Álvaro Uribe, en su afán de derrotar a quien fuera su delfín en la presidencia, hizo uso de cualquier recurso para desprestigiar el proceso de paz colombiano y recurrió a la crítica del proceso de paz de Guatemala como último y desesperado recurso. Uribe, por supuesto, no conoce a fondo lo que ocurrió en Guatemala y no entiende que nuestro problema de hoy no es consecuencia de los Acuerdos de Paz, sino del incumplimiento de esos acuerdos porque el contubernio entre las llamadas partes, Gobierno y guerrilla, enterró la parte sustantiva de lo que se había negociado, dejando todo como un simple cese al fuego que abrió espacio político para que los comandantes guerrilleros candidatearan a puestos públicos.
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El proceso de paz de Guatemala fue serio y profundo, abordando las causas del conflicto armado interno que desangró al país. Pero también fue llevado de mala fe por las partes que no honraron su compromiso con el cumplimiento de los acuerdos. Para la guerrilla cerrar la lucha con su pase a la política tradicional fue suficiente y para el Gobierno y el ¡status! que representaba bastó una reforma constitucional fallida, en la que deliberadamente mezclaron sebo con manteca para evitar que la consulta popular la ratificara, a fin de dejar las cosas como estaban, como le han funcionado tan bien a los grupos que han dominado al país históricamente y que hubieran visto un cambio trascendente si se aprueban los Acuerdos de Paz.
Si alguna voz de alerta hay que darle a los colombianos es sobre el peligro de una paz que no tenga sustento en acuerdos que tomen en cuenta las causas directas del conflicto armado interno. Una paz que se cifre en un simple cese al fuego no es una paz firme y duradera, como no lo fue la nuestra porque no hubo voluntad política ni de las partes ni de la sociedad para hacer efectivos los compromisos que apuntaban a enmendar las deficiencias que fueron causa profunda de nuestra confrontación.
Nada se cumplió, ni los acuerdos en temas económicos y sociales, ni lo que tenía que ver con la reconciliación. La prueba es que hoy estamos ideológicamente más confrontados de lo que estábamos durante el conflicto y el macartismo que hoy se vive en Guatemala es peor que el que se vivió en los años cincuenta. Hoy en día quien habla de derechos humanos es calificado de terrorista y quien clama por justicia es vilipendiado porque aquí no creemos en la justicia sino únicamente en la venganza.
Pero nada de ello es culpa de la negociación de la paz, sino del incumplimiento de los acuerdos que fueron suscritos y que terminaron en puro papel sin que la sociedad los hiciera suyos y sin que los políticos volvieran a recordarlos. Acuerdos que iban a la raíz del problema y que en su momento fueron señalados como ejemplares porque no se quedaron en la superficie de los problemas del país.
Los colombianos tienen por delante un proceso de paz interesante en el que pueden dar pasos muy serios si no se quedan en la periferia, como pasó al final en Guatemala. Y la derrota de Uribe y su candidato es un espaldarazo a la búsqueda de la paz.