El mes de mayo


El 15 de mayo era especial, dedicado a San Isidro Labrador, santo que traí­a el agua de lluvia y se iniciaba oficialmente el invierno.

Mario Gilberto González R.

«Febrero loco, marzo caluroso y abril ventoso, hacen un mayo hermoso». Esta expresión la repetí­a mi abuela mamá Tona y las personas mayores, cuando finalizaba abril.


Después la escuché de esta manera: «Marzo ventoso y abril lluvioso, hacen a mayo, florido y hermoso».

Entonces, mayo era conocido como el mes de Marí­a, de las flores, de las siembras, de las lluvias, de la primavera, de los matrimonios, de la muerte infantil, de las clases y del árbol.

El 1 de mayo, a las ocho de la mañana, se iniciaban las inscripciones escolares, y a las cinco de la tarde, en la iglesia Catedral, los rezos a la Virgen Marí­a.

De la mano de mi mamá, í­bamos a la escuelita con el certificado que avalaba el ser promovido al grado inmediato superior. A los rezos se llevaban flores, de preferencia blancas. Al terminar los rezos, se iniciaba una procesión con la imagen de la Virgen Marí­a que recorrí­a las dos naves catedralicias. De un lado iban las niñas y en el otro los niños. El último dí­a, las andas de la Virgen se adornaban con muchas flores. Las niñas vestí­an de blanco y los niños con su mejor trajecito. Cada quien llevaba una azucena en sus manos.

En el recorrido procesional, cantábamos:

Venid y vamos todos

con flores a Marí­a,

con flores a porfí­a

que Madre nuestra es.

Durante la Cuaresma y Semana Santa, se cerraban las velaciones. O sea, la ceremonia cuando a los novios, se les cubrí­a con un velo blanco, se les entrelazaba con una cadena, en señal de unión eterna y tanto ellos como los padrinos y papás, mantení­an encendida una vela, al momento de la Consagración. En el «Calendario de Sánchez & de Guise» no podí­an faltar las fechas de cuándo se cerraban y se abrí­an las velaciones matrimoniales. Ese dato era buscado por los enamorados. Y en el de mayo, numerosos matrimonios civiles y religiosos se celebraron por la noche.

El 2 de mayo, al entrar la noche, Juanito Solares, junto a otros amigos, iluminaban con faroles de colores, la cruz de madera en el cerro de la Candelaria, llamado después de la Cruz.

El 3 de Mayo, dedicado a honrar a la Santa Cruz, se iniciaba con asperjar con agua bendita las casas antigí¼eñas, especialmente los quicios de las puertas y ventanas. Mi abuela, Mamá Tona, nos hací­a repetir: «Salid de acá Satanás que el dí­a de la Cruz, te diré mil veces: Jesús…Jesús?Jesús». Y en efecto, habí­a que repetir mil veces Jesús. Cualquier equivocación era motivo de repetición hasta completar las mil veces ofrecidas.

Por la mañana, se oficiaba una misa solemne al pie de la Cruz y por la tarde no podí­an faltar, la marimba, las piñatas, las bombas y los cohetes y las vendimias populares. Se pagaban con tejos de china que después enterraban las vendedoras en señal de buena suerte, porque siendo la Santa Cruz, un sí­mbolo sagrado donde Jesús fue inmolado, no se debí­a mercadear los alimentos que í‰l ofreció multiplicados a quienes le seguí­an y escuchaban su palabra.

Los albañiles elaboraran en la obra que construí­an, un altar donde destacaban la presencia de la Cruz. Lo adornaban con figuras de papel de china, velas e incienso.

Ese dí­a también, se celebraba en Amatitlán el Dí­a de la Cruz, con la procesión del Niño Jesús alrededor del lago. Popularmente era conocida, como la fiesta de la Pepesca.

El 15 de mayo era especial, dedicado a San Isidro Labrador, santo que traí­a el agua de lluvia y se iniciaba oficialmente el invierno.

A las siete de la mañana, era un corre corre de los papás y sus hijos, para estar presente en la escuela y en los colegios a las ocho en punto de la mañana, porque esa falta de puntualidad, era motivo de regaño para los papás y castigo para los hijos.

A las 8 en punto se mandaba formación general y con una ceremonia especial, en la que estaban presentes, el Director de la Escuela, el Jefe Polí­tico, el Intendente Municipal, el Inspector de Educación, el Presidente de la Junta de Educación y los profesores, solemnemente se declaraba el inicio del ciclo escolar.

Don José Lafuente interpretaba al piano el Himno Nacional, y un profesor orador exaltaba con verbo florido, las virtudes de la educación.

A veces, esta ceremonia se estropeaba porque las primeras lluvias saludaban desde bien temprano, el primer dí­a de clases. Así­ que saltando charcos, evitando lodazales y librándose de la lluvia que caí­a de los viejos tejados, la puntualidad debí­a de cumplirse.

Y desde ese primer dí­a de clases, el rigor a los estudios, era una exigencia indiscutible.

Cuando dejaba de llover por varios dí­as y la lluvia era necesaria para las recientes siembras, en los patios de las casas se hací­a una cruz de ceniza y se invocaba a San Isidro Labrador, de esta manera:

San Isidro Labrador

pon el agua y quita el sol.

Las primeras lluvias reverdecí­an los campos, brotaban pujantes las siembras, el chichicaste lucí­a frondoso en los cercos con alambres de púas, En las casas, florecí­a el gí¼isquilar sobre débiles tapescos, la flor de loroco le daba un sabor especial al arroz y en los jardines abrí­an sus pétalos en las frí­as mañanas, la rosa, el lirio o el geranio. A la vez que las lluvias alimentaban las siembras y embellecí­an los jardines, traí­an enfermedad. Se decí­a que las vacas comí­an las hojas tiernas de la milpa, que la peluza iba en la leche y para que no hiciera daño, se le agrega agua de cal de segunda, que se vendí­a en las farmacias. Los niños no soportaban los cambios de la naturaleza y las enfermedades pulmonares y estomacales, los llevaba a la tumba.

Cada dí­a, a lo largo de mayo, eran frecuentes los sepelios de los niños. Eran llevados en cajitas forradas de blanco Las de la nena, se distinguí­an con un listón celeste alrededor.

La velación de su cuerpecito -por ser considerados angelitos que volaban al cielo- se les arreglaba un altar con muchas velas y azucenas y sus cuerpecitos inertes, eran colocados en los brazos de un ángel, en señal de entrega para que él, los llevara directamente al cielo.

Las paperas, la varicela, el sarampión, el mal de ojo, los cólicos intestinales, eran enfermedades propias de los niños y del inicio de las lluvias. La viruela, las infecciones intestinales, la tos ferina, la difteria y la meningitis eran mortales.

Y en familias numerosas y a veces con escasez económica, las enfermedades hací­an de las suyas y la mamá, principalmente, encendí­a velas a los santos para que las enfermedades pasaran de largo. Se recuerda este dicho.

El sarampión toca la puerta.

Las paperas preguntan; ¿quién es?

Es la viruela, señora,

que la sarna viene después?

Es decir que, cuando llegaba el sarampión, las paperas ya estaban dentro y se anunciaba que pronto vendrí­an, la viruela y la sarna?

Los médicos extendí­an las recetas y en las farmacias se elaboraran las medicinas. Jarabes y pomadas especialmente.

El último domingo de mayo, se celebraba el Dí­a al írbol. En un acto cí­vico, donde estaban presentes estudiantes y las autoridades de la ciudad, se elogiaba al árbol y se entonaba su Himno, a la vez que se sembraban muchos arbolitos para reponer los que se habí­an marchitado o cortado.

Al atardecer del último dí­a de mayo, la Iglesia Catedral abrí­a de par en par sus dos puertas. El rezo a la Virgen era con cánticos de exaltación y su procesión era solemne y se alegraba con las voces tiernas de los niños, que llevaban una azucena en señal de pureza.

El 1 de junio, se iniciaba en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, el mes dedicado al Sagrado Corazón que terminaba con una exposición del Santí­simo de sábado a domingo y con una procesión eucarí­stica alrededor de sus dos amplias naves.

Así­ éramos los niños de entonces?