El poncho momosteco, patrimonio cultural


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En acuerdo ministerial firmado el 20 de diciembre del año pasado, de la administración anterior, pero publicado hasta esta semana, la cartera de Cultura y Deportes declaró el proceso de elaboración de los ponchos momostecos, así­ como su tecnologí­a tradicional, como patrimonio cultural de la nación.

POR MARIO CORDERO íVILA

Aunque el poncho momosteco siga siendo un producto habitual, sobre todo en mercados frecuentados por turistas, la elaboración tradicional de éste se ha ido perdiendo, sobre todo por los costos, los cuales tienen que irse reduciendo ante el avance de otros productos similares más baratos, por la utilización de materiales sintéticos.

La elaboración de estos productos se remonta en el siglo XIX, en Momostenango, que presenta las condiciones climáticas (frí­o) y de producción (cuidado de ovejas, árboles de alisos y encinos, así­ como el cardo santo) para su elaboración.

Sin embargo, el proceso de elaboración es sumamente tardado y complicado, situación que ha hecho que las jóvenes generaciones no se interesen. Además, el mercado local se ha ido reduciendo debido al avance de las mantas elaboradas con materiales sintéticos, provenientes, sobre todo, de México.

Pese a ello, el poncho momosteco continúa siendo una artesaní­a muy cotizada, especialmente en el mercado internacional, debido a su calidad, duración y por sus diseños que no dejan de ser, incluso, surrealistas, al ojo del turista estadounidense o europeo.

Según cuenta la historia, el mismo Pablo Picasso dormí­a con un poncho momosteco, ofrecido por el poeta quetzalteco Jaime Sabartés, amigo personal del artista español, en un detalle descubierto por el poeta maya-k’iche’ Humberto Ak’Abal, al ver una fotografí­a; él no podí­a dar crédito a lo que veí­an sus ojos, el poncho momosteco parecí­a mezclarse, a tal punto de parecer similar, a los cuadros cubistas.

Pese a este detalle que podrí­a sonar interesante, el poncho momosteco incluso ha ido perdiendo esa estética surrealista-cubista de antaño, y los “muñequitos” con sombrero se han ido, para dar paso a diseños más uniformes, con lí­neas y rombos, y dar paso a colores más vivos, para lo cual se hace uso de tintes y añelinas.

Pero hoy dí­a, el proceso de elaboración de estos ponchos está en caí­da libre. Según estimaciones, en Momostenango, apenas el uno por ciento de la población se estarí­a dedicando a elaborar estas cobijas del modo tradicional.

PROCESO

Y es que precisamente lo que el acuerdo ministerial busca proteger es el proceso tradicional de elaboración. Esencialmente, éste inicia desde la obtención de la lana y su teñido, proceso el cual los artesanos han dejado en manos de los expertos. Es decir, actualmente, los que elaboran los ponchos ya no tiñen las lanas.

Según el tamaño del poncho, éste puede requerir entre diez y treinta libras de lana pura; la enorme diferencia es que los productores se han tenido que habituar a los nuevos “estándares” de cama, y ya no basta con elaborar ponchos para una o dos personas, sino que han tenido que hacerlos según los tamaños imperial, semimatrimonial, matrimonial, queen y king size.

Las lanas se encuentran en colores naturales como negro, blanco y gris. Sin embargo, por los nuevos requerimientos, sobre todo de compradores extranjeros, también se requieren otros colores. Algunos pueden realizarse con tintes naturales; por ejemplo, los colores morado y café se elaboran con tinte natural del palo de aliso, mientras que los colores beige se elaboran con tinte natural del encino. Pero para obtener colores rojos, amarillos o azules, son necesarios la añelina o tintes naturales.

 Ya con la lana teñida, inicia el proceso de desmadejado, con el cual interviene la primera máquina que entrarí­a dentro de la producción que ahora está bajo protección. Con una rueda, se le da vueltas para separar todo el hilo de lana, hasta separarlo y tenerla lista para utilizarla.

Después, con el telar, inicia el proceso de elaboración. Las manos de los artesanos se han vuelto hábiles para ir mezclando los hilos de colores, sin confundirse entre las decenas de madejas del telar. Entre las dificultades de este proceso, está la de crear el diseño, ya que en muchas ocasiones ya no se venden las estampas tradicionales, y actualmente es más viable vender ponchos a rayas, o bien con sí­mbolos mayas. El tradicional muñequito de sombrero, que se tomaba de la mano con otro similar, se está perdiendo.

Simbólicamente, estos muñequitos entrelazados simbolizaban la unión de los pobladores de Momostenango, que trabajaban unidos en la elaboración de estos ponchos. Parece sintomático que cuando la mayor parte del pueblo ya no se dedica a esto, estén desapareciendo, también, estos signos colectivos.

Una vez terminado el proceso del tejido, con un cepillo ancho, elaborado con cardo santo, se inicia el inicio de felpado (pelpado), y que consiste básicamente en suavizar la tela, y eliminarle un poco las púas que al contacto pican ligeramente al friolento, pero que tarda poco en acostumbrarse.

Lo más difí­cil viene después. La comercialización del producto se complica por la competencia de la frazada mexicana, elaborada con telas sintéticas, algunas con diseños del personaje de moda, o con colores uniformes y vivos. Y, sobre todo, mucho más barata.

En la carretera de Momostenango, aún es posible ver a los productores extendiendo sus ponchos para ofrecerlo a los viajeros. En el regateo, quizá el vendedor se vea obligado a rebajar hasta 50 quetzales su producto.

MERCADOS

La venta se vuelve un poco más fácil en locales fijos de los mercados; sin embargo, el público objetivo de éstos se enfoca más en el extranjero, quien no regatea, pero que también es el más escaso.

Abraham Pérez es un comerciante que desde hace 30 años ofrece ponchos momostecos en el Mercado Central, de la zona 1 capitalina. Entre sus productos, un poncho puede llegar a costar hasta Q250.00, por lo que no es tan fácil vender varios ponchos en un solo dí­a, a menos que un turista llegue para llevarse varios, para comercializarlos en el exterior.

A pocos metros del local de don Abraham, sobre la 8ª.calle y avenidas aledañas de la zona 1, los comercios de telas ofrecen mantillas realizadas con poliéster y con tela “polar”, que ofrecen un costo menor, y con buenas condiciones para ofrecer calor.

La diferencia consiste en que un poncho momosteco puede llegar a durar hasta 30 años, mientras que un poncho sintético, cinco.

COSTOS

Debido a la decadencia del negocio, los productores de ponchos en Momostenango han ido cambiando sus hábitos de producción, sobre todo en lo que es más costoso.

Para abaratar los costos, una tendencia que han tomado es que el poncho no se realiza con cien por ciento de lana, sino que se comparte con el algodón, alcanzando la mitad del material.

Asimismo, se está eliminado el proceso de teñido, que si bien no es costoso, pero sí­ tardado, y se ha optado por algodón ya teñido, o bien optar por tintes sintéticos.

Y, por último, como ya se ha resaltado, la eliminación de complicados diseños, que han dado paso a simples rayas, si no es que, dentro de poco, se opte por un solo color liso y uniforme.

El acuerdo ministerial, número 1201-2011, expresa, en su artí­culo tres, que el Instituto de Antropologí­a e Historia, de la Dirección General del Patrimonio Cultural y Natural del Ministerio de Cultura y Deportes, debe, en el plazo de tres meses, emitir las reglas de protección, defensa, investigación, conservación y protección del proceso de elaboración de ponchos momostecos. Y como medida de protección, se solicita crear un manual o documento que registre la elaboración tradicional de los ponchos para su conservación y que no haya alteraciones en la manufactura de los mismos que desvirtúen el proceso de creación.

Sin embargo, habrí­a que cuestionarse si no es necesario que, además de ello, haya ciertas medidas como la promoción en el interior del paí­s y en el extranjero de los beneficios de los ponchos en relación a su costo y calidad; o la facilitación de créditos para productores, o la creación de escuelas-taller para la transmisión. Porque las ideas se concretan en el plano material, y no sólo en el espiritual, ya que un simple manual, más que para conservar, podrí­a servir para recordar, en un futuro, como se hací­an esos picantes, pero sabrosos ponchos momostecos.

El poncho momosteco, patrimonio cultural