Esgrimiendo el argumento del terror, Karl Rove condujo al Partido Republicano y a George Bush a un fácil triunfo hace cuatro años para reelegirse y, de paso, logró que el gobierno recibiera una especie de cheque en blanco porque so pena de ser calificados de poco patriotas, los ciudadanos norteamericanos dejaron de cuestionar el comportamiento de sus autoridades ejecutivas y fueron aceptando todos los excesos cometidos sin mayor reflexión. Al fin de cuentas, en el enfrentamiento contra Kerry se le dijo a los electores que Bush era el hombre calificado para actuar con carta blanca en la conducción del país.
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Y de esa cuenta viejos valores norteamericanos valieron madre, entre ellos el respeto al debido proceso y las garantías civiles. No sólo se espío libremente y sin orden de juez sino que se autorizó la tortura como instrumento clave de la «seguridad nacional». A todo esto la mayoría de norteamericanos, siempre respetuosos de la ley y devotos de su Constitución, fueron apechugando porque la retórica de la derecha religiosa era tan virulenta que pintaba como traidores a la patria a quienes atacaban a esa nueva forma de presidencia a imperial.
Y cuando no hay pesos ni contrapesos en el ejercicio del poder, ocurren desmadres que pueden inclusive ser fatales. En el mundo de los negocios fue evidente que el gobierno era complaciente con los grandes ejecutivos que podían saltarse las trancas de la regulación porque la misma dejó de ser pieza clave de la relación con el Estado. Y el tema cayó en la trama de esa enorme conspiración del silencio impuesta por la propaganda del terror que pintaba como enemigo de la democracia y del sistema a quien criticara al gobierno. Hay una ley no escrita que en tiempos de guerra no se ataca a las autoridades nacionales y en ese marco la misma prensa fue tolerante y poco crítica de los desmanes cometidos. Ni siquiera hubo énfasis real en discutir la justicia de la guerra, sino que se asumió que metidos en el conflicto lo más patriótico era no atacar al gobierno.
Hoy Estados Unidos vive una de sus horas más difíciles, puesto que no sólo su fuerza militar se encuentra atrapada y minada por una guerra caprichosa, sino que su poderío financiero se esfuma. Culpar únicamente a Bush del problema es no entender la dimensión del mismo, puesto que al fin de cuentas tan culpable es el Ejecutivo como el Congreso que avaló la guerra y la sociedad que no supo objetar la conducción política del Estado. Pero no puede obviarse la responsabilidad de la prensa que, en su gran mayoría, abrazó la misma causa del terror, sobre todo en las radios y en algunas cadenas de televisión que fueron devotas defensoras del guerrerismo de Bush.
Y mientras eso ocurría, los ejecutivos, los CEO de muchas empresas especialmente financieras, hicieron de las suyas sabiendo que al tener aliados en la Casa Blanca podrían manipular cifras, especular con el dinero ajeno y enriquecerse sin que los mecanismos de control fueran a funcionar.
Queda por ver si el esfuerzo de republicanos y demócratas anoche en el Senado sirve para contener el desastre, extremo que muchos economistas dudan seriamente. Pero obviamente era peor quedarse viendo el descalabro sin hacer nada, pero ojalá la gente entienda que nunca más debe dar a un presidente un cheque en blanco…. Ni en Estados Unidos ni en ninguna parte del mundo.