El nacionalismo musical de Smetana (III)


En la columna de este viernes continuaremos el relato biográfico del compositor checo Biedrich Smetana, para conocer los aspectos más relevantes de su vida y su pasión por la música bohemia digna de Casiopea, esposa dorada con ojos de miel inmensamente serenos, amorosa como el pan de la Recolección.

Celso Lara

En este sentido, la nueva poética de Berlioz, nacida de la revolución parisina de 1830, entroncaba con el irredentismo reprimido momentáneamente de las naciones checa y eslava.

Eran diferentes en cambio, las sugestiones que procedí­an de Robert Schumann y de su esposa Clara (como ya se sabe, gran pianista e intérprete del repertorio romántico). Es probable que Smetana los conociera en 1847, en casa del conde Thun. En Schumann, en el momento culminante de su actividad como compositor, los jóvenes músicos de la época veí­an el otro aspecto de la vanguardia, diferente del representado por Berlioz. Se trataba de una posición avanzada en la que, sin embargo, se reflejaba la cultura romántica alemana. Las estructuras musicales, especialmente en la música para piano y en los lieder, aparecí­an nuevas y desvinculadas del pasado, si bien las referencias literarias que enriquecen la música de Schumann, así­ como las adecuaciones a las formas clasicistas en la música de cámara y en la sinfónica, manifestaban fuertes ví­nculos con el sinfonismo germánico tradicional.

De tal manera que como ya apuntamos, las diferencias entre compositores como Schumann y Berlioz tuvieron poca influencia en la música de Biedrich Smetana. Al hacer un somero análisis, se distingue que Schumann representaba a menudo un equí­voco en la vanguardia europea: si, por un lado, su antipatí­a se dirigí­a contra los «filisteos» (nombre que daba en sus artí­culos a los tradicionalistas), por otro lado no se adaptó nunca al ambiente de Weimar, donde imperaban Liszt y Wagner. Fue precisamente a Liszt a quien se dirigió Smetana, en 1848 para obtener ayuda. Habí­a abandonado sus servicios en casa del conde Thun, habí­a tomado parte en la revolución de 1848 (que los bohemios de todos modos no llevaron a sus últimas consecuencias, como los húngaros guiados por Kossuth), y pretendí­a inaugurar una escuela de música independiente.

Con esta idea escribió una carta a Franz Liszt, que hací­a poco tiempo se habí­a instalado en Weimar y se habí­a convertido en numen tutelar de las nuevas generaciones. Sin embargo, contrariamente al caso Wagner, no consiguió ningún dinero. La escuela sin embargo, se abrió el 8 de agosto de 1848. Mientras tanto, Smetana compuso músicas revolucionarias que muy pronto cayeron en el olvido, hasta el punto de que, en 1850, gracias a la intervención de su maestro Priksch, fue admitido en la corte de Fernando I, que habí­a abdicado precisamente a consecuencia de la revolución y que habí­a sido sustituido por Francisco José.

Al retirarse Fernando I a Praga, Smetana acudí­a periódicamente a la residencia imperial para entretener al augusto ex monarca tocando el piano. Esta aparente contradicción entre la apasionada participación en los movimientos revolucionarios y el servicio a Fernando I tiene una explicación: de hecho, no se habí­a tratado de una revolución dirigida simplemente a conseguir una mayor autonomí­a polí­tica dentro del ámbito del imperio.