El obsesivo


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Un candidato que derrocha dinero en una campaña polí­tica es sospechoso por principio. Peligroso por diferentes razones: por sus patrocinadores, su obsesión al poder, su megalomaní­a y hasta por falta de virtud al aparecer como imprudente y botarate.

Eduardo Blandón

 


Es lo que pienso cada vez que veo por la ciudad la excesiva propaganda del patojo llamado Alejandro Sinibaldi.  Su contaminación propagandí­stica viene desde hace mucho tiempo atrás.  Sus viajes a otros paí­ses como Brasil y Colombia son ya de antologí­a.  Sus deseos por fotografiarse con polí­ticos internacionales son obsesivos.  O sea, que el patojo transmite una ilusión desproporcionada por ser Alcalde de la ciudad que deberí­a preocupar a los electores.
El niño parece querer la satisfacción de un capricho.  Y la ilusión lo tiene empeñado.  Se enfoca en su propósito y no da tregua por conseguir su juguete.  Y, claro, como parece que tiene dinero, pues se lo gasta.  No importa que sea de esos candidatos absurdos para asentamientos y proyectos populares: él jura que será un buen alcalde.
Estos patojos que buscan la alcaldí­a de la ciudad son todos hijos del sátrapa Arzú: blanquitos, educaditos, pulcros y de buenos modales (educados, de plano, por Barney).   Por eso es que no hablan de cambios profundos en la Municipalidad, sino de relevo y continuidad.  Imposible matar al padre (y esto es metáfora, por favor).  Nadie debe esperar cosas mejores de estos niños salidos de escuelas privadas y hogares costosos.
Pero Alejandro Sinibaldi dicen que la Muni no le satisface plenamente y que lo buscado directamente en el futuro es la Presidencia.  Por eso es que trabaja con pasión para alcanzar paso a paso su propósito (educado al mejor estilo por Stephen Covey y John Maxwell).  Y tiene las campañas tí­picas de un hijo de papi: con mucha fotografí­a, discursos vací­os y promesas superficiales. O sea, un candidato “light”, para un paí­s que en su mente compite con Disney.

Un candidato así­ no es mejor opción que don Sátrapa Arzú.  Si se trata de “retomar el camino” y buscar la continuidad y el “relevo”, mejor cerrar la tienda y ponerse a llorar.  Al Alejandrito hay que recordarle que a la par del dinero son urgentes las ideas y eso es lo que se extraña en sus apariciones públicas.  Por otro lado su equipo es de pacotilla.  Son caras conocidas cuyos brillos son escasos.  Polí­ticos tí­picos carentes de discurso y obras.  Eso sí­, muy dispuestos a rendirle pleitesí­a a quien tiene dinero, esto es, a Alejandro el exiguo.

Lo peligroso, como decí­a al principio, es que esta obsesión por llegar al poder lo involucre con actores sombrí­os de capital desconocido y dudoso.  Porque hay que reconocer que es mucho dinero el que anda por la calle y se ve por la televisión.  Este tipo de padrinazgo es tenebroso y podrí­a ser explosivo en la ciudad que se pretende gobernar.  Alejandro Sinibaldi deberí­a empezar a practicar la sobriedad y demostrarnos que no es un muchacho dí­scolo, sino un adulto atemperado y frugal.
Si empieza a cambiar de actitud, yo votarí­a por él, pero en unos 20 años.