EL MONUMENTO A LA REVOLUCIí“N MEXICANA


En 1936 por decreto gubernamental se convirtió en recinto funerario el Monumento a la Revolución Mexicana, con su imponente cúpula visible al final de la Avenida Juárez.

Doctor Mario Castejón
castejon1936@hotmail.com

Como una ironí­a del destino la cúpula del monumento fue parte de la maqueta inicial del Palacio Legislativo iniciado por el Presidente Porfirio Dí­az, derrocado por aquella Revolución. Al suspenderse el proyecto se adoptó la cúpula como la nave central de un Monumento a la Revolución durante la Presidencia del General Abelardo Rodrí­guez y bajo la tutela del ex Presidente General Plutarco Elí­as Calles. El Monumento se inició en 1933 y terminó de construirse en 1938, siendo su primer inquilino el General Venustiano Carranza trasladado del Panteón Civil de Dolores en 1942, veintitrés años después de su asesinato. Le siguió el ex Presidente Francisco I Madero asesinado en 1913, exhumado del Panteón francés en 1960. Tras su muerte el General Plutarco Elí­as Calles también fue trasladado del Panteón de Dolores al Monumento de la Revolución en 1969. Por último el General Lázaro Cárdenas ocupó un lugar junto a los grandes lí­deres de la Revolución en 1960.

Era notoria la ausencia de tres grandes héroes revolucionarios, Emiliano Zapata, ílvaro Obregón y Francisco Villa. Los restos de Zapata luego de su asesinato en la hacienda de Chinameca el 10 de abril de 1919, fueron llevados al Panteón Municipal de Cuautla en el Estado de Morelos y los del General ílvaro Obregón trasladados a su lejana Sonora después de ser asesinado un dí­a de 1928.

El más tardí­o en ser inhumado en el Monumento fue el General Francisco Villa, sin duda el hombre más carismático y conocido de la Revolución Mexicana, a quien sin embargo sus enemigos le regateaban ingratamente méritos. Dice su biógrafo Friederich Katz, junto con Moctezuma y Benito Juárez, Pancho Villa ha sido el personaje mexicano más conocido. Las leyendas sobre Villa se mantienen en la tradición oral y en las canciones populares como el Robin Hood o el revolucionario despiadado y, también como el único revolucionario que atacó el territorio de los Estados Unidos como una represalia a las polí­ticas de su gobierno. La División del Norte llegó a ser el mayor ejército revolucionario surgido en América Latina contando en sus mejores momentos con más de cincuenta mil hombres.

A propósito de la exhumación de Villa para darle oficialmente un lugar en la historia, dice Friederich Katz: «A Villa le hubiera encantado la escena. A pesar del frí­o que hací­a aquel dí­a ventoso de noviembre de 1976, el gentí­o colmaba las calles de la vieja Ciudad de Parral en Chihuahua. Habí­an oí­do que los restos de Pancho Villa enterrados allí­, iban a ser trasladados por decreto Presidencial al monumento de la Revolución, en la ciudad de México. Era el tardí­o reconocimiento a sus méritos revolucionarios por un Gobierno Mexicano.

Al aparecer el féretro de Villa flanqueado por miembros de su familia, la multitud estalló en aplausos y exclamaciones. Muchos lanzaron el viejo grito de guerra: «Viva Villa». Lo que más le habrí­a impresionado era que prácticamente ninguno de esos espectadores entusiastas lo conoció nunca, dado que más de cincuenta años habí­an pasado desde que fue asesinado y ni siquiera los padres de los muchos que ahora colmaban las calles de Parral para verlo partir a reunirse con sus enemigos en el Mausoleo de los héroes revolucionarios en la Capital, lo vieron ni lo oyeron, ni lo conocieron.»

Las dos figuras más emblemáticas de la Revolución Mexicana Villa y Zapata cabalgaron frente a sus ejércitos hasta reunirse en Xochimilco para atravesar la ciudad y entrar al Palacio Presidencial del Zócalo en diciembre de 1914. La fotografí­a de Villa, sentado en la silla del íguila con Zapata a su lado, llenó las portadas de los periódicos del mundo. Cuentan que con aquella sonrisa caracterí­stica en él, Villa se volteó hacia Rodolfo Fierro, uno de sus generales mientras decí­a: «Que bien se está aquí­ sentado Rodolfo, entran ganas de quedarse». Fierro ladinamente respondió: «Pues si le gusta quédese bien sentado mi General». Por contraste a lo sucedido, Villa declaró al New York Times en enero de 1914, que él no perseguí­a el poder por considerarse un hombre sin instrucción: «Nunca seré Presidente de México» dijo. «No fui a la Escuela ni un dí­a en toda mi vida, y no tengo educación suficiente para ese puesto. Mi abecedario fue la mira y el gatillo del rifle, mis libros fueron los movimientos del enemigo…»

Ese dí­a en el despacho presidencial del Zócalo, Zapata se negó a imitar a Villa diciendo en voz alta a los presentes: «La silla Presidencial está embrujada, cualquiera que se siente en ella no le va a ir bien o se convertirá en malo».

Pienso que lo dicho por Emiliano Zapata es un sabio pensamiento que deberí­an tomar en cuenta los gobernantes de nuestra golpeada Guatemala. Pareciera existir una maldición para quien llega a la Casa Presidencial.