El origen de un pandillero: Más que tatuajes, grafiti y amenazas


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Detrás de los tatuajes, grafitis, gestos y frases que les caracterizan, los pandilleros tienen historias personales en las que salen a luz la marginación social, la violencia en el hogar y las adicciones que enmarcan sus vidas y las de sus familias. De acuerdo con una investigación, –que no justifica las acciones de las “maras”, pero que sí explica sus causas– los jóvenes que no encontraron respeto y oportunidades de desarrollo en la sociedad, sí pueden ocupar un lugar importante en las pandillas.

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POR MARIELA CASTAÑÓN
mcastanon@lahora.com.gt

“Si caminás por la calle, la gente te ve con miedo. No se dan cuenta que uno también necesita caminar por la calle, o que todo el mundo necesita caminar por la calle para poder llegar a otro lugar”, explica “José Hernández”, un expandillero de la Mara Salvatrucha, quien relató sus experiencias a los autores de la investigación “Historias y relatos de vida de Pandilleros y Expandilleros de Guatemala, El Salvador y Honduras”.

José, originario de Jutiapa, cuenta la historia de su vida, en la que se entremezcla su pasado como hijo en una familia desintegrada que se vio en la necesidad de migrar a la Capital por falta de oportunidades, y su posterior condición de pandillero, sobre la que deja escapar frases copadas de resentimiento: “Cuando te has sentido marginado y excluido, querés acabar con todos y con todo”. 

Decidió colaborar con la investigación cuando tenía 28 años, era soltero y padre de un niño de cinco años. Se encontraba privado de libertad en una cárcel del país, terminando  una condena de seis años por el delito de robo agravado; durante tres años no había recibido visitas.

La historia de José inicia como muchas otras, marcada por la violencia intrafamiliar, en la que el padre golpea a su esposa con “manadas y patadas” y padece una profunda adicción al alcohol. Cansada de esa situación, la mujer decidió migrar a la Capital guatemalteca junto a sus tres hijos –uno de ellos, José– con el objetivo de encontrar una vida mejor, alejada de la violencia y las amenazas de su esposo.

Cuando José tenía apenas diez años, un día estando en la Capital encontró a un amigo de su papá que estaba ebrio.  “Él, llorando, me dijo «lo siento», pero yo no sabía que habían matado a mi papá”, recuerda. 

“Yo me llevaba muy bien con mi papá, porque siempre platicaba conmigo y me preguntaba: ¿Cómo te fue hoy en la escuela? Y me decía que yo era su amigo más pequeño”, explica el joven, quien admite que también era golpeado.

La muerte del padre significó para José un cambio radical en su vida, pues su madre ya no se hizo cargo de él y vivió deambulando en los hogares de familiares donde no siempre era bien recibido.

“Viví con mi abuela y trabajaba recogiendo basura –a los 14 años–.  A las 04:00 de la mañana me pasaba a traer el camión.  Cuando pasábamos a un restaurante de comida rápida a recoger la basura, nos llevábamos las hamburguesas que tiraban.  Al llegar al basurero, sacaba las bolsas de hamburguesas de los costales y se las vendía a mis vecinos, para ganar un poco más de dinero”, explica.

José tuvo muy pocas opciones para cambiar el rumbo de su vida; permaneció por mucho tiempo en la zona 3, porque la nueva pareja de su madre no lo aceptó en su hogar. Estando en este lugar, aún intentó trabajar como recolector de basura y también como ayudante de mecánica, con un hombre que usualmente le llamaba “tonto” y le pegaba con un desarmador.

Sin la oportunidad para estudiar y sin la capacidad para aplicar a un nuevo empleo, buscó una tercera alternativa, y pronto se involucró con los grupos delictivos que operaban en el sector. “Yo, al ingresar a la pandilla, pensé que iba a encontrar una familia porque ellos se mantenían siempre juntos. Una vez estaban fumando marihuana y yo les dije: quiero probar.  Ellos me dijeron: metete a la rueda chavito.  Yo probé la marihuana cuando tenía 14 años.  Ellos inhalaban cocaína y me decían: si probás esto, te volvés loco, pero, bueno, me puse a fumar marihuana”, explica.

De acuerdo con la investigación, a los pandilleros se les conoce por “las noticias” diarias que tienen relación con sucesos de violencia, pero “muy poco se conoce de ellos como personas que, aun rechazadas por la sociedad, son parte y producto de ella”.

La publicación expone que “la realidad de las maras y pandillas se encuadra en un contexto social adverso al desarrollo integral de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, pues los índices de pobreza combinados con abiertos corredores de tráfico de drogas, migrantes, trata de personas, comercio de armas, etc., hace de este el ambiente ideal para la proliferación de armas y pandillas”.

ORIGEN Y FACTORES
Investigadores de la Unidad Nacional contra el Desarrollo Criminal de las Pandillas (PANDA) de la Policía Nacional Civil estiman que el 80 por ciento de los pandilleros que vive en la zona central del país son originarios o tienen ascendencia en el interior; muchos son de origen indígena, principalmente de los departamentos de Quiché, Chimaltenango, Mazatenango, Baja Verapaz, que han migrado a los suburbios capitalinos en busca de mejores condiciones de vida, pero no han logrado cumplir ese objetivo.

Las estadísticas confirman que los habitantes de varios de estos departamentos han vivido una particular exclusión y olvido por parte del Estado, y por eso sufren de escasez de los servicios básicos como la salud, la educación y alimentación, lo que implica la falta de oportunidades laborales.

Los jóvenes provenientes de los departamentos se han instalado principalmente en asentamientos de las zonas 18, 6, 12, Villa Nueva, San Miguel Petapa, Mixco, entre otros.

Eluvia Velásquez, de la Alianza para la Prevención del Delito (APREDE) explica que muchos son los factores que influyen en esta migración, pero lo atribuye principalmente a las condiciones de pobreza y pobreza extrema, las consecuencias de los desastres naturales y las aspiraciones por una vida mejor.

“Los jóvenes y sus familias buscaban obtener un empleo, pero la mayoría terminó trabajando en la economía informal. Muchos vinieron de las áreas rurales porque surgieron de los asentamientos después del terremoto y crecieron dentro de estas comunidades.  La verdad que es como el guatemalteco cuando se va tras el sueño americano, igual es en la ciudad, obviamente las posibilidades de alguien que no sabe leer, definitivamente no va a cambiar para que aplique a una mejor vida”, dice Velásquez.

Según la entrevistada, varios de los adolescentes que hoy son pandilleros adultos, intentaron trabajar en varios oficios; aunque en otros casos también hubo reclutamiento de grupos criminales en el interior del país.

 “La gran mayoría laboraba en el trabajo informal, venta de chicles, lustre, bodegueros, ayudantes de albañilería.  Entre el  2002 y el 2003 se venían del interior porque ya habían sido identificados por otros muchachos, sabían que al venir a robar, a secuestrar y a extorsionar les iba traer cuenta, pero en la ciudad”, explica Velásquez.

SIN PREVENCIÓN
En los últimos años las pandillas han alcanzado un poder inimaginable, sus acciones delictivas han ubicado a sus miembros, incluso como “amenaza” para la seguridad de los países.  Una de sus actividades más lucrativas es la extorsión, que está estrechamente vinculada con el sicariato.

A pesar del daño que provocan sus actos, a la fecha no existe ningún plan integral de prevención y rehabilitación por parte de las autoridades, para atender a niños y jóvenes en riesgo o a aquellos que ya han delinquido y están detenidos.

Elías Pumay, coordinador de la Fuerza de Tarea contra Extorsiones, explica que los análisis refieren que una sola clica de pandilleros ha llegado a cobrar hasta Q1 millón anuales.  La cuota semanal a un solo gremio puede oscilar hasta en Q20 mil.

“Esta semana estábamos haciendo un análisis económico, por gremio hemos visto que cada uno ha pagado Q3 millones en 3 años.  Semanalmente podrían cobrarle a cada víctima entre Q15 mil a Q20 mil, ellos tienen cinco o seis gremios”, dice Pumay.

Según las investigaciones de la Unidad Panda, el 50 por ciento de lo que percibe una estructura criminal le corresponde a los pandilleros recluidos en la cárcel –quienes se encargan de la planificación de sus operaciones– y el resto se distribuye entre sus integrantes.

Los miembros de las clicas están conformados por un “llavero”, que es el jefe de la zona y que tiene a su cargo cuatro o cinco clicas.  El “ranflero” recibe las órdenes del llavero, es decir le dice que hacer y a quien matar.  El “paro” es el que lleva los teléfonos a pilotos del transporte, el que amenaza en las tiendas de barrio y quien se encarga de buscar “jainas”, que son mujeres que usualmente no pertenecen a la pandilla, para recoger extorsiones.

El “chequeo” es el que mata a las víctimas, aunque el paro también puede asumir esta acción, se explica desde la misma estructura criminal.

EFECTOS DE PRIVACIÓN
Según el documento Justicia Penal Juvenil “La Privación de Libertad”, 2008–2009, elaborado por el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales de Guatemala, la prevención de la violencia juvenil debe ser una de las apuestas principales, tal como lo indica la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

“La prevención de la violencia juvenil es una de las grandes apuestas de las Naciones Unidas para alcanzar el desarrollo pleno de todas y todos los miembros de la sociedad humana en general.  Sin embargo, a este cúmulo de políticas integrales, que los estados deben promover con especial énfasis en la niñez y adolescencia, no siempre se les ha dado la prioridad debida por parte de las autoridades respectivas”, refiere.

El documento también explica que la privación de libertad en adolescentes debe “ser el último recurso y reducirse al mínimo”, porque provoca efectos nocivos a todo joven pues implica “atraso en su desarrollo intelectual, emocional y social”, según entrevistas realizadas a directores de centros para menores, explica el documento.

Una de las conclusiones del análisis refiere que la apuesta a favor de la seguridad más que a la resocialización del adolescente es una concepción de las autoridades, y señala que los centros correccionales deben ser espacios cuya especialización sean los derechos humanos.

“Este aspecto no se logra ni de cerca cuando son militares quienes los dirigen y cuando en la práctica las decisiones del personal de seguridad son más importantes que las del equipo técnico profesional multidisciplinar”, explica.

La infraestructura inadecuada, la falta de clasificación de los menores, entre otros, también influye a que no existe una rehabilitación real.

Los problemas de hacinamiento, clasificación de reos, agregado a la corrupción, son flagelos similares a los de las cárceles de adultos, donde muchos de estos menores son trasladados al cumplir la mayoría de edad.

INVESTIGACIÓN
Los relatos

La publicación “Historias y relatos de vida de Pandilleros y Expandilleros de Guatemala, El Salvador y Honduras” recoge testimonios reales de los tres países centroamericanos, en los que han proliferados los grupos localmente llamados “maras”.

La investigación, además de presentar casos, examina las causas y consecuencias de las pandillas en la región, y da luces sobre la estrategia que debería implementarse para erradicar la criminalidad entre los jóvenes.

“Viví con mi abuela y trabajaba recogiendo basura –a los 14 años–.  A las 04:00 de la mañana me pasaba a traer el camión.  Cuando pasábamos a un restaurante de comida rápida a recoger la basura, nos llevábamos las hamburguesas que tiraban.  Al llegar al basurero, sacaba las bolsas de hamburguesas de los costales y se las vendía a mis vecinos, para ganar un poco más de dinero”
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