Desde hace años el transporte colectivo es un problema, que semeja un laberinto. Sea urbano, extraurbano o pesado. Constituye, por consiguiente, una brasa que va de mano en mano de autoridades a la cabeza, a cada cierto tiempo. Problema serio, en tanto sólo paliativos tenga, distante de un arreglo definitivo.
jddrojas@yahoo.com
Lo último es relativo, según experiencias de sobra conocidas, en perjuicio de los usuarios, además de otros sectores, y por ende del país. Con pérdidas millonarias cuando hay paros de cualquier índole. Hace falta voluntad política de parte de grandes grupos inmersos en el sistema aludido.
Todo demuestra que la completa solución de este problema tiene que ver con el deseable entendimiento. Sin embargo, hasta el momento prevalecen posiciones en pugna. Unos pocos esgrimen criterios recalcitrantes que entorpecen los acuerdos entre las partes, generando dificultades a la enorme mayoría.
De consiguiente, vemos cómo durante los paros en mención los usuarios en general viajan en condiciones de extremo peligro y en deterioro de sus magros ingresos. Como quiera que sea está en el filo de la navaja un aumento desmedido que condicionan «empresarios» y pilotos, así de sencillo en época de vacas flacas.
Otras salidas representan mayúsculas expectativas, a causa del imparable aumento del petróleo y sus derivados, léase combustibles por las nubes. Hay proyecto de poner a funcionar tarjeta prepago, a modo de subsidio directo a los usuarios, a través del mecanismo indicado en estos mismos renglones.
El pretendido aumento al valor del pasaje del transporte urbano mayormente, constituye un considerable porcentaje, en menoscabo del presupuesto familiar cuesta abajo. Un golpe explosivo por cuanto los sueldos y salarios están estancados. Quienes hacen uso de varios buses en cada viaje, es obvio resultarán tronándose los dedos.
Virtualmente el problema y su posible solución crea falsas expectativas, además, el obligado compás de espera, mientras tanto el ambiente se torna por demás tenso. Ojalá al final de cuentas que no sean las del gran capitán, la cuerda no se rompa por el lado más débil, procedimiento repetido muchas veces.
En otras épocas el alza al pasaje urbano representó un icono, generador invariable de protestas callejeras, agravadas por disturbios y violencia aguda. Quema de unidades entre actitudes airadas del populacho y elementos infiltrados siempre de crítico actuar que se traduce en vandalismo temible.
Hoy en día nuestra sociedad tan fraccionada, da a entender cada vez cuánto de fácil reacciona de peligro por «quitenme de ahí esas pajas», y por lo tanto están alejadas del entendimiento de uno y otro lado las partes. Hay tendencia notoria a polarizar las acciones, a extremo de convertirse en auténtica piedra de choque.
Es infructuoso sentarse frente a la mesa de discusiones; con ánimo de l1evar a cabo un diálogo infructuoso, se ven fallidos los intentos y, asimismo, arribar al ansiado acuerdo. Mucha tensión imposibilita por completo la esperada avenencia, a pesar de fracasos en las intentonas aquí y allá.
Los empresarios argumentan ya no serles rentable el negocio; en la actualidad son los pilotos los que operan, dándoles una cuota a los patronos. Pero los superelevados precios del diésel colocan en situación desequilibrada el caso. Al momento de escribir estos renglones estaba pendiente la decisión final de este rompecabezas.