Pocos oficios generan tanta controversia con el del Periodista que hoy celebra su día en Guatemala. Y es que a los comunicadores sociales les toca el encargo de ser el mensajero de noticias que no siempre son buenas y que por no caer bien generan antipatías hacia quien comunica el hecho. Muchos piensan que, por ejemplo, la mala imagen de un país es por las noticias que se publican y rara vez se repara en que las mismas reportan hechos concretos que son los causantes del deterioro de imagen.
No digamos cuando al periodista le toca criticar a una persona o a un sector de la sociedad, puesto que entonces se convierte en un ser despreciable que, en el mejor de los casos, es un ignorante que no puede aquilatar la realidad, o un individuo mal intencionado con el único propósito de hacer daño. La objetividad que se le reconoce cuando ha formulado críticas a otros desaparece cuando las críticas van en contra de uno mismo y, por lo tanto, cambia por completo la apreciación sobre el trabajo del periodista.
Pero en el fondo ocurre que el periodista no trabaja para ganar concursos de popularidad, y cuando lo hace está traicionando su oficio y la verdadera misión que tiene que jugar. Informar de lo bueno y lo malo es una tarea ineludible que tienen los comunicadores sociales y la misma muchas veces no es grata ni para el mismo periodista. A nosotros nos duele tener que reflejar una imagen de Guatemala como un Estado tan frágil que está a punto de considerarse como fallido porque sus instituciones han dejado de cumplir con sus fines esenciales. No quisiéramos tener que reportar corrupción en la que participan como socios los políticos y los empresarios que se benefician de un régimen carente de mecanismos de control. Nos duele cuando hablamos de la crisis de seguridad producto del descalabro del sistema de justicia. Pero todos esos son hechos que no se esfumarían si la prensa dejara de comentarlos y de informar sobre sus causas y sus efectos.
Ciertamente una sociedad que quiere cambiar y resolver sus problemas tiene que empezar por reconocer su existencia y ese papel le corresponde a la prensa. Para los grupos de poder que son objeto del señalamiento de los periodistas, quienes nos dedicamos a este oficio somos mucho más que una molestia y para muchos de ellos el criterio que tienen de nosotros es aquel que tan gráficamente expresó Serrano cuando iba de salida tras el autogolpe y gritó a los reporteros: «hijos de Puta». Ese insulto, viniendo de los pícaros, sigue siendo el mejor halago que pueda recibir un periodista honrado.