El pasado y el futuro


El mundo podrí­a dividirse, entre tantas clasificaciones que se pueden hacer, entre los que apuntan hacia el futuro y los que viven presos del pasado.  Esta realidad, que usted puede descubrir luego de un pequeño análisis interior, define de algún modo nuestra forma de actuar, nuestra satisfacción en el quehacer diario y hasta el contenido de nuestros diálogos.

Eduardo Blandón

Algunos pueden pensar, equivocadamente, que los que viven presos del pasado son especialmente los más viejos, pero no siempre es así­.  Se puede tener 30 ó 40 años y ser decrépitos en cuanto a la creencia de haber vivido demasiado y, por tanto, considerar que el futuro es reducido.  Sujetos así­ (a veces creo ser parte de esta categorí­a, para mi infortunio) miran constantemente hacia atrás y creen que lo mejor de sus vidas pasó.  Se rememoran los años de infancia, la adolescencia, las aventuras juveniles, las oportunidades desperdiciadas y un etcétera que no permite pensar que muchas cosas podrí­an remediarse si ellos se comprometieran a trabajar por un mundo siempre perfectible.

Por el otro lado, hay personas mucho más sensatas.  Ellos son los que tienen sus ojos en el futuro y laboran siempre con tesón para la construcción de un mundo mejor.  No es que sean inconscientes del pasado, sino que su pragmatismo los lleva a superar esas etapas (que consideran de por sí­ irremediables y sin posibilidad de cambiarlas) y soñar, planificar y ponerse manos a la obra -sin apenas entretenerse en ideas que lo distraerí­an de su compromiso-.  Ellos son los mejores y a quienes debemos imitar.

No se crea, que a esta última categorí­a pertenecen exclusivamente los jóvenes.  No siempre es así­.  Hay personas mayores que no dejan de soñar nunca y se levantan todos los dí­as con un ánimo que hace temblar (sin duda) al universo entero.  Su voluntad es tan firme que no se pierden en nimiedades, trabajan, edifican, proponen y así­ se les va la vida.  Siempre con palabras de ánimo.  «Lo mejor siempre está por venir», me dijo un dí­a un veterano de 75 años.  Como a todos los grandes, la muerte les llega en su lugar de trabajo.  Suelen morir con esa sonrisa con que vivieron siempre.

Todo este rollo tiene un propósito pedagógico: hay que vivir la vida (y en esto como en muchas otras cosas no soy nada ejemplar) mirando siempre al futuro, con optimismo y siempre empleando las fuerzas que Dios nos da para construir y pegar ladrillos hasta construir alguna buena obra.  Aferrarse al pasado no sirve para mucho, nos paraliza, hace de nosotros sujetos aburridos y con muy poca creatividad para enfrentar los problemas de la vida.  Hay que huir como de la peste de este tipo de actitudes.

Lo más sabio, quizá, sea reflexionar en la frase expresada por Harold MacMillan (un polí­tico inglés): «Deberí­amos usar el pasado como trampolí­n y no como sofá».