Recuerdo el hecho como si hubiera sido ayer, pero hoy se cumplen 51 años del día en que murió en El Vaticano el Papa Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, quien fue elevado a los altares el 27 de abril de este año luego de haber sido beatificado en el año 2000. La canonización del Papa Bueno, como se le conoció, no tuvo el brillo que merecía porque no se puede negar que fue, en buena medida, opacada ya que ocurrió junto a la del Pontífice más carismático y mediático, Juan Pablo II, sobre quien se fijaron todos los reflectores, pero no me cabe la menor duda que el Papado más trascendente del siglo pasado y que podemos considerar en mucho como antecedente del actual Papa Francisco, fue el de Angelo Roncalli.
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Hijo de una humildísima familia campesina en Sotto il Monte, cerca de Bérgamo en el norte de Italia, ciudad en la que hizo su seminario y a la que volvió luego como secretario del Obispo Radini Tadeschi, quien fue ejemplo para Roncalli por su vocación por la justicia aunque tuviera que adoptar posturas que molestaban a la misma curia romana. El sello de Tadeschi fue indeleble en la vida y obra de quien llegaría a ser un Papa transformador que abrió la Iglesia al mundo moderno a pesar de la tenaz y virulenta oposición, no carente de malicia, de la más alta jerarquía de Roma que trató de hacerle la vida imposible.
Como castigo por abrazar con tanto entusiasmo la causa de la justicia social y protección de los trabajadores, fue enviado al extranjero. Enviado Apostólico en partes convulsas del mundo. Pero aún allí hizo uso de su influencia y poder para salvar vidas como ocurrió con 600 niños judíos que iban a ser enviados a los campos de concentración tras ser sorprendidos en un buque que iba a Haifa y a quienes rescató tras presionar moralmente al embajador Alemán en Turquía.
Su papel como diplomático le permitió un íntimo contacto con otras religiones cristianas, especialmente la ortodoxa, llenándolo de espíritu ecuménico. Llegó a ser el Nuncio en París durante la guerra mundial, donde terminó su carrera en el servicio exterior porque el papa Pio XII lo nombró en 1952 Patriarca de Venecia, cargo en el que recibió, un año después, el birrete cardenalicio.
A la muerte de Pacelli en 1958, fue electo Papa como un Pontífice de transición, por su edad, del que sus colegas no esperaban grandes cosas. Pero desde su primer día emprendió un trabajo enorme para poner al día a la Iglesia y corregir errores del pasado, siendo de sus legados más trascendentes las dos encíclicas, Mater et Magistra y Pacem in Terris, que son obras revolucionarias por su contenido de amor y justicia.
Pese a la oposición de la Curia, convocó al Concilio Vaticano II para revolucionar la teología dando voz a los obispos y delegados de las más remotas diócesis para acercar a la Iglesia con sus fieles. Recibió indecentes ataques provenientes de sus mismos hermanos Cardenales y hasta el diario vaticano, L´Osservatore Romano, fue instrumentalizado para dañar su imagen.
No fue tan mediático ni cercano personalmente a la feligresía como Juan Pablo II, pero no cabe duda que fue su Pontificado el que dio nuevo brillo a la Iglesia.