Pero, ¿quién es el que maneja las cosas en el hombre, en sus grandes dolencias en su cuerpo vivificado? No se le conoce y por lo mismo no se le ve, hay separación perfecta que la divide, es pues como la enormidad del océano, como un enorme muro de millones de kilómetros de longitud y de miles de metros de ancho y de altura: más de un millón.
Esta separación imaginable es objetiva, pero la real es abstracta, es espiritual, porque lo objetivo se ve, se palpa. Por las consecuencias de la actuación del invisible personaje malvado verdugo. Pareciera que ese personaje, en la vida del hombre, en las noches se enseñorea más, talvez por el silencio, por la oscuridad, por el frío que imposibilita al hombre a clamar ayuda, que a veces se abstiene transmitir su dolor, no hay nada que le embelese.
En los momentos de tregua surgen pensamientos espirituales de consolación, pero pronto el sufrimiento vuelve porque la tregua termina.
Ese personaje elige cualquier órgano del cuerpo para hacer crujir al hombre sin excepción. El pulmón se siente asfixiar, el hombre trata de abrirle camino, pero imposible es. En tanto el personaje de él se burla. El sufrimiento es desgastador. El personaje se harta y no se sacia jamás, su bagazo son las generaciones que ha venido extinguiendo. Se cansa el personaje de dar fatiga y el hombre también se calma, pero deja apuntalando ese techo de alivio, llega el insomnio, se derriban los parales y el sufrimiento nuevamente penetra y ve finalizar la noche, el sol empieza a dar luz; el agotamiento lo ata.
Ese tratamiento, ese sufrimiento sucede en todo cuerpo vivificado. Pero el hombre con fe en su corazón debe revestirse de valor y decirle al enemigo aquí estoy, hazme lo que quieras y hártate mi cuerpo carne y finaliza el dolor. Pero cuando salga la luz de la nueva aurora eterna. Tú, personaje, tu sufrimiento no será temporal será eterno y clemencia no tendrás, lo cual el hombre lo siente de verdad.