El «negocio de la muerte»


Negocio. Iraquí­es cargan un ataúd que lo llevan rumbo al cementerio, en la ciudad santa de Nayaf, ciudad en donde la muerte se ha convertido en un buen negocio.

Célebre por ser el escenario de grandes reuniones de peregrinos, la ciudad iraquí­ de Nayaf, el lugar sagrado más importante del islam chií­ta, se ha convertido en el paraí­so de las funerarias, cuyo comercio está en plena expansión desde el inicio de la guerra en Irak.


La espiral de violencia confesional ha hecho que decenas de cuerpos sean enviados diariamente a Nayaf (a 160 km al sur de Bagdad) para ser inhumados, generando la bonanza de las empresas de pompas fúnebres.

El «negocio de la muerte» jamás fue tan rentable como después de la invasión norteamericana de Irak en 2003, reconocen los empresarios locales.

La mayorí­a de los chií­tas fieles a la tradición desea ser enterrada en la ciudad santa, donde un inmenso cementerio -uno de los mayores del mundo-, bautizado el «cementerio de la paz» (Wadi al Salam), ocupa 6 km2.

Los cadáveres, cubiertos con una mortaja llamada «mizara» que generalmente es una sábana blanca, son enterrados directamente en la tierra.

Con la ola de violencia que sacude Irak, «entre 150 y 200 ataúdes llegan diariamente a la ciudad», estima Majid al Jashami, de 36 años y director de uno de los cinco centros de Nayaf donde los cuerpos son lavados y preparados para la inhumación.

«Limpiando la mitad de estos cadáveres vendemos entre 75 y 100 sudarios por dí­a», calcula la fuente.

Estas cifras se duplican fácilmente cuando se producen mortí­feros atentados confesionales, como el cometido en Bagdad contra la comunidad chií­ta el 23 de noviembre, que causó más de 200 muertos.

El flujo de cadáveres que llega a la ciudad es tan grande que las autoridades locales tuvieron que inaugurar un nuevo cementerio, llamado «el nuevo valle», situado en la ciudad vecina de Kerbala.

Mientras el tratamiento de los cadáveres está en manos de cinco sociedades locales, la venta de sudarios se ha convertido en un comercio muy rentable para los tenderetes de Nayaf.

Las familias en luto y los peregrinos que están de paso, en previsión de su propia muerte, compran sus mortajas.

«Estos sudarios tienen algo único, están bendecidos por la presencia del mausoleo del imán Ali», asegura Jashami.

«El negocio es lucrativo, los clientes, en particular aquellos que vienen de Irán, gastan mucho», se felicita otro comerciante, Odai al Bahash.

Un sudario convencional, de algodón y fabricado en Hilla (a 200 km al norte de Nayaf), cuesta unos 8 mil dinares iraquí­es (5,5 dólares), pero los modelos más lujosos, de seda y adornados con versos del Corán, pueden llegar a 50 mil dinares (más de 30 dólares).

«Nuestro trabajo ilustra bien un viejo proverbio. La desgracia de unos provoca la felicidad de otros», resume Bahash.