El petróleo, amo del mundo


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Existen en el mundo regiones privilegiadas en muchos sentidos. Respecto a la economía, social y política, cuya sumatoria los ubica en una monarquía de incalculable poderío. Tanto en el subsuelo como en el fondo marítimo cuentan con el bien llamado oro negro, el codiciado petróleo, magnates ponderables que mueven los hilos a su sabor y antojo para mayor corona.

Juan de Dios Rojas


Producto cuantificable, inmensa fortuna semejante al legendario Rey Midas en el Oriente Medio y sus aledaños del golfo Pérsico, Estados Unidos de América, México, Venezuela y restantes favorecidos, son engreídos, alineados en la odiosa OPEP. Son mediante dicha fortuna, quienes dictan constantemente fabulosos aumentos al barril, circunstancia mantenedora en vilo al resto del orbe.

Tocante a nuestro país llegan los precios en ascenso permanente: Aquí en cuantía mucho menor también hay explotación petrolera, empero ante la carencia y mejor dicho ausencia de refinería, toma camino por la tangente, hacia el grande del Norte, a los efectos de su transformación. Contraste superlativo visualizado por cuanto en nada percibimos algún alivio gratificante.

Por el contrario, en posición de simple expectativa, eso sí, las consecuencias seguidas de alzas aquí y allá, todo exhibe enormes trancazos; hasta los montes en mercados cantonales y supermercados la mercancía se dispara a la estratósfera. Situación desventurada afecta sobremanera los escuálidos bolsillos de la mayoría, conformante de la población en ascuas y sin esperanzas.

De suyo en el medio los carburantes dan la impresión de más y más incrementos; mientras que por obra de la casualidad los precios internacionales bajaron, eso no pasa de ser un sueño en una noche de verano. Centavitos marcan las rebajas deseables, por cuanto la endeble economía nuestra tambalea en zancadas, debido a otros asuntos relacionados con la economía.

Los poderosos de la OPEP mantienen sus reservas financieras en crecimiento mayúsculo; su política jamás alcanza el hartazgo, pese a procurar miseria dondequiera. La desigualdad está a la vista, la carencia absoluta de humanidad en iguales términos desfallecientes. Cuántos niños mueren de hambre en el mundo, cuántas niñas se prostituyen forcivoluntariamente también.

No somos fatalistas; tenemos puestos los pies sobre la tierra y sentimos en carne propia las fatales consecuencias derivadas del oro negro, del amo impávido del mundo, ajeno a siquiera una coyuntura de repente. Nada regalado se busca; solamente consideración y un mínimo gesto humano alguna vez. Las inmensas fortunas prosiguen con signos positivos y estimulantes.

Creo sin temor a dudas que lo escrito, en los presentes renglones, significa el hecho consistente en pedirle peras al olmo. Los amos del mundo desconocen la generosidad; solamente agrandar en extremo su poder mundial inconmovible, aunque existan de repente otra guerra del Golfo, armada inútilmente por el expresidente Bush, años atrás, en balde, sí señor.