El pisto ajeno


En comparación y puestos en perspectiva, que se pierdan los 21.2 millones de quetzales que el gobierno anterior invirtió en el equipo para eliminar la señal de los teléfonos celulares en las prisiones viene a ser poco relevante porque los guatemaltecos ya estamos acostumbrados a que quienes manejan nuestro dinero hagan micos y pericos. En efecto, la lista es demasiado larga y las cifras se vuelven escandalosas si tomamos en cuenta lo que se han ido robando en sucesivos gobiernos, sea mediante el robo descarado, el desví­o de fondos, la quiebra de bancos, la piñatización de los activos del Estado o simplemente los negocios tradicionales que son parte de aquella expresión del jefe de la OIM, en el sentido de que en Guatemala no hay obra sin sobra.


Y nada más fácil que ir nuevamente al Congreso para pedir que se asignen nuevos recursos, esta vez 26 millones porque hay que hacer los ajustes que demanda la inflación, para comprar nuevo equipo que sustituya al que hace un año estaba siendo instalado y que no sirvió absolutamente para nada.

¿Es tan poderoso el crimen organizado como para crear daños que parecen ser resultado del clima o se compró chatarra que no resistirí­a ni siquiera el primer invierno? Al final de cuentas la causa es poco relevante porque lo concreto es que lo invertido se fue a la basura y que el Estado tiene que volver a gastar para colocar otro equipo que, posiblemente, dentro de un año esté tan inutilizado como el actual.

Lo peor de todo es que esto demuestra cuál es la constante en Guatemala. Nadie es responsable de nada y el dinero se dilapida tranquilamente. ¿Quién se acuerda de la compra de los buses rojos que hizo la Municipalidad cuando el Alcalde era el mismo que ya como Presidente terminó comprando esas inútiles torres para neutralizar los celulares en las cárceles? El dinero del pueblo se tiró al desagí¼e y nadie, absolutamente nadie, asumió ninguna responsabilidad.

Con esos ejemplos y precedentes es imposible esperar que en el paí­s exista un asomo de probidad, porque aquí­ se premia la inmoralidad y la sociedad es culpable por su extrema tolerancia. Los largos de cuello blanco, los que fueron a México a comprar los buses que eran chatarra pintada de rojo y los que compraron las torres que no soportaron ni siquiera un invierno completo, se embolsaron su comisión y dejaron que el pueblo pagara la onerosa inversión. ¿Cree usted, ciudadano guatemalteco, que esas operaciones fueron simplemente equivocaciones o supone usted que hubo mano de mono?

Al final de cuentas lo concreto es que el pisto ajeno, el pisto nuestro, no sirve sino para enriquecer a los sinvergí¼enzas.