El nivel de las aguas comienza a bajar


Afectados por las inundaciones en Pakistán reciben ayuda humanitaria, en el campo de refugio de Kot Addu. FOTO LA HORA: AFP ARIF ALI

La crecida en el valle del rí­o Indo comenzó a ceder y desvió su curso de la ciudad de Tatta, abandonada por sus habitantes, anunciaron hoy las autoridades del sur de Pakistán, un paí­s devastado desde hace más de un mes por las peores inundaciones de su historia.


En una semana, millones de personas huyeron de sus aldeas en la provincia meridional de Sind, evacuando las grandes ciudades a medida que la violenta corriente del Indo rompí­a los diques y se dirigí­a hacia su desembocadura en el Mar de Omán.

«El agua está retrocediendo hacia el mar y el nivel baja, numerosos habitantes comienzan a regresar a sus hogares», declaró el lunes de mañana a la AFP Hadi Bajsh Kalhoro, un alto responsable administrativo del distrito de Tatta, la zona más afectada de la provincia de Sind.

Durante los últimos dí­as, unos 300.000 habitantes de Tatta escaparon de esta ciudad a medida que los pueblos circundantes era anegados por las aguas. Militares y obreros trabajan intensamente desde hace cuatro dí­as para tratar de tapar una gran brecha abierta en el dique principal que protege a la ciudad.

«La brecha fue tapada a medias y afortunadamente, el oleaje también cambió de dirección y se aparta de la ciudad y de los barrios habitados», subrayó Kalhoro.

El nivel de las aguas en la represa principal de la región, Kotri, cerca de la gran ciudad de Hyderabad, ha bajado, confirmó a la AFP en Islamabad el jefe del Departamento de Meteorologí­a Nacional, Qamar-uz-Zaman Chaudhry. Sin embargo, a su entender el peligro no ha sido totalmente descartado, «sobre todo en los lugares donde los diques se rompieron».

Desde comienzos de agosto, más de siete millones de personas fueron desplazadas en la provincia de Sind, incluyendo a más de un millón entre el viernes y el sábado, según la ONU y las autoridades locales.

MAKLI Caos


La gigantesca crecida del rí­o Indo no sumergió a la más célebre necrópolis de Pakistán, enclavada en las colinas meridionales de Makli, pero en pocos dí­as la convirtó en un gigantesco campamento improvisado de refugiados donde el hambre y la cólera preceden al caos.

A medida que la noche avanza la tensión va creciendo a lo largo del camino que serpentea entre las colinas de color ocre.

Husain Mala, de 25 años, y unos 20 jóvenes más refugiados de Sujawal, una ciudad de 120.000 habitantes inundada a unos 30 km del lugar, observan la circulación.

En pleno ramadán, es la última hora de ayuno de la interminable jornada bajo un sol implacable y con 40 grados centí­grados.

Es uno de los momentos de mayor tensión, incluso de violencia. Desde que el terrible Indo arrasó con los diques y sumergió sus viviendas de adobe, decenas de miles de campesinos se han instalado en las faldas rocosas de las colinas.

Algunos están a la sombra en medio de mausoleos de piedra tallada, otros hacen pastar a sus rebaños entre las tumbas de decenas de miles de santos del islam sufí­.

Alrededor de las 19H00, todos irán a reunirse con sus familias para compartir el iftar, la comida que marca la ruptura del ayuno del ramadán y que se anuncia tan pobre como ellos, sin otros bienes que los que alcanzaron a recuperar a último momento antes de que el agua lo inundara todo.

Algunos tienen todaví­a un poco de dinero para mantenerse unos dí­as, «pero lo guardamos para nuestros hijos, para que puedan sobrevivir», explica Gulam Qadir, de unos 50 años, que transpira bajo el trapo que le sirve de turbante.

La crisis alimentaria en Makli es grave además porque Tatta, la gran ciudad situada a pocos kilómetros, fue casi totalmente evacuada de sus 300.000 habitantes y con ellos se fueron sus comercios y mercados.

La camioneta de una organización no gubernamental (ONG) se detiene justamente delante de un pequeño grupo de mujeres y niños en túnicas rosas y violetas que imploran la caridad. Después de dejarles una caja de cartón, el vehí­culo parte inmediatamente, mientras decenas de personas más bajan de las colinas en su dirección.

Algunos, al precio de una riña enconada, conseguirán un saco de harina, de legumbres, de arroz o de azúcar.

Pero los refugiados hambrientos, sobre todo los jóvenes, no vacilan en agarrarse a los camiones con ayuda.

«Nos tratan como animales. Nos lanzan las cajas de cartón y dejan que la gente se pelee por ellos, o bien pasan sin darnos nada», alega Husain Mala.

Hasta ahora no se ha señalado ningún incidente en Makli. La policí­a dice que la situación está «bajo control» y señala sólo «algunos incidentes menores». «Dos o tres personas cayeron de los camiones y se rompieron un brazo o una pierna», precisa Husain.

La situación inquieta a las autoridades, que dicen tratar de orientar a los refugiados hacia los campamentos. «Abrimos uno para 40.000 personas en Karachi (a más de 100 kilómetros de distancia), pero nadie ha ido hasta allá, a pesar de que se les garantiza toda la ayuda que necesitan», se lamentó Zulfiqar Mirza, ministro del Interior de la provincia del Sind, la más afectada del paí­s, donde se ubica Makli.

Babu Salangi, de 31 años, no está convencido y como muchos piensa «que no hay ayuda en los campamentos».

De todas maneras agradece al gobierno, pues «nos salvó la vida enviando camiones para buscarnos cuando estábamos amenazados por las aguas».

Pero cuando faltan unos minutos para el iftar se muestra menos indulgente para referirse a la comida que no llega. ¿Cómo puedo hacer el iftar, si no tengo más que esto?», dice mostrando su vieja camisa.