Cuando Hugo Chávez dijo que en el estrado de la Asamblea General de Naciones Unidas olía a azufre porque el día anterior había estado allí George Bush, no se imaginó en qué forma su figura sería asociada al mismo diablo como está ocurriendo ahora en El Salvador en donde el partido de gobierno, amenazado por la posibilidad de que la oposición le arrebate el poder que han detentado por muchos años, está usando la figura de Chávez ya no sólo como el petate del muerto para asustar a los electores, sino que como el olor a azufre que despide el mismo diablo.
Es evidente que no logramos en estos países superar la polarización que nos dejó tanto tiempo de guerra y que seguimos arrastrando los mismos viejos demonios que nos dividieron como sociedades. Si en Guatemala el tema de la condecoración a Castro sacó a relucir los viejos sentimientos de odio y resquemor, en El Salvador las elecciones y la probabilidad de que la izquierda pueda obtener un triunfo electoral ha generado una de las más bajas y sucias campañas de la historia de ese país, apelando al miedo como factor esencial para motivar o desmotivar a los electores.
La plataforma ideológica que ha impulsado el FMLN en esta elección es obviamente de izquierda, pero más al estilo de las políticas que impulsan los gobiernos de Brasil y Chile en América Latina. En el mundo existen ahora acomodos ideológicos porque se vuelve a ver que lo que antes parecía un dogma irrefutable, en el sentido de que el mercado por sí sólo es capaz de operar sin control ni regulación, terminó generando la que puede ser la peor crisis económica del mundo por sus implicaciones globales y el impacto en los países pobres.
Es natural que en ese contexto las expresiones de izquierda tengan más adeptos, porque la gente se da cuenta que el neoliberalismo que se convirtió en expresión dogmática de la derecha, no fue la panacea expresada por sus teóricos y es tiempo de restablecer los controles y regulaciones que el Estado tiene que aplicar para contener la voracidad y la codicia que desbordaron el sistema de libre mercado.
Pero ese es un debate sano de ideas que se pierde cuando surge el petate del muerto y alguien, en cualquiera de los bandos, esgrime argumentos maniqueos en una discusión que a estas alturas es absolutamente necesaria y sana para que las sociedades puedan buscar derroteros que les alivien de los efectos del descalabro. Los salvadoreños, como los guatemaltecos, merecemos más respeto de los dirigentes que deben debatir ideas y no esparcir azufre para espantar con el petate del muerto.