El preservativo femenino es una vaina lubricada usada por la mujer dentro de su vagina durante la relación sexual. Puede ser de poliuretano o de plástico. El preservativo femenino actúa como barrera frente a los espermatozoides y a las enfermedades de transmisión sexual, pues cubren y protegen completamente la vagina. El preservativo femenino tiene dos anillos, uno a cada extremo. Un anillo está en el extremo cerrado de la vaina o preservativo, y se coloca en el interior de la vagina. El otro anillo, está en el extremo abierto del preservativo o vaina, y se coloca en el extremo exterior de la vagina. En la cara interna del preservativo femenino hay un lubricante con base de siliconas, pero hay otro lubricante adicional que viene con el preservativo. El preservativo femenino brinda protección frente al embarazo y en menor grado frente a las enfermedades de transmisión sexual.
La anterior definición e instrucciones se pueden leer en el empaque de uno de estos preservativos que se haya al alcance de quien los necesite en sociedades con sobresalientes índices de salud sexual y reproductiva, de hecho su precio es bastante accesible, alrededor de tres dólares. Este no es el caso de Guatemala, donde lo que está al alcance desde hace relativamente poco tiempo es solamente el condón masculino. En Irlanda por ejemplo hasta los años setenta, el condón era ilegal. Esta es la tierra en la que las mujeres en general quieren tener un promedio de tres a cuatro hijos, y los hombres por su lado no se cuestionan la cantidad, ni mujeres ni hombres se preguntan si quieren ser padres o madres, ambos se abalanzan en la inercia reproductiva y hay quien defiende que tener hijos es la clave para realización de toda mujer. En estas latitudes el 50 por ciento de las mujeres tienen hijos antes de los 19 años y el 20 por ciento ya ha tenido dos antes de los 18. No es esta una Guatemala joven que vanagloriar, sino una juventud que trunca sus mejores años lo que hay que lamentar.
Las razones de esta realidad se mezclan como un coctel de perverso sabor amargo en los que el Estado y la Iglesia resaltan como corresponsables, el mercado por su lado se adapta y se hace de la vista gorda ante los valores que imponen el hábito de consumo, los demás toman la bebida en dosis letales y aletargantes. En primer lugar se impone el fundamentalismo religioso que a través de la diversidad de sus iglesias, implanta sutilmente la fe del sistema culpa-expiación, reprimiendo el placer sexual y fortaleciendo la función reproductora de la mujer. Estos valores se amalgaman perfectamente con el sistema patriarcal imperante que dispone en todo caso, la protección del hombre en el acto sexual y no la de la mujer; tanto nosotros como ellas deberíamos tener la prerrogativa de un artilugio de estos. Pregunto, ¿no sería más fácil para una madre o un padre decirle a la hija que utilice un preservativo propio que instruirle para que ella persuada a su pareja, a que se ponga un condón masculino? Bajo este esquema somos los hombres los que tenemos la prerrogativa de decisión sobre la mujer, en relación a la protección.
El andamiaje estatal del sistema de salud no garantiza ni la vida, menos lo hará con servicios de salud sexual y reproductiva. El sistema de educación formal, bastante impregnado de los valores cristianos autorrepresores de una sexualidad sana, tiene el terreno perdido en este campo, rebasado por Internet y demás hierbas electrónicas, así como insertos panfletarios en los diarios al estilo de Vía Libre y demás pasquines, que son la fuente de aprendizaje inmediato de los jóvenes que se preguntan sobre sexo.
Finalmente, este brebaje de precariedad queda completado con la doble moral que retrae al mismísimo mercado para impedir la expansión de la producción a gran escala de este tipo de productos, como sí se hace con miles de otras mercancías que sacian el hambre consumista. En fin, qué se puede esperar de esta tierra donde la iglesia evangélica declara al Presidente embajador de la paz; es el lugar donde crecen los nietos de la oligarquía que exige disculpa al Gobierno en actitud retadora con aires de supremacía patronal, es el mismo país con el índice más alto de fecundidad adolescente en Centroamérica, con niñas que a los 10 años son madres. Es la tierra de nunca jamás.