El origen de la rosa blanca de la paz


¿Y saben qué? El actual tres veces consecutivo Edil Metropolitano era el entonces Presidente Constitucional de la República de Guatemala, que se habí­a inventado la firma de la paz, donde colocó en igualdad de condiciones al Ejército Nacional, triunfador del conflicto armado, junto al perdedor ejército insurgente guerrillero, y sobre una mesita, en medio del  patio delantero del Palacio Nacional, armó el tinglado de variedades,  con sillas plegadizas,  donde alrededor sentó a todo el Cuerpo Diplomático; atrás estaba el Gabinete en pleno  de funcionarios públicos y los testaferros de los cabecillas tarambanas que sostuvieron por años la farsa en pro de una lucha de igualdad económica, cuando ellos jamás pudieron promover más que calamidades.

Rosana Montoya / A-1 397908
rosana.montoya@yahoo.com

 


¿Cómo pretendí­an repartir lo que jamás  produjeron?  Lo que hicieron fue vivir del cuento, disfrutando por décadas de largas temporadas en hoteles europeos de cinco estrellas, financiados por los noruegos, suizos, belgas, canadienses, estadounidenses, mexicanos y españoles que especularon aprovecharse de estas tierras bananeras, ¿masticando qué?, del lobo un pelo; aunque fuera el agua de Guatemala se llevaban, al fin y al cabo en el rí­o revuelto que ellos mismos promoví­an y patrocinaban, no habí­a ley.   Y como de costumbre, los gobiernos mexicanos, siempre incluidos dentro de la jugada que los caracteriza como ladrones, que se envalentonan con  Guatemala,  robándose hasta los camarones, pero meten la cola cuando Estados Unidos los patea de ida y vuelta. Se confabularon todos a ver quién se llevaba la mejor parte de la tajada.  En sí­ntesis, los fanfarrones comandantes comunistas no empuñaron un fusil, en las tierras ví­rgenes del Polochic, lo que empuñaron fueron los vasos repletos de whisky, que se atiborraron durante el mentado conflicto armado, donde pusieron a indí­genas inocentes, que no hablaban la “castilla”, a que fueran carne de cañón; y no faltaron curas, monjas y alumnas que engrosaron las filas insurgentes. ¡Comandantes matreros, que se dejaron sobornar por  los paí­ses europeos socialistas   â€œamigos” que financiaron  la guerra de guerrillas,  inventada por los españoles,  en contra de la invasión francesa de Napoleón Bonaparte, donde la principal táctica consiste en “lanzar la piedra y esconder la mano”!  La élite en pleno de guerrilleros asistió al evento; solo un borracho faltó, el hijo del Premio Nobel de Literatura, Rodrigo Asturias, alias Comandante Gaspar Ilom, porque tuvo mejores consecuencias qué afrontar para ese dí­a, como fue la vergí¼enza de haber secuestrado a la señora de Novella. Por eso el Presidente Constitucional de la República de Guatemala de aquel entonces, lo excluyó del honor que fuera el nene de Miguel íngel Asturias el que firmara la Paz al lado del general Otto Pérez Molina, que claudicaba ante los derechos humanos internacionales, que fueron los mismos que inyectaron las fuerzas insurgentes con millones de dólares.  Pero en su representación asistió Jorge Soto, alias  Comandante Monsanto, representante de la célula guerrillera FAR, hoy asesor del Presidente Constitucional de la República de Guatemala, compañero de armas de la mandadera de guerrilleros, Marta.  Â¿Cuál fue el motivo que tuvo el entonces Presidente Constitucional de la República de Guatemala para haber ubicado en igualdad de circunstancias a ambos ejércitos usando la misma medida de peso en la balanza?  Dos años después, encontramos dentro de la misma administración gubernamental que orquestó la trampa de la firma de la paz, el crimen más sonado de  los tiempos de la modernidad guatemalteca,  la sangre derramada de monseñor Gerardi, donde aún, a la fecha, no se ha deliberado sobre el verdadero móvil, en el que presuntamente Iglesia y Gobierno estuvieron involucrados.  También es cierto que el dí­a de hoy, mucha agua ha pasado debajo del puente de la zona 4, prudente vecino del Palacio de Cristal de la Alcaldí­a Metropolitana, donde el intendente siempre ha estado protegido por un puesto público, para gozar eternamente de inmunidad, porque en caso que llegara a perder la Alcaldí­a, tiene  de escudo la figura de la segunda esposa, de nacionalidad salvadoreña, como la redentora de todas sus faltas, que se comunica con el cielo por las mañanas, antes de enfrentarse a las tarea de la casa, para que le apañe los errores del pasado a él y de sus descendientes directos, que  igual que el tata, no cantan mal las rancheras.  Y en el peor de los casos, queda abierta la puerta de la cloaca del Congreso, para ocupar aunque sea una curul,  donde convergen todas las aguas negras de gobiernos, pasados, presentes y… ¿por qué habrí­an de cambiar las cosas de la noche a la mañana?, de los futuros también.