El Papa concluye visita a Cuba con una misa y reunión con Fidel


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El Papa Benedicto XVI demandó mayor apertura para la Iglesia Católica en Cuba durante su homilía hoy en la plaza que constituye el santuario mismo de la Revolución cubana y denunció el «fanatismo» que intenta imponerse.

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Por ANDREA RODRIGUEZ Y VIVIAN SEQUERA LA HABANA / Agencia AP

Las palabras del Papa fueron una velada crítica a la dirigencia comunista de la isla y constituyeron un poco frecuente mensaje político del Papa en una misa.

Benedicto XVI dijo que la gente encuentra la libertad cuando la busca a través de lo que ofrece el cristianismo.

«Por otra parte, hay otros que interpretan mal esa búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en su verdad e intentando imponerla a los demás», dijo el Santo Padre al leer en español su homilía.

No citó por su nombre al gobierno, pero más tarde urgió a Cuba a permitirle a la Iglesia mayor libertad para difundir su mensaje.

La otra cita papal en la jornada será una reunión con Fidel Castro, cuya hora exacta se desconoce aún.

El propio expresidente anunció que se reunirá con Benedicto XVI hoy, pero sin precisar la hora.

El Vaticano ya había dicho que el Pontífice estaba disponible, por lo que la confirmación por parte de Castro era todo lo necesario para asegurar la reunión y terminar semanas de especulación sobre si Castro repetiría el encuentro que sostuvo con el Papa Juan Pablo II durante su histórica visita en 1998.

«Gustosamente saludaré mañana miércoles a Su Excelencia el Papa Benedicto XVI, como lo hice con Juan Pablo II, un hombre a quien el contacto con los niños y los ciudadanos humildes del pueblo suscitaba, invariablemente, sentimientos de afecto», escribió Castro la noche del martes en una nota publicada en el sitio oficial Cubadebate.

«Decidí por ello solicitarle unos minutos de su muy ocupado tiempo cuando conocí por boca de nuestro canciller Bruno Rodríguez que a él le agradaría ese modesto y sencillo contacto», agregó Castro.

La audiencia y la misa de Benedicto XVI en la Plaza de la Revolución se da 14 años después de que Juan Pablo II ofició en el mismo sitio ante cientos de miles de personas, entre ellos Fidel. En aquel entonces, se dispuso una imagen de Jesucristo del otro lado de la icónica imagen del héroe revolucionario Ernesto «Che» Guevara, un notable hecho para un país que había sido oficialmente ateo hasta 1992.

En esta ocasión, un gigante afiche de la santa patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, cubre la fachada de uno de los edificios de la plaza junto al «Che». La Virgen ha sido el foco espiritual durante la visita de tres días de Benedicto XVI, que coincidió con el 400mo aniversario de la aparición de la diminuta imagen.

El santo padre arribó en el papamóvil a la plaza, donde minutos antes ya había llegado el presidente Raúl Castro enfundado en una guayabera blanca.

Benedicto XVI llegó en medio de vivas que daban locutores y animadores por micrófonos y en los que se oía «Benedicto, Benedicto confírmanos en Cristo» o «viva el Papa».

Decenas de personas con viseras que llevaban la foto del Pontífice le saludaban, mientras el Papa les respondía en ocasiones con la mano y sentado desde su vehículo.

El Pontífice, que llegó el lunes a la ciudad oriental de Santiago, su primera escala en la isla, parte de regreso a Italia a las seis de la tarde del miércoles (2200 GMT).

Aunque había miles de personas en la plaza, algunas abandonaron la misa a su inicio un poco por aburrimiento y otras alegando falta de organización.

Dos jóvenes estudiantes que sólo se identificaron como Roberto y Gisele dijeron que se iban de la misa porque ya habían cumplido con su profesora, que les había pedido que fueran.

«Nosotros vinimos con el grupo de nuestra aula y nos estamos yendo porque no puedo más. Yo viene por cumplir con la profesora. Ya marqué (cumplí) y me voy», dijo Roberto.

Por su parte Rosa Leal, una jubilada que estaba ubicada a uno de los lados de la plaza, dijo que «cuando (la visita) de Juan Pablo II esto estaba mejor organizado. Aquí no se oye nada, yo me voy».

Pero Reinero Martínez, un chofer de 47 años, dijo que estaba en la plaza de las 4 de la madrugada junto con otras siete a ocho personas que estaban en la grama durmiendo. Si el Papa vino a Cuba «es por algo y debe ser bueno, además el Papa es una gente chévere», dijo Martínez, quien aseguró que asistía al acto porque lo habían organizado en su trabajo.

Por su parte uno de los más conocidos disidentes de la isla, Elizardo Sánchez, dijo no poder confirmar distintas versiones sobre la detención y, o prevención, por parte de agentes de seguridad estatal para que pudieran salir de sus casas y acudir al acto religioso las llamadas Damas de Blanco y que habían anticipado el fin de semana que querían ir a la misa.

Aunque algunos en la plaza manifestaron que eran creyentes, otros parecieron menos convencidos.

«Yo estoy aquí para apoyar a los dirigentes de nuestro país. Para apoyar nuestra revolución», dijo Dioleisis Fontela, un profesor universitario.

HISTORIA
En casa de su madre


Durante varios meses, la madre de Cecilia Dalmau se rehusó a hablar de la intención que tenía su hija de viajar a Cuba por la visita del papa Benedicto XVI, pero cuatro días antes de la partida le hizo una petición: «Me encantaría ver fotografías de la casa de mi infancia».

La progenitora de Dalmau salió de Cuba en 1959 cuando era una niña, días después de que Fidel Castro y sus revolucionarios entraron victoriosos en La Habana. La familia jamás regresó. Rehizo su vida en Miami y Dalmau creció entre escasos relatos de su madre sobre la isla, pero añoraba conocerla.

Esta semana, la dietista pediatra, de 29 años de edad, es una de las más de 300 personas —en su mayoría estadounidenses de ascendencia cubana— que viajaron a Cuba en una peregrinación encabezada por el obispo católico de Miami.

Al igual que muchos de sus compañeros de viaje, Dalmau llegó en busca de una experiencia espiritual, pero también cumplía una jornada personal: Encontrar la casa de sus ancestros y un vínculo con las raíces de la familia.

Acompañada por su padre que estaba nervioso, la también exiliada cubana Dalmau se puso en camino para conocer el viejo vecindario de sus progenitores en el exclusivo vecindario de Miramar.

«Aquí es», les anunció el taxista Juan Bettancourt mientras se estacionaba en una calle sombreada con un puñado de elegantes mansiones de estilo español. Un grupo de jóvenes conversaba afuera de la casa, junto a un gran casa de campo de color arena.

El abuelo de Dalmau era secretario del Tesoro en el gobierno de Fulgencio Batista, el hombre fuerte cubano que fue depuesto por los guerrilleros de Castro y en consecuencia esperaba ver una casa magnífica, pero la casa ha pasado por malos momentos desde que su familia se marchó.

«Parece que podría derrumbarse en cualquier momento», comentó Dalmau. «Pero me los puedo imaginar viviendo allí, mi abuela en las escaleras. La vida que alguna vez tuvieron. Esto es muy surrealista».

El emotivo recorrido de Dalmau era similar a los vividos por otros cubano-estadounidenses al paso de los años, sobre todo desde que el presidente Barack Obama levantó los límites al número de visitas que las personas con parientes en la isla pueden hacer. El turismo de los estadounidenses sigue prohibido.

El ahora ocupante de la casa, Humberto Lopes, de 41 años, llegó al lugar y Dalmau le dijo el motivo de la visita. Lopes aceptó mostrarles la casa, pero con evidente ansiedad, por la inesperada visita.

La mayoría de los exiliados han renunciado al sueño de que el gobierno los indemnice por sus propiedades confiscadas tras la revolución, aunque para los ocupantes de esos inmuebles persiste el riesgo de que las reclamen los dueños originales.

De regreso en el taxi, Damau se preguntaba lo que haría su madre con las fotografías que tomó. «No sé si ver su casa de esa manera le provocará alegría o tristeza», dijo.

Pero al pasar un día en Cuba, la perspectiva de Damau cambió.

«Me gustaría saber de su experiencia», expresó sobre los cubanos que permanecieron en la isla y sobre quienes emigraron en tiempos más recientes. «Y me gustaría acercar más, de ser posible, nuestros dos mundos».