Zhao Liang, que duerme en dos camas para poder estirar sus 2,46 metros de largo, se convertirá oficialmente en el hombre más alto del mundo si acepta que la Guía Guinness homologue su altura.
Mide diez centímetros más que el hombre más alto a día de hoy, otro chino, pero los médicos que le operaron en el hospital de Tianjin, al este de Pekín, dicen que «aún no sabe» si solicitirá entrar en el Guinness de los Récords para destronar a su compatriota.
Hasta ahora, este chino de 27 años parece irritado con la repentina fama que le llegó con la publicación este mes de varios artículos en la prensa nacional. Y eso que la procesión de periodistas que lo visitan en el hospital de Tianjin rompen un poco la monotonía de los largos días que pasa mirando la televisión, en una cama desmesuradamente larga y estrecha a la vez.
Y es que para acoger a este hombre poco común, natural de Henan, en el centro de China, el hospital tuvo que colocar dos camas de formato estándar (1,90 m) una delante de la otra, sin aumentar la anchura. Un apaño con el que Ziao Liang cabe por los pelos.
El hombre fue operado la semana pasada de una herida en el pie izquierdo: un tendón que dañó jugando al baloncesto cuando tenía 17 años. El dedo gordo le quedó retorcido y doloroso hasta que el hospital Anjie de Tianjin aceptó curárselo gratuitamente.
«No tiene que pagar nada», asegura el doctor Wang Yaodong, uno de los médicos que recibe amablemente a los visitantes extranjeros, y que no duda en sacarse fotos con ellos.
El hospital mimó a Zhao Liang: en su sencilla habitación hay tres camas, dos para él y la tercera para su madre. También está dotada de un pequeño salón independiente con cuarto de baño aparte.
Es que Zhao se convirtió en una estrella mediática: si apela a los jueces del Guinness y confirman su altura de 2,46 m destronará a su compatriota Bao Xishun, que mide 2,36 m.
En cuanto a Yao Ming, la estrella del baloncesto chino que juega en el campeonato estadounidense de la NBA, mide 17 centímetros menos que él.
Pese a la decena de centímetros de diferencia entre los dos, Zhao y Bao comparten el hecho de ser gigantescos.
Hombros, manos, piernas, pies. Viven con las mismas dificultades para vestirse y calzarse. Zhao, de 155 kilos de peso, calza entre un 55 y un 56 y debe encargar zapatillas deportivas en Japón o en Estados Unidos.
¿Y para la ropa? Wang Keyun, su madre, se ríe, y como respuesta saca un pantalón que le llega hasta las orejas cuando está de pie. Ella mide 1,68 m y su esposo, bastante alto comparado con los hombres de su generación, 1,80 m.
«Para mi hijo, todo es a medida. Cuando era joven, confeccionaba yo misma la ropa», explica.
Zhao tuvo que enfrentarse a otros inconvenientes. Con pocas palabras, este gigante gruñon cuenta que de pequeño «se quedaba en casa a causa de su altura». No jugaba con los demás: «Eran bajitos y yo era alto», dice.
«Hoy ya no es lo mismo. Tengo amigos», asegura. Pero aún no tiene novia, lo que preocupa mucho a la señora Wang.
Las miradas son inevitables en la calle. «Estoy acostumbrado», contesta.
Tras dejar el colegio con 14 años, Zhao ejerció diferentes oficios, en la construcción sobre todo, hasta que una compañía artística le contrató en 2006 para tocar el hulusi, un instrumento de viento tradicional.
Pero el hombre no está seguro de querer reincorporarse en la compañía a su salida del hospital, tras una convalecencia de entre tres y seis meses. «No sé lo que haré después», confiesa.
La señora Wang quiere enseñar el hulusi. Zhao se enfada. Es hora de irse.