Ha existido siempre un pozo que ha estado custodiado por un terrible animal peludo, alto, gordo, feo y apestoso. El agua del pozo era un misterio; sin embargo, muchos le atribuían cualidades inmortales y sobrenaturales. Algunas veces la ofrecieron como el mejor afrodisíaco por Internet, en lugar del viagra. Muchas leyendas se hablaron de este pozo. Pero nadie podía asegurarlas. Muchos fueron a tratar de beber de ese pozo, pero al ver al terrible monstruo, huían sin paciencia. El monstruo, por cierto, hacía muy bien su trabajo. Cuando veía algún visitante extraño, rugía. Al final muchos no esperaban más y se iban.
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Lo que no saben esas personas, es que el monstruo es completamente pacífico. Es cierto, le afecta lo feo, lo apestoso, lo monstruoso, lo (qué le molesta a usted: eso tiene el monstruo). En fin, había alguien que siempre regresaba porque le daba curiosidad ver el pozo de lejos. Estaba hecho de piedras transparentes; de colores, pero transparentes; la soga estaba hecha de infinitos cáñamos finísimos teñidos de dorado; el que hizo el nudo era sin duda un experto. El pozo tenía una sombra, hecha del material más fresco para evitar que el agua se calentara. ¿Y el agua? Nadie sabía cómo era el agua. Pero, este monstruo, al ver que los intrusos llegaban y llegaban, y cuando llegaban ¿qué se yo? Mil veces, los reconocía y les tomaba confianza (incluso cariño). Permitía que se acercaran; al ver un conocido, se sentaba a la sombra de un sauce, a unos veinte metros del pozo, y leía poesía, para que viera el intruso identificado, que era un monstruo culto, amable, sensible, aunque no se le quitara lo apestoso. Vieran la alegría que sentí al ver que el monstruo me permitió pasar. Sin embargo, antes de ir a beber agua del pozo, me acerqué al monstruo y me di cuenta de que era tan bello como el pozo. Me hice muy amigo de él. Hasta le permitía que fuera a espantar a los intrusos desconocidos, y luego nos reíamos del pobre diablo que salía corriendo. El pozo, ¿qué pasó? Pues, bien. El agua del pozo tenía la característica que, entre más bebías, más sed tenías. Y tomabas y tomabas agua y más querías agua. Lo único malo era que para sacar agua era dificilísimo. La polea, que era una polea perfecta, en su perfección no tenía fricción y cada vez que jalabas de la cuerda apenas tirabas un centímetro de cuerda. Pero el agua era hermosa. Cuando ya faltaban algunos metros, empezabas a ver cómo los cristales empezaban a reflejar sus colores y era hermoso. Sobretodo los días en que los cristales se ponían de lila y azul. Cuando veías el agua, tu boca empezaba a salivar.
A pesar de que era cansado, siempre seguía yendo. El monstruo, me decía que otras personas, para evitar jalar y jalar la cuerda, se tiraban de cabeza. Eso sí, nunca regresaran. Me despedí, pues, de mi buen amigo el oloroso y me tiré: «Cuida bien de mi alma, monstruo cerote. No permitas que alguien se acerque tan fácil».