El mundo musical de Claudio Monteverdi


celso

Veamos en esta columna la genialidad de Monteverdi desde sus inicios hasta su arribo a Venecia y está dedicada a Casiopea dorada y amorosa, multiforme hoguera multiplicada en el sonido más auténtico de mis pupilas, infinita rosa perfumando mis párpados apenas, patria de azúcar y mar ancestral.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Monteverdi  nació en Cremona el año de 1567 y desde temprana edad manifestó sus inclinaciones musicales; fue su maestro Marco Antonio Ingenieri.  A los quince años Monteverdi empezó a destacar en el ambiente musical de su ciudad y a publicar sus primeros trabajos.

Por ese tiempo, el ducado de Mantua constituía uno de los baluartes más fuertes de la cultura italiana. En el castillo central se reunían los intelectuales más destacados del mundo culto de la época.  Monteverdi fue invitado por el duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, para colaborar y dirigir las actividades musicales de su señorío.

Era en ese tiempo un joven serio y reflexivo; había estudiado toda la música de su tiempo y conocía el empleo y la ejecución de todos los instrumentos, todos los secretos de la polifonía, tanto religiosa como profana.  Se había especializado en la ejecución de la viola –el violín todavía no existía– y como tañedor de ese instrumento fue como inició sus actividades musicales en el ducado de Mantua. 

Veinte años duró su relación con Vincenzo Gonzaga; durante ese tiempo Claudio contrajo matrimonio con una de las cantantes de esa corte, Claudia Cattaneo, con la que tuvo dos hijos. Cuando apenas se había estrenado su primera ópera, llamada Orfeo, murió Claudia, causando un gran dolor al compositor. Poco tiempo después moría también otra cantante: Catalina Martinelli, para cuya excelente voz Monteverdi había compuesto una obra titulada Ballo delle ingrate Arianna.

Sin el apoyo del duque, que también falleció y abrumado por el dolor de la pérdida de su esposa, Monteverdi abandonó Mantua para trasladarse a Venecia, donde se le ofreció, debido al prestigio adquirido hasta entonces, el puesto de maestro de capilla de la Catedral de San Marcos, el mismo lugar que años antes había ocupado el flamenco Willaert. Este puesto era uno de los más importantes en el mundo musical europeo.

El maestro Claudio Monteverdi llegó a Venecia donde fue recibido con honores.  Allí se dedicó a una vida de intenso trabajo, amparado por la dorada quietud de la basílica. Sufrió nuevamente otra gran desgracia, la muerte de sus dos hijos, abatidos por la peste que asolaba la región. A pesar de su desgracia, Monteverdi nunca perdió su fe en Dios y la música. 

Este nuevo motivo de dolor lo hizo más concentrado en su trabajo.  Renunció a la vida social, a pesar de que los nobles venecianos se disputaban el honor de recibirlo en sus palacios y el de ejecutar sus obras en sus pequeños teatros privados.

Se le exigía trabajo a Monteverdi y éste cumplía componiendo obras maestras: madrigales, óperas y música religiosa.  Dirigía el coro y todas las actividades musicales.  Trabajó infatigablemente para llenar con su actividad creadora el vacío de su vida afectiva.  Solo publicó trabajos que previamente había sometido a la más severa autocrítica y el mismo se negó a considerar como valiosa y artística mucha de la música ocasional que se vio obligado a componer para las distintas festividades que incansablemente se sucedían.

En medio de esta actividad, su prestigio internacional crecía; de todos los lugares llegaban los músicos deseosos de conocerlo y de oír sus sabias enseñanzas, respeto y la admiración del mundo intelectual europeo y cuando murió, gozaba de la estimación universal de su obra y de su personalidad.