El negocio de la inconformidad


Maria-Jose-Cabrera

En la actualidad existe en nuestras sociedades una pugna en la que lo genuino de las luchas diversas, incluida la contracultural, se ve amenazado por un factor tan necesario como letal: El dinero; y más allá de eso, el consumismo.

Los movimientos contraculturales surgen como tal en la década de los 60, a partir de que Theodore Roszak denominara de esta forma a aquellas corrientes fluyentes en sentido contrario a lo establecido y hegemónico.

María José Cabrera
mjcabreracifuentes@gmail.com


La contracultura pues representaría una esperanza en la reinvención de las sociedades y en la ruptura de un sistema rígido en la que los roles están establecidos desde “el inicio de los tiempos.” Sin embargo, en la actualidad la existencia y surgimiento de nuevos movimientos ha empezado a convertirse en una suerte de contradicción, que, al buscar alejarse de lo mainstream ha atraído a miles de jóvenes a aglutinarse alrededor de movimientos alternativos en búsqueda de una identidad auténtica y distinta del resto, identificada por elementos externos adquiridos en el mercado que tanto aborrecen.

No obstante, en el proceso de diferenciarse y de atacar el consumismo, los pertenecientes a estos movimientos se vuelcan hacia una forma alterna de consumo, dejando de consumir los productos tradicionales y llenándose de otros, especialmente diseñados y puestos en el mercado para su grupo particular.

Al respecto, los escritores Andrew Potter y Joseph Heath, exponen en su libro “Rebelarse Vende” (cuyo contenido se resume mejor en su título en inglés: Nation of Rebels: Why Counterculture Became Consumer Culture) la carencia de autoridad moral de la contracultura per se  al convertirse en víctima de aquello que le resulta más temido: el consumismo, sin el cual los individuos no podrían ser identificados como parte de una agrupación de ese tipo.

Y es verdad, los grupos en cuestión, no son reconocidos regularmente por sus ideas o los argumentos que defienden, sino por su vestimenta, accesorios y un look muy bien preparado, nada autentico ni poco costoso.

Al contrario que Potter y Heath, no me referiré a la contracultura como algo inútil o como a una mera expresión dramática, creo firmemente que los individuos tienen la libertad de expresarse a través de las ideas que prefieran, el arte, la fotografía, el cine y la cultura en general, tan alternativa como pueda llegar a ser; sin embargo es adecuado reconocer que estos grupos están lejos de cumplir la función antisistema que ellos mismos creen tener.

Todo esto se vuelve pues una paradoja en el sentido en que los grupos a los que hago referencia se vuelven parte del sistema que critican. Aludo en éste momento a otra obra (criticada por cierto por Potter y Heath) No Logo, de la escritora canadiense Naomi Klein el best-seller  en que se cuestiona la nefasta influencia de las marcas y el consumismo en las sociedades contemporáneas y que se convirtió en sí mismo en un apetecido producto en el mercado y le significó a la autora la captación de ganancias nada despreciables.

Para no ir tan lejos, aquí en Guatemala se da este fenómeno de incongruencia e hipocresía en muchas otras situaciones. Muchos defensores, por ejemplo, de los derechos humanos y guerreros antiinjusticia social, encuentran en sus luchas originalmente auténticas (para darles el beneficio de la duda) una fuente de ganancias jugosas y enarbolan temas que, más allá de contribuir a la justicia, contribuyen al crecimiento de sus cuentas bancarias. Sin embargo, ese es otro tema y será abordado en otra ocasión.