El periodismo de América inició en Guatemala


Durante la Colonia española, el territorio de Guatemala rivalizó en muchas ocasiones con otras regiones en ser pionera de los principales avances tecnológicos e ideológicos. Sin embargo, casi siempre detrás de México y Perú, sedes de los primeros virreinatos españoles en el continente, por lo que éstos tení­an predilección para incorporar los cambios modernizantes.


Ejemplo de ello fue la imprenta, cuya introducción en Guatemala se produjo en 1660, sólo después de que ya existiera en México (en la capital virreinal y en Puebla de los íngeles) y en Lima, Perú.

En cuanto a las publicaciones impresas en el paí­s, se tiene conocimiento de que el primer texto publicado en Guatemala fue el «Sermón de Fray Francisco de Quiñones y Escovedo», con fecha del «quatro de octubre, de 1660» en la ciudad de los «Cavalleros de Guatemala».

Según Catalina Barrios y Barrios, en su libro «Estudio Histórico del Periodismo Guatemalteco» (1), este sermón fue escuchado por las altas autoridades coloniales del territorio, y posteriormente fue impreso con licencia en Guatemala por «Joseph de Pineda Ybarra» impresor y mercader de libros en ese año.

Por años, también, se consideró que «El puntero apuntado con apuntes breves» fue el primer escrito publicado en Guatemala, hasta que se comprobó que fue impreso hasta en 1746, cuyo autor fue Juan de Dios del Cid, y de ahí­ se extrae la siguiente décima: «Todo su punto aclara / en esta obra tan suscinta / y aunque es fábrica de tinta, / como el agua clara aclara; / solamente se repara / el que su nombre nos dice / mire no se desbautice, / que para JUAN tinta sobra; / con eso al decir de su obra / que autor dice, la autorice.» (2)

Pero, pese a lo tardí­o que fue el primer impreso en Guatemala con relación a otros territorios coloniales, en nuestro territorio se produjo el surgimiento del periodismo en América.

Ya antes, el padre Pedro Mártir de Anglerí­a, cronista y humanista italiano radicado en España, publicaba Decades de Orbe Novo (1505), en el cual hace una pequeña mención de Guatemala. Luego, las Cartas de Don Pedro de Alvarado y Hernán Cortés, fechadas inicialmente en Utatlán, el 11 de abril de 1524, y la última fecha en Santiago de Guatemala, el 27 de junio de 1524, y publicadas finalmente en Toledo, en 1525, en el cual se hace mención en una crónica sobre esta región.

Sin embargo, como se sabe, las crónicas de conquista fueron un género que rayó entre la verdad y la ficción, y se supone una fuerte carga emocional y subjetiva de quien escribió.

En cambio, en 1541, la capital del territorio de Guatemala sufrió el primer acontecimiento que mereció narrarse como una crónica periodí­stica, y que ya contiene los elementos básicos del periodismo, es decir, objetividad, referencias a tiempo y lugares exactos, finalidad de informar y, sobre todo, narrar un hecho verí­dico.

EL SUCESO

Luego de que Pedro de Alvarado, primer gobernador del territorio de Guatemala, decidió trasladar la ciudad de Santiago de Guatemala de Iximché al Valle de Almolonga (aduciendo motivos de seguridad, debido a la insurrección caqchikel), la ciudad se asentó al pie del entonces llamado volcán Hunahpú (por los indí­genas), o simplemente el volcán de Guatemala (por los colonizadores).

Entre el 10 y 11 de septiembre de 1541, una fuerte lluvia afectó la ciudad; el volcán acumuló tal cantidad de agua, que de repente debió soltarla en una fuerte correntada que arrolló la ciudad.

Pedro de Alvarado, gobernador de la ciudad de Santiago de Guatemala, ya habí­a muerto para entonces. Meses antes preparaba su expedición hacia las Californias, destino que habí­a sido marcado como el próximo territorio por explorar. Sin embargo, el Virrey de Nueva España (ahora México) convocó a De Alvarado a luchar contra la rebelión indí­gena en la llamada Guerra del Mixtón. La suerte no le habí­a acompañado, y mientras escalaba una colina, el caballo de su ayudante Baltazar Montoya cayó resbalándose, provocando fuertes golpes al Adelantado. Fue trasladado a Guadalajara, donde murió el 4 de julio de 1541.

La noticia tardó en llegar. Su viuda, doña Beatriz de la Cueva, lloró desconsoladamente, y según cuenta la leyenda, no dejó de llorar hasta que el edificio del Ayuntamiento fue pintado, por dentro y por fuera, de negro completo.

Las autoridades de la ciudad determinaron nombrar a viuda como la nueva Gobernadora, a lo que ella aceptó firmando en el libro del Cabildo como «Doña Beatriz, la Sin Ventura». Pero no hubo mucho tiempo para ejercer el cargo. Ese mismo dí­a, 10 de septiembre de 1541, empezó una lluvia cerrada, como si fuera el primer dí­a del Diluvio Universal.

No escampó en toda la noche. Llovió y llovió, y la Sin Ventura confundió sus lágrimas con lluvia. Ella debió de haber creí­do que el cielo era una extensión de su tristeza; sin embargo, esto sólo anunciaba una desgracia peor.

Según se relata, un «fuerte terremoto» provocó que el volcán dejara caer la correntada y arrasara con la ciudad, y causara decenas de muertes, incluyendo la de la Sin Ventura, a quien, por cierto, no se le han rendido honores por haber sido la primera mujer en ocupar el más alto cargo de una ciudad en América.

LA PRIMERA CRí“NICA

Juan Rodrí­guez Cabrillo (o Joí£o Rodrigues Cabrilho), un explorador portugués que perteneció a las fuerzas armadas de Pedro de Alvarado, tuvo a bien de escribir la crónica de El Espantable Terremoto de Guatemala, el cual fuera publicado posteriormente en México en el mismo año de la tragedia. A pesar de que el cronista refiere un terremoto, hoy dí­a no se tienen pruebas de que haya sido un sismo, y se acepta más la hipótesis de un derrumbe o deslave desde el cono volcánico.

Según Carlos Alfredo Chamier, autor del libro De cómo el periodismo en América se originó en Guatemala en 1541 (3), descubrió esta crónica en la Hemeroteca Nacional de la ciudad de México.

«Dicha narración, que fue publicada el mismo año por la Imprenta de Juan Pablos en la Nueva España, puede ser considerado como el primer reportaje periodí­stico escrito en América», refiere Chamier.

Rodrí­guez Cabrillo escribió esta crónica el mismo año y la publicó el mismo año en México, en la imprenta que ya estaba ahí­ presente. La imprenta en la entonces Nueva España habí­a llegado en 1539, siendo el ya mencionado Juan Pablos y Juan Cromberger los beneficiados al tenerla.

La crónica fue recogida años más tarde por el fray Antonio de Remesal, al escribir su Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala en 1619, en el que cita a Rodrí­guez Cabrillo.

¿Pero por qué llegó hasta México para publicarse? Como mencioné, De Alvarado se preparaba para la nueva expedición hacia California, pero previo a ello fue enviado a una misión, en la que murió. Según Chamier, el incipiente periodista fue testigo presencial del desastre de Almolonga. Rodrí­guez Cabrillo, que habrí­a sido una de las pocas autoridades que quedaron vivas, debió de haber informado del incidente a la Corona española.

El estilo de su crónica fue tal que hoy dí­a es considerada como el primer ejercicio periodí­stico de América, el cual surgió en Guatemala. Rodrí­guez Cabrillo formó parte, un año después, de la misión exploratoria hacia California, siendo el nombrado como el principal responsable.

La pení­nsula de California habí­a sido considerada como una isla, pero recientemente se habí­a descubierto el estrecho, por lo que se supo que formaba parte de la masa continental. Sin embargo, se especuló en ese entonces que podrí­a ser parte de la ruta que uní­a el océano Pací­fico con el Atlántico. También se creí­a que podrí­a ser la sede de Cí­bola, una mí­tica y rica ciudad, pero que terminó siendo inexistente. Rodrí­guez Cabrillo es más conocido hoy dí­a por su labor exploratoria en la costa de California, tanto del actual lado de México como el de Estados Unidos; prueba de ello, es un monumento en su honor en San Diego.

LA CRí“NICA

Según Marco Fabrizio Ramí­rez, historiador por la UNAM, y miembro de la Asociación de Historiadores Mexicanos Palabra de Clí­o, el impreso original que consignó los sucesos, fue uno de los primeros trabajos que se conocen del taller de Juan Pablos en 1541. Sin embargo, según la propia crónica, «fue impresa en la gran cibdad de Mexico en la casa de Juan Cromberger: año de mil y quinientos y cuarenta y vno». En cualquiera de las dos imprentas, el año coincide.

«El ejemplar, de cuya existencia supo Garcí­a Icazbalceta por conducto de González Vera, muy probablemente haya desaparecido. En 1922, el bibliófilo e investigador Wagner dedicó grandes esfuerzos y recursos sin poder localizarlo. Por desgracia, no sabemos si todaví­a se conserva algún ejemplar», refiere Ramí­rez (4).

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FOTO 1

Relación del espantable terremoto que agora nueuamente ha acontecido en lan cibdad de Guatimala: es cosa de grande admiración y de grande exemplo para que todos nos emendemos de nuestros pecados y estemos apresciuidos para quando Dios fuere servido de nos llamar. FOTO LA HORA: MARCOFABR.BLOGSPOT.COM

FOTO 2

La imagen que tradicionalmente se ha utilizado para ilustrar esta crónica impresa corresponde a la edición española que consta también de 4 hojas en 4°. Pero, a diferencia de la mexicana, tiene el gran escudo imperial al reverso de la última página, carece de fecha y lugar de impresión y presenta algunas pequeñas variantes en la portada. FOTO LA HORA: MARCOFABR.BLOGSPOT.COM

(1) BARRIOS Y BARRIOS, Catalina, «Estudio Histórico del Periodismo Guatemalteco (í‰poca colonial y Siglo XIX)». Guatemala: Universitaria, 2003. pp. 34-35

(2) Ibí­dem. pp. 34

(3) CHAMIER, Carlos Alfredo. «De cómo el periodismo en América se originó en Guatemala en 1541». México: Costa-Amic, 1968.

(4) http://marcofabr.blogspot.com/2010/03/la-primer-noticia-impresa-en-america.html

Crónica (fragmentos)


Relación del espantable terremoto que ahora nuevamente ha acontecido, en las Indias en una ciudad llamada Guatemala, es cosa de grande admiración, y de grande ejemplo para que todos nos encomendemos de nuestros pecados, y estemos apercibidos para cuando Dios fuere servido de nos llamar.

Memoria de lo acaecido en Guatemala.

Sábado, a diez de septiembre de mil quinientos y cuarenta y un años a dos horas de la noche; habiendo llovido jueves y viernes, no mucho ni mucha agua, el dicho sábado se aseguró como dicho es. Y dos horas de la noche hubo muy grande tormenta de agua de lo alto del volcán que está encima de Guatemala y, fue tan súbita, que no hubo lugar de remediar las muertes y daños que se recrecieron; fue tanta la tormenta de la tierra, que trajo por delante agua y piedras y árboles, que los que lo vimos quedamos admirados. Y entró por la casa del adelantado don Pedro de Alvarado, que haya gloria, y llevó todas las paredes y tejados como estaban, más de un tiro de ballesta; y, a la sazón, estaba en la recámara un comendador capellán del adelantado, y otro capellán de doña Beatriz de la Cueva, su mujer. Y queriéndose acostar. Entró el golpe del agua, que aún no era venida la piedra, y levantólos en alto; y fue con tanta fuerza, que estaba una ventanita pequeña abierta un estado del suelo, y casi muertos, los arrojó grande trecho en la plaza. Y quiso Dios que, como estaba la casa del obispo cerca, fueron remediados aunque con gran trabajo. En la dicha casa no habí­a hombre ninguno porque ya la tormenta los habí­a echado muertos, y la desdichada Doña Beatriz, que estaba con sus doncellas y dueñas: y como oyó el ruido y torbellino, fuele dicho cómo el agua llegaba a la recámara donde dormí­a, y levantóse en camisa, con una colcha, y llamó a sus doncellas que se metiesen en una capilla que ella hací­a y, ellas, hiciéronlo así­; y ella se subió encima de un altar, encomendándose con mucha devoción a dios, y abrazóse con una imagen y con una hija del adelantado, niña; y la gran tormenta que vino, de piedra, a dar derecho a la misma capilla. Y del primer golpe cayó la pared, y todas las tomó debajo, donde dieron las ánimas a su criador. Acaso, doña Beatriz de Alvarado, hija del adelantado; y Juan de Alvarado y doña Francisca, hija de Jorge de Alvarado; y otra su hermana menor y Francisca de Molina y otras doncellas que estaban fuera del aposento de la señora doña Beatriz, fueron alborotadas y, viniendo, tomólas la tormenta en el camino con las paredes del huerto y, como las tomó el hilo del agua, como fue tan fuerte, llevólas más de cuatro tiros de ballesta fuera de la ciudad. Fue Dios servido que, como la tormenta se habí­a derramado por toda la ciudad, fuera en el campo no llevaba tanta furia, tuvo la señora doña Leonor lugar de hacer pie en unas yerbas y maderos; y halló un muchacho, a la sazón, en un remanso cerca de allí­ y, como conoció haber llegado allí­, entendió por lo que le dijo, ser hija del adelantado.