad. Leyó a Freire y pedagogos modernos, pero se nutrió en la acción diaria como docente en el campo y en la ciudad. No perteneció a ningún grupo armado, desarmado o por armarse, pero su pensamiento democrático lo ejerció plenamente como dirigente sindical del magisterio -donde nunca aceptó dádivas- y murió con la honestidad al lado de su cama. No tuvo casa propia o viajes al extranjero.

En El Profe siempre hubo esperanza y dejó atrás el desaliento. Fue amigo con sus amigos y repetí­a el texto de Gabriela Mistral: «Bendito mil veces porque me hiciste Maestro, porque si mil veces naciera mil veces Maestro fuera. Posiblemente sea yo el que no recuerde bien el enunciado de la premio Nobel. Pero me queda claro que hombres como El Profe no mueren, tan sólo cierran sus ojos y se quedan velando.