Guatemala es un país que no deja de asombrarnos, desafortunadamente hoy lo hace mostrándonos su cara más fea, a pesar que la violencia sigue golpeándonos dolorosamente, esta vez nos ha dejado fríos y consternados ante los sucesos que hemos vivido recientemente.
El primero de ellos se refiere a la muerte de la abogada Lea De León, una profesional de mucho trabajo, dedicada a su carrera del Derecho dentro del ámbito de lo penal y que se había ganado palmo a palmo su reconocimiento como una de las penalistas más influyentes en el sistema judicial. Seguramente, el hecho de encontrarse como abogada defensora o acusadora en diferentes casos, algunos más difíciles que otros e independientemente de lo complejo de cada caso, así como si nos simpatizara o no, la hacía mayormente notoria, sin restarle mérito a su dedicación y demostrando su enorme capacidad. Su alevoso asesinato, nos sigue demostrando que la muerte sigue siendo un expediente doloroso en la forma de actuar en Guatemala, para resolver diferencias.
El fenómeno de la violencia, a pesar de las cifras que nos presentan los diferentes equipos de gobierno, continúa su espiral galopante y nos hace sujetos pasivos o activos de un auténtico museo del terror, al que asistimos a diario, sin poder hacer absolutamente nada y a veces nos deja aterrorizados como el caso de la abogada De León, pero a veces también nos hace inmunes y hasta indiferentes, lo cual es una muestra dolorosa que efectivamente la violencia nos ha marcado para siempre y se nos ha convertido en compañera cotidiana.
Las causas de la violencia siguen siendo difusas y múltiples. Las condiciones de desigualdad y la falta de oportunidades en el empleo pueden constituir una de las génesis que merece explorarse, pero que su atención y corrección nos llevará muchos años. Las secuelas del conflicto armado interno posiblemente sea otra de las causas que merece analizarse y que conminó a muchas personas a un proceso paulatino de “armarse” hasta los dientes bajo una visión de seguridad individual, pero que profundiza el clima de violencia; la presencia del crimen organizado sin duda hace de nuestra sociedad una de las más violentas; la delincuencia de mediano calado que se dedica a crímenes como los secuestros o las extorsiones hace uso de este expediente para asestar sus golpes, mientras que la criminalidad común, aunque produce golpes que apuntan al robo de pertenencias, también hace uso de la violencia para amilanar a sus víctimas. Al final muchos creen, equivocadamente, que tienen derecho de armarse y de hacer uso de las armas sin discriminación y muchas veces la sociedad, en su desesperación o su locura, aplaude cuando el expediente de la violencia golpea a los delincuentes.
Por parte de los equipos de gobierno, la situación resulta dramática, puesto que cada avance en términos de medir la violencia por los muertos de menos o por la cantidad de aprehensiones o capturas, se queda chica ante la magnitud, dispersión y dimensión de los hechos violentos que se pueden repuntar en un par de días, tal como nos ha ocurrido en estos primeros dos meses del año. Sin duda, alterar el balance de la violencia no es tarea menuda, la seguridad ciudadana sigue siendo un idílico objetivo, que los equipos de trabajo de los diferentes gobiernos, tratan de demostrar como su mejor empeño y resultado, pero que su alegría o satisfacción dura un instante para darse cuenta que las cosas se revierten en un santiamén.
Si a todo ello se le suma que uno de los privados en libertad más notorios del país, sale periódicamente de la cárcel para exámenes dentales y ¡vaya uno a saber para qué otras cosas!, con camionetas blindadas, con seguridad del centro penitenciario y se denuncia que con la connivencia de las autoridades de este lugar, la situación nos deja con un amargo sabor de boca y nos hunde en la desilusión, porque todos nos preguntamos: ¿y así cuándo vamos a salir o cuándo las cosas van a cambiar, para vivir en un país decente y una sociedad equilibrada? Y la respuesta no da tiempo de articularla, cuando nuevamente regresamos como visitantes inesperados a ese museo del terror cotidiano.