Si usted estimado lector no cree que el mundo está cambiando es porque lee tan sólo mentalidades que provienen como de la caverna de Platón, y que se refieren a aquel mundo poblado de ignorancia en donde las sombras reflejadas en el fuego guían las mentalidades y formas de pensar.
Nada por el estilo ocurre hoy en día: las posibilidades de que se abran sendas de luz en la caverna ya no son nada remotas, y múltiples líderes nos sorprenden con sus nuevas guías sobre el rebaño.
Y para la Guatemala actual cuya esfera pública está colmada de comprados pensamientos que caminan como hacia atrás, con puras mentalidades de la guerra fría, surge ahora el mensaje vivificante de Francisco el primer papa latinoamericano.
Su primer mensaje sobre temas económicos y sociales fue ampliamente reproducido en medios bancarios y económicos, como lo fue el suplemento del Diario Excelsior de México, que hace un excelente resumen de una alocución histórica de Francisco, en una reunión de acreditación de nuevos embajadores ante el Vaticano.
En tan sagrados recintos la voz papal habla de temas tan mundanos como la crisis económica mundial y mejor que muchos “economistas de pacotilla wallstreetiana”, y sin usar modelos econométricos que torturan datos hasta que confiesen, martilla una verdad a todas luces: la crisis es por causa de que nosotros los humanos somos usados como simples mercancías, como bienes de consumo que podemos ser utilizados y desechados”. ¡Qué tal!
Los problemas vienen, indica el prelado, de una aceptación del poder del dinero sobre nosotros mismos y sobre nuestra sociedad. Es por tanto, la de nuestro tiempo, una crisis de valores humanos, del culto al dinero, siendo así que estamos como adorando a un “nuevo becerro de oro”, sofisticado pero tan nocivo como el de la antigüedad.
Se trata así, de la dictadura de la economía sobre los objetivos verdaderamente humanos, que tienen que ver con la felicidad de las mayorías, y no tan sólo de una minorías que se enriquecen incesantemente dando lugar a un grave mal: la desigualdad social existente.
Así, mientras las rentas de una minoría crecen de manera exponencial, las de la mayoría se debilitan, siendo que ese desequilibrio viene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.
En varios cónclaves me he sentado con hombres y mujeres de negocios que tienen una fuerte creencia cristiana, y que han interpretado los escritos bíblicos a la luz de una filosofía moral más humana; y los he oído criticar el lucro excesivo de los nuevos tiempos, proponiendo nuevas formas de convivencia humana, que no combaten por supuesto la economía de mercado, pero que invitan a la regulación y sometimiento de sus excesos en aras del bien común.
Siempre he creído que los verdaderos cristianos no son aquellos que asisten a iglesias con luces Neón a pedir por la abundancia y carencia de males para ellos y sus allegados cercanos. Ni por asomo eso es cristianismo, podrá ser otra cosa como una “psicología del self-esteem” o de la búsqueda del “Nirvana”; y es que el cristianismo desde sus orígenes viene del deseo ferviente por el bien común.
Y como la Iglesia se caracteriza por una jerarquía de carácter weberiana, es realmente hoy un mandato el abogar por las mayorías.