¿Cuántos escándalos más tendremos que ver los guatemaltecos antes de que se legisle efectivamente para terminar con el tráfico de influencias y la corrupción que se genera con el financiamiento de las campañas políticas? Cada vez es más evidente que el sistema político nacional y la cacareada democracia tienen el pecado original de que los políticos que llegan al poder tuvieron que venderle literalmente el alma al diablo para alcanzar el triunfo y que esos diablos pasan facturas que son tremendamente onerosas para los habitantes del país.
Cada vez salen a luz más evidencias de cómo las campañas políticas son en realidad una subasta para comprar el derecho a hacer negocios con el Gobierno y ese fenómeno no es exclusivo del actual régimen, por mucho que ahora sea tan burda la participación de todos los que dieron su pisto para financiar la campaña tanto en puestos de gobierno como en los contratos que se hacen con el Estado. Pero en general, nuestros partidos políticos débiles y carentes de organización, dependen del pisto para llegar a la gente y conseguir votos, lo que hace que en realidad el sistema sea jauja para los que saben moverse en esas aguas turbias.
En un país carente de controles y donde ni siquiera se pena el enriquecimiento ilícito, financiar un proyecto político es el pasaporte seguro a millonarios negocios porque desde el momento en que se da el primer aporte se consagra el tráfico de influencias y se adquiere el derecho de picaporte. Antaño los financistas eran más recatados y operaban desde la sombra, pero actualmente ya se dieron cuenta que pueden perder el decoro que nada ocurre y hasta ocupan puestos importantes del gobierno o figuran descaradamente en los más grandes negocios que se hacen en el sector público.
No faltan los que han estado desempeñando ese tenebroso papel con todos los gobiernos y ahora han puesto el ojo en negocios que les pueden significar tal tipo de control como para garantizarse la posibilidad de realizar hasta fraudes electorales para adueñarse por muchos años del sistema y continuar con el saqueo del país. Por años hemos dicho que la falta de control al financiamiento de las campañas políticas es la raíz profunda de la corrupción en Guatemala pero los políticos se cuidan de no aceptar cambios, mucho menos controles efectivos, porque la mayoría sienten que es más fácil venderle el alma al diablo que trabajar en organización y formación de cuadros.
Esos demonios están en muchos lados y tienden su mano generosa para regalar dinero y publicidad a los políticos inmorales que al final únicamente llegan al poder para cumplirles a sus financistas.