El mundo –nuevamente– es un polvorín. La culpa la tiene una producción de un audiovisual, hecho por un norteamericano que irrespetuosamente denigra a Mahoma. Es una producción provocadora. Este audiovisual, es un claro ejemplo del poder explosivo que tiene la comunicación: así como duerme a las masas, también las despierta. Así como las convierte en autómatas consumistas, en figurines de pasarela… puede excitar la ira de todo un pueblo, hasta llevarlo a cometer atrocidades.
Hoy por hoy occidente, la comunicación publicitaria y masiva es usada como morfina, para adormecer las conciencias; para uniformar el pensamiento… en el otro lado del mundo, el solo anuncio de mostrar el rostro de Mahoma, ha degenerado en actos por lo demás violentos y una escalada de odio que se riega con pólvora. Explosiva combinación. Por eso, las palabras e imágenes pueden ser mortíferas armas y en manos de locos, pueden convertirse en instrumentos de odio. Siempre han sido utilizadas como instrumentos de poder, pero en estos momentos su impacto es amplísimo, es global. De allí la importancia ética de su manejo.
En el mundo oriental, hoy millares y millares de musulmanes protestan porque ha sido vituperado uno de los elementos más valiosos de su vida: han manoseado a Mahoma. Y este video, lo hace con alevosía y ventaja. ¿Intencionalmente? No se sabe, pero ha logrado lo que ni siquiera Bin Laden hizo: unir a toda una cultura (que abarca decenas de países) contra occidente, que los musulmanes representan a este lado del planeta, como el pueblo de Estados Unidos de Norteamérica, generalización también muy equivocada. ¿Es el inicio de la Tercera Guerra Mundial? Nadie lo sabe, pero hoy por hoy, la paz mundial está en peligro. Yo no creo que se justifique el uso de la violencia para protestar de esta forma, pero entiendo su malestar.
El Dr. Jorge Majfud de la The University of Georgia (Cultura del Odio, 2006) dice en “Pedagogía universal de la obediencia: antes se sintetizaba la frase la letra con la sangre entra. Este era el soporte ideológico que permitía al maestro golpear con una regla a los malos estudiantes. Cuando éste lograba memorizar y repetir lo que el maestro quería, cesaba el castigo y comenzaba el premio. Luego el mal estudiante, convertido en un “hombre de bien”, se dedicaba a repetir los mismos métodos. No es casualidad que el célebre estadista y pedagogo, F. Sarmiento, declarara que un niño no es más que un animal que se educa y dociliza. De hecho, no hace otra cosa quien pretende domesticar un animal. “Enseñar” a un perro es “hacerlo obediente” a la voluntad de su amo, de humanizarlo; una forma de degeneración canina, como lo es la frecuente deshumanización de un hombre en perro –remito al teatro de Osvaldo Dragún.
¿Y en la lógica social? Quien tiene el poder es quien define qué significa una palabra. En ello va implícita una obediencia social. En este sentido, hay palabras claves que han sido colonizadas en nuestra cultura, tales como democracia, libertad, justicia, patriota, desarrollo, civilización, barbarie, etc. Si observamos la definición de cada una de las palabras que deriva desde el mismo poder –el amo–, veremos que sólo por la fuerza de un “aprendizaje violento”, colonizador y monopólico, se puede aplicar a un caso concreto y no al otro, a una apariencia y no a la otra, a una bandera y no a la otra –y casi siempre con la fuerza de la obviedad. Esta es la lógica que domina los discursos y titulares de diarios en el mundo entero”. ¿Interesante, no? El sentido de palabras e imágenes, provienen de los centros de poder, quienes son los responsables de otorgarle “debido” significado.