El mal está en los partidos polí­ticos y su gente


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Cada vez me preocupa más la situación por la que atraviesa el paí­s y que sea más común escuchar que la polí­tica es útil para dominar la máquina del Estado por medio de otra estructura denominada partido u organización partidaria. Nada más equivocado e inútil, puesto que si vivimos en sociedad es para mejorar nuestra calidad de vida, cuando entonces la polí­tica debiera servir para eliminar los problemas sociales que impidan lograr el bienestar de las mayorí­as, cosa que resulta imposible de hacer, cuando se tiene la equivocada idea de que sea el partido el que aplique la organización y así­ domine la maquinaria estatal predominando la retórica.

Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

 


De un tiempo a esta parte solo vemos gestos polí­ticos que no tienen otro fin que mantener la imagen pública del actor, gobernante o candidato para provocar la adhesión de los gobernados o de sus electores, según sea el caso, para mantener o conquistar el poder. Pero olvidan preguntarse: ¿a quiénes convencen? O mejor dicho ¿A cuántos engañan?, ¿cómo vive la gente y cuáles son sus demandas?
 
Un real y verdadero polí­tico no se distingue por su sonrisa, el retoque fotográfico llevado al extremo, los colores escogidos para su emblema o sí­mbolos partidarios. Por creer en esas futilidades la gran mayorí­a vive en malas condiciones, en la capital por ejemplo, cuando el alcalde cree que con retórica y maquillajes en zonas privilegiadas se resuelve todo, mientras subsiste la escasez de agua potable, pésima viabilidad, baches y hasta cráteres en la cinta asfáltica, si es que existe o que el transporte colectivo continúe siendo el gran dolor de cabeza para la gente trabajadora y productiva.
 
Un buen polí­tico es aquel que persigue el bienestar de la sociedad, la justicia real, efectiva y sin distingos. Al no aparecer todo ello por ninguna parte, entonces se genera en la población frustración, indiferencia o hartazgo lo que a todos consta sigue preponderando entre los electores. Sigo pensando que nuestro problema no es cuestión de sistemas o de ideologí­as polí­ticas, sino que la vida en sociedad sigue putrefacta cuando cada partido y sus integrantes mantienen el principio de solo ver sus intereses particulares a la hora de gobernar.
 
Mientras no se desempeñe la actividad polí­tica del paí­s honestamente, siempre, invariablemente, seguiremos viviendo la realidad cada vez más cruda y dramática sembrada por la injusticia, violencia, intereses turbios, delincuencia, afán de poder, manipulación de la verdad y de las personas, como las condiciones de vida cada vez más miserables, porque lo que domina es la ley del más fuerte. Analí­celo bien estimado lector, no hay por qué refundar el Estado, modificar la Constitución o importar si se quiere un presidente extranjero, sino simplemente retomar la conducta ética en nuestros polí­ticos, en sus partidos y en toda la ciudadaní­a, pues de lo contrario no hay otra opción: ¡seguir en las mismas!