El mismo patrón de negarlo todo


Oscar-Clemente-Marroquin

Es impresionante cómo es que en casos graves que tienen que ver con serios y profundos daños a mucha gente, hay personas que se empeñan en apañar a los malvados, evadiendo su responsabilidad con la supuesta intención de “preservar la imagen” de la institución que representan. Así ocurre en los negocios privados y en muchos campos de la vida, pero hay situaciones que se vuelven ejemplares y que permiten evidenciar cuán absurdo es querer ocultar la realidad, sobre todo al medirlo con el daño que se termina haciendo.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


En Estados Unidos sigue siendo noticia importante el tema de Penn State University y su programa de football, uno de los más exitosos de toda la historia, al punto de que el entrenador Joe Paterno era reconocido como uno de los más destacados directores atléticos de Estados Unidos y estaba a punto de un retiro, con todos los honores del caso, cuando estalló el escandaloso comportamiento de su asistente, Jerry Sandusky, quien durante más de veinte años estuvo abusando de niños y jovencitos con una actitud criminalmente patológica que terminó por llevarlo a la cárcel luego de haber sido encontrado culpable en 45 de los 48 casos que fueron documentados ante la Corte, lo que da la idea de que hay muchos más que nunca se sabrán porque las víctimas no quisieron denunciarlo y exponerse ellos mismos a algún tipo de escrutinio legal y social.
 
 El caso es que las acusaciones contra Sandusky no eran nuevas. Desde los años 70 en la Universidad de Pennsylvania se sabía de sus desviaciones aberrantes para abusar de niños, a los que llevaba a las regaderas del campo de entrenamiento para abusar de ellos. Tanto Paterno como Graham Spanier y Tim Curley, Presidente de la Universidad y Director Atlético, respectivamente, recibieron denuncias concretas de testigos o de víctimas de los abusos de Sandusky sin que lo apartaran del cargo, mucho menos que ordenaran una investigación sobre el caso.
 
 Según investigaciones realizadas por exagentes del FBI contratados para el caso, los tres principales responsables del programa decidieron no poner en riesgo el prestigio y la fama del equipo de football americano de Penn, silenciando las denuncias y acallando cualquier tipo de señalamiento. Hicieron exactamente lo mismo que tantos obispos que, para “impedir un daño a la Iglesia”, apañaron a los curas abusadores que se sintieron en la gloria porque esa actitud les permitía seguir abusando de nuevas víctimas que caían en sus redes precisamente por la cómplice y también criminal actitud de autoridades llamadas a denunciar penalmente a los pederastas.
 
 Hoy en día el programa de football de Penn State y la misma Universidad en su conjunto, se encuentran manchados por el escándalo que no es únicamente porque haya habido un asistente de entrenador que abusaba de niños, sino especialmente porque las autoridades de la Universidad quisieron apachar el clavo ocultando los hechos para no dañar la imagen institucional. Lo mismo que ha ocurrido con nuestra Iglesia, porque el daño de imagen al final de cuentas se magnifica cuando uno se da cuenta que no sólo hay hechos concretos que son causantes del desprestigio, sino que las más altas autoridades, llamadas a actuar con responsabilidad, protegieron a los criminales y les permitieron seguir haciendo daño con la excusa de que estaban defendiendo a sus instituciones de agresiones externas de los medios de comunicación.
 
 Los hechos son incuestionables y son los abusadores los que le hacen daño a entidades como Penn State y la Iglesia. No es la prensa ni es la noticia de los hechos lo dañino. Lo que destruye la imagen es que existan profesores o curas que abusen de niños inocentes. Por fortuna el Papa actual, un poco a rempujones, terminó entendiendo el problema y ahora la jerarquía afirma que no protegerá a los pederastas.
 
 En todo caso, asumir responsabilidades puede ser duro y difícil, pero siempre produce mejores resultados.