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Desperté y abrí mis ojos a la luz de un nuevo día, feliz e ilusionado pensé que ese era el momento más hermoso para empezar a realizar mi acariciado anhelo.
Más tarde, al encontrarme envuelto en el cotidiano afán y saboreando anticipadamente la satisfacción del premio a mis esfuerzos, me dije a mí mismo que ese era el momento más propicio para vivir.
Pero terminó también el día y agotado tras la ardua labor vi llegar el ocaso, donde los rayos del sol cual bellas diademas de oro y brillantes coronaban las montañas. Contemplé mis esperanzas realizadas y vi nacer en mí nuevos ideales y una vez más pensé que ese era el momento más hermoso.
Y llegó después la noche que vistió al día de negro y como gotas de cristal llovieron las estrellas en el cielo; contemplando el firmamento elevé mi alma en alas del rumor de una oración, al escuchar en el susurro de la noche la respuesta a mi plegaria sentí estar una vez más en el momento más hermoso.
Y terminé por creer sin la menor duda, que la vida toda es el momento más hermoso en el espacio infinito de los tiempos, si alabando a Dios en su grandeza, damos gracias por todo y llenamos de alegría nuestro corazón.
A medida que el hombre avanza en su vida
reconoce que sólo posee el momento presente;
el que sigue le pertenece a Dios.