El ‘NO’ que silenció a Pinochet va por el Óscar


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¿Augusto Pinochet convocó un plebiscito para perderlo? ¿Estaba tan seguro de que lo iba a ganar que se atrevió a darle a la democracia la decisión de su futuro?

POR VIVIAN MURCIA GONZÁLEZ

Un punto inflexión. Los años ochenta. Una década convulsa en la que América Latina se tambaleaba por la caída de sus regímenes dictatoriales. Una nueva etapa que abría un camino incierto a un concepto aún difuso en la región: la democracia.

Uno de los principales protagonistas: Augusto Pinochet. El comandante que en 1973 dirigió el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional del socialista Salvador Allende.

“Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con este ejemplo, para señalar que en este país hay hombres que saben cumplir con las obligaciones que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por la voluntad consciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo…” así se despidió Allende, así comenzaba una etapa incierta para el país.

Chile dividida, Chile caída en las manos de una dictadura. Tras el golpe vinieron los infortunios. Llegaron las sistemáticas violaciones a los derechos humanos; de eso hablan quienes se opusieron a Pinochet. Las cifras petrificantes: al menos 28.259 víctimas de prisión política y tortura, 2.298 ejecutados y 1.209 detenidos desaparecidos.

Como bien pasa con las dictaduras, los datos se desdibujan. Por los marginados opositores al régimen se sabe que se limitó la libertad de expresión, se suprimieron los partidos políticos y el Congreso Nacional fue disuelto.

Los buenos, los que soportaron como mejor pudieron exigiendo su  libertad; los malos, los represivos, miedosos e intolerantes ante cualquier tipo de comportamiento “rebelde”… todos sabemos el guión de la Historia que marcó el antes y el después de Chile y el subcontinente americano en la década de los ochenta.

Todos recordamos ese final. El juez español Baltasar Garzón dictó orden de extradición contra Pinochet quien fue detenido en Londres. La solicitud no fue atendida, no por inmunidad jurisdiccional sino por su mal estado de salud.

Luego de un largo proceso judicial ante la solicitud de extradición de Madrid, en marzo de 2000, el dictador recibió el visto bueno de Londres para regresar a Chile. Finalmente moriría en 2006, con la culpa a cuestas.

La Historia, esa historia que pasa página y parece que se repite con los años siempre deja espacios en blanco; vacíos que resultan ser rincones incómodos para la reconstrucción de la memoria histórica.

Ese es el contexto histórico de la película ‘NO’, una cinta que ha marcado la historia en su país (Chile) por varios méritos.

Tiene una dirección muy original de Pablo Larraín, que ya nos había demostrado su dote para explorar la psicología de un personaje complejo como lo hizo con ‘Tony Manero’.  En ‘No’ Larraín se atreve a confundirnos entre la realidad y la ficción del pinochetismo y sus rivales.

Las imágenes de ficción se muestran con el estilo de la televisión de los años ochenta, por lo que existe una compaginación de las tomas de película con material de archivo histórico, que hace difícil distinguir inmediatamente la realidad de la ficción.

El filme tiene otro gancho. Un actor de talla hollywoodense como el mexicano Gael García Bernal. Pero, sobre todo, la película tiene un mérito publicitario, es la primera cinta chilena nominada a un Óscar de la Academia a mejor película en lengua no inglesa. La competencia no es fácil, en la lista de nominadas aparecen nombres de directores consagrados como Michael Haneke con ‘Amour’; también están ‘Kon-Tiki’ (Noruega), ‘A Royal Affair’ (Dinamarca) y ‘War Witch’ (Canadá).

Por todo esto, ‘No’ resulta ser una película tentativa. Pero no solo por el boom mediático que ha producido en su país. La película tiene un valor esencial. El largometraje se centra en la creatividad de la campaña publicitaria –que le puso un arcoíris de fondo a la palabra «No» e introdujo el eslogan «la alegría ya viene»- que le dio a Pinochet su única derrota electoral y abrió las puertas para el retorno a la democracia.

La película se centra en el proceso creativo de una campaña, entonces al final la película funciona como un cerebro, en esta se puede ver la lógica de cómo funciona la comunicación de masas.

Lo que nos viene a mostrar la película es que la publicidad puede ser una obra de arte. En palabras del director: “Quienes pedían el ‘NO’ sabían que tenían que convencer a dos grupos específicos de gente, y el problema es que esos dos grupos eran muy distintos: uno eran las señoras que estaban asustadas con el régimen, y el otro eran los jóvenes que creían que el plebiscito era una estafa. No existe un comercial de un producto que sirva para una señora y para un joven al mismo tiempo, y eso es lo que tenían que inventar y por eso son tan geniales”.

Entonces estamos hablando de una película simbólica. Cada personaje representa a distintos grupos. El actor chileno Luis Gnecco interpreta a un operador político, mientras que Alfredo Castro es el jefe de la campaña del “Sí”. Del otro bando, Néstor Cantillana representa a la izquierda más dura, y Gael García, hijo de exiliados (así se justifica su acento), es el tipo práctico que quiere que la campaña funcione como una estrategia. El que prefiere hablar de “gente” en vez de “pueblo”.

PINOCHET, EN REALIDAD Y EN FICCIÓN
«Creer que Pinochet perdió el plebiscito por una publicidad de Televisión, es no entender nada de lo que pasó», señaló en Twitter el ex ministro del Gobierno chileno Francisco Vidal.

El debate se declaró abierto.  Sobre todo porque muchas figuras políticas de la época aún participan en la vida pública del país.

La figura del propio Pinochet también sigue generando un debate que polariza muchos sectores de la sociedad. La división de opiniones se resume en que para algunos fue «un dictador», para otros «salvó al país del comunismo».

Hay quienes aseguran que incluso aún quedan consecuencias del plebiscito: ¿es sólo la derrota de Pinochet o es también la victoria del modelo de Pinochet?

La votación dejó un espacio estrecho para la duda. Del total de votos válidos, el resultado fue de 44,01% por el “Sí” y de 55,99% por el “No”.

Con ese “No” que se nos muestra como producto de un versado en la publicidad, la dictadura militar llegó a su fin el 11 de marzo de 1990, cuando Augusto Pinochet entregó el poder a Patricio Aylwin. Ese día terminó el Régimen Militar y se dio inicio al período de la historia de Chile conocido como la transición a la democracia.

Pero tanta polémica, tanto rifirrafe nos deja una impresión: en Chile parece que hay heridas abiertas y seguro que tomarán mucho tiempo en cerrar.