Por cuestiones de trabajo me tocó salir esta semana del país. En el aeropuerto, esa cacareada obra que al parecer quedará, por esos compromisos de amigismo y complacencia clientelar, inconclusa; me encontré con un amigo al que le había seguido la pista desde de lejos, pero que no había tenido la ocasión de saludarle personalmente durante mucho tiempo. En el aeropuerto, decía, me encontré con Juan Morales Gavarrete. í‰l y su familia a un viaje vacacional de fin de año.
En la conversación, como suele suceder cuando las personas que se han dejado de ver por algún tiempo, conversamos de todo y nada fue concluyente. Una rápida vista a los principales sucesos que a ambos preocupa en medio de la plática y luego un gesto de él hacia mí muy especial, simbólico y valioso. Me obsequió dos de sus últimas producciones literarias. Una en prosa y la otra en poesía.
í‰l ha sido un prolijo y acucioso investigador del Derecho Agrario. Quetzalteco, para más señas oriundo de San Juan Ostuncalco, la tierra del mimbre y otras artesanías, inclusive bebibles. De ese mágico lugar que es una puerta hacia la boca costa de ese occidental departamento; de ahí, supongo, proviene su sed por la poesía y su gusto por el cultivo de las letras. Su pasión por la belleza, de la naturaleza, del entorno, de la mujer.
Y de pronto, al escudriñar las páginas de sus cotidianas añoranzas y descripciones, sucedió lo que ha de suceder cuando la experiencia personal trasciende y se torna universal, es decir que se comparte. En sus fragmentos, encontré identificación, coincidencias. Sus palabras eran mías y sus vivencias, sus dolores, sus anhelos, sus fantasías, también eran la descripción de las mías. Despertó el poeta que llevamos dentro. O para mejor decir, el que creo yo llevar dentro.
Así, de pronto hoy no me he querido referir a esa tragicomedia que se ha vuelto la pretensión indemnizatoria que con tanto afán ahora esconden los legisladores. Tampoco a la aparente cacería de la que han sido víctimas algunos de ellos, con razón o sin razón, ese tema es para otro momento. No me he querido referir a esa falta de capacidad coercitiva del Estado para impedir los abusos (de nuevo) de los pilotos del transporte colectivo, que desesperados por los salarios de hambre que devengan, se la cobran en contra del desprotegido usuario que ha de caer «muerto» ante sus pretensiones o no llegar a su destino. He dejado de lado, la habilidosa campaña de los traficantes de adopciones, a pesar de su palpitante actualidad. No, hoy, sólo este párrafo para decir lo que no he de mencionar.
Hoy quiero dejar constancia de ese aporte poético de Juan. Me estimuló la lectura de sus reflexiones. De esa poesía que sin guardar el rigor de las rimas, conjuga sentimientos y los transmite con franqueza. De esa capacidad para encerrar en cuatro líneas una profunda reflexión que nos recuerda un amor imposible, un amor desgarrado, una relación quimérica, un sueño hecho realidad o un dolor intangible pero certero. De esa síntesis que es la suma de nuestros recuerdos con sus confusiones, sus anhelos, sus fantasías, sus frustraciones. De la esencia de lo humano pues. Del dolor, de la alegría, del amor y el desamor. Del llanto y la risa. De la pasión y la indiferencia. De la indulgencia y de la intolerancia. De la vida misma. De los adioses y de la muerte.
Alguna otra vez, más pronto quizás, habré de citar algunos pasajes de su poética obra. De esa poesía que simplemente cautiva porque uno se siente reflejado en las cuartillas en las que está conformada la versión impresa. Quizás porque con el transcurso de los años, vemos que no es banal haberse dejado sucumbir por la tentación de una vivencia que al evocarla, aún cautiva al corazón y trastoca los recuerdos más allá de la razón.
No lo dudo, todos llevamos inmerso en nuestro ser la magia de nuestra vida misma, más aquí que tan fácilmente nos la arrebatan. Es la poesía de nuestra existencia. La diferencia es que hay algunos como a Juan, que se les hace más fácil expresar lo que a otros nos cuesta encontrar en la relación espacio-tiempo, para poder apartarnos de nuestra rutinaria vida laboral y darnos a la tarea de escudriñar dentro de nosotros mismos para exteriorizar lo que contemplamos de la grandeza que notamos en la naturaleza que nos rodea. Gracias amigo Juan, adelante y hasta la próxima producción que seguro, pronto encontrará el ambiente oportuno para aflorar.