El Ministerio de Cultura y Deportes recién publicó esta semana el acuerdo número 767-2011, en el cual declaran Patrimonio Cultural de la Nación al maíz (Zea mays, L.), específicamente todas las variedades y tipos autóctonos, propios, distintivos, originarios o peculiares de los suelos y climas de Guatemala.

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Según la justificación, “desde tiempos ancestrales en Guatemala, el maíz es parte de la mitología, la cosmogonía, los calendarios, la teogonía, la espiritualidad y las prácticas culturales del pueblo maya, mismas que están reflejadas en las narraciones del Popol Vuh, arquitectura y cerámica prehispánicas, códices en tradiciones orales que se han mantenido vivas a través de los siglos gracias a la persistencia inteligencia de este pueblo, cuyos descendientes forman mayoría entre la población del paísâ€.
Es innegable el impacto que el maíz ha tenido sobre la cultura de Guatemala y de Mesoamérica. Según algunas teorías sobre asentamientos humanos, uno de los factores imprescindibles para dejar el nomadismo fue la domesticación de ciertas plantas, en especial granos, que pudieran aportar suficientes proteínas y que fuera fácilmente almacenable, sobre todo en cuestión de su caducidad.
En Mesoamérica, varios cultivos fueron propios del suelo, tales como el cacao, la calabaza, el frijol y, por supuesto, el maíz. De allí, que el maíz, como grano principal en cuanto a la nutrición de proteínas y su conservación para varias semanas, fue el eje primordial para el establecimiento de las culturas en el Istmo.
De allí, es fácil comprender su consagración mitológica, ya que al ser el centro de la cultura económica, su justificación ideológica se da de una manera natural. Las culturas náhuatl, la maya, la tolteca, entre otras, evolucionaron gracias a la certeza del maíz en estas tierras.
En el territorio que hoy día se conoce como Guatemala, la justificación filosófica proviene, sobre todo, del Popol Vuh, que concede al maíz características teogónicas, al referir que los formadores y creadores utilizaron este grano para la creación del ser humano.
Siglos después, escritores que se involucraron en las corrientes de la búsqueda de lo nacional, como Miguel íngel Asturias y Mario Monteforte Toledo, otorgan también características literarias al maíz. En el primer caso, obviamente es a través de Hombres de maíz, mientras que el segundo lo hace de una mejor manera en Entre la piedra y la cruz.
Ambos logran comprender el simbolismo que tiene el maíz para las culturas agrarias de la Guatemala de inicios del siglo XX. Para los indígenas de entonces (y quizá también para los de ahora), su cultura económica-social estaba centrada en la producción familiar del maíz, y en base a ello justificaban sus costumbres e ideología.
Sin embargo, la crisis de finales del siglo XIX con la grana y la agresiva entrada de las transnacionales extranjeras –sobre todo alemanas, con el cultivo del café, y estadounidenses, con el cultivo de la caña de azúcar y el banano–, provoca que haya un cambio socioeconómico en el país, que inicia con las transformaciones de la llamada Reforma Liberal, cuyo inicio se registra en 1871.
HOMBRES DE MAíZ
En un artículo publicado en El Imparcial del 4 de enero de 1927, página 3, con título “La Guatemala desconocida: Uspantán e Ilómâ€, muestra muchas coincidencias en cuanto a la historia original de Hombres de maíz de Miguel íngel Asturias.
La trama central de la novela se centra en la historia de Gaspar Ilom, que defiende sus tierras y sus creencias ante el avance de los maiceros, que eran agricultores que buscan la producción a gran escala de las tierras, contrariando las creencias de los indígenas en torno a los orígenes religiosos del maíz.
En el artículo de El Imparcial, se revela un episodio histórico ocurrido en la llamada Zona Reina (denominada así, no por lo majestuoso de la región, sino por el apellido del entonces gobernante José María Reina Barrios), en Huehuetenango y Quiché. Allí, en Ilom, de donde surge el nombre del protagonista de la novela, se refiere de una “oposición hostil de los naturales. Cuando se percataron de que la planta del ladino arraigaría en su territorio, profanando su sagrado atraso, el cacique Gaspar Hijom levantó la protesta, apoyado por todos los habitantes allí diseminados. Este cacique también oficiaba de brujo y la temibilidad de su doble poder impulsó a suprimirlo del mundo al secretario municipal, Ricardo Estrada, que le propinó estricnina, según consta de autos seguidos por la autoridad correspondienteâ€.
La coincidencia es enorme, ya que Gaspar Ilom (conjugación entre el nombre del lugar y el del brujo cacique) defiende el carácter sagrado del maíz (nótese que las creencias indígenas en el artículo tiene un tinte peyorativo, mientras que Asturias defiende y simpatiza con estas creencias), pero finalmente muere envenenado, tal y como le ocurrió al personaje histórico.
El punto central de la novela de Hombres de maíz, como se demuestra, es el conflicto entre los indígenas y los maiceros, pero que materialmente es la crisis por un cambio socioeconómico fuerte, que ocurría con la autorización gubernamental de extender la frontera agrícola más allá de la Zona Reina.
PIEDRA O CRUZ
Mario Monteforte Toledo también codificó en clave literaria este conflicto, especialmente en su novela Entre la piedra y la cruz, en la cual Tol Matzar, debido a problemas legales, se ve obligado a dejar su parcela de maíz y viajar a las fincas de café para pagar una deuda contraída con abogados, que lo embaucaron en un lío legal.
Matzar y su familia se resistieron a abandonar sus costumbres, y pese a estar en las fincas de café, rehuyeron de los artilugios de los finqueros para hacer que los peones permanezcan más tiempos arraigados al cultivo del café.
“No, no está bueno. No hay que salir del pueblo para echar raíces en otro lugar. Aquí es el mero lugar de la gente de antes y aquí tenemos que morir. La tierra de uno nunca paga mal. Es pecado regar sudor sobre tierra ajena para que otros no trabajenâ€, le decía a Matzar un viejo cofrade debido a remero antes de salir de la aldea.
Monteforte Toledo exponía el cambio social que se produjo con la entrada de los grandes capitales, sobre todo alemán y estadounidense, a Guatemala, a finales del siglo XIX y principios del XX, en la que la clase política hizo todo lo posible para que los grandes terratenientes tuvieran las condiciones ideales para la explotación del café, especialmente, aunque también caña de azúcar y banano.
Por ello, hubo una crisis entre los indígenas que mantenían sus parcelas, algunas comunitarias, en las que basaban su economía en la producción del maíz. Pero a base de algunas artimañas (especulación en los precios del maíz, reclutamientos forzosos para fincas, traspasos de deudas de campesino para los finqueros, uso de monedas no oficiales, etc.), los indígenas se vieron forzados poco a poco a abandonar sus tierras, a venderlas y ofrecer su fuerza de trabajo en los beneficios de café.
CONCLUSIONES
En consecuencia, el país sufrió traumáticas transformaciones que se justificaron muchas veces a través de la imposición de los criterios políticos, sin tomar en cuenta la idiosincrasia del país. Se necesitaban, pues, grandes extensiones de tierra y más trabajadores (sobre todo mano de obra barata), lo cual provocó expropiaciones de las tierras comunales, así como el reclutamiento, a veces forzoso, de campesinos.
A través de artificios legalizados a través de mandatos políticos arbitrarios, forzó a los campesinos a vender sus tierras y a vender su fuerza de trabajo para las grandes fincas, por lo que tuvieron que dejar sus siembras de maíz, lo que causó también un choque cultural, del cual no se ha sanado aún.
En este traumático proceso, la fuerza política tuvo el poder suficiente para obligar a un cambio en la cultura económico-material, pero se olvidó de otorgar una justificación en el plano de lo ideológico. Por ello, a más de un siglo de esta crisis, aún existe esa resistencia por parte de los indígenas para abrazar sus creencias en torno a la cultura del maíz.
Hoy día, es evidente que se importa la mayor parte del maíz que se consume, acción que ha aumentado desde el Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos, país que se constituye como uno de los grandes productores de este grano.
Como forma de resistencia cultural, los indígenas persisten en centrar su alimentación en el maíz, pero la actividad económica esencial es casi ejecutarla, a menos que sea por pura subsistencia, como ocurre realmente.
Aunque el acuerdo ministerial en cuestión no explique de qué forma promoverá protecciones para el maíz y sus formas culturales que giran en torno al grano, considero que esta acción sería valiosa si y sólo si se encamina a recuperar las justificaciones mitológicas en torno al maíz, así como otros rasgos culturales.
Pero ello es muy difícil, porque la correlación de fuerzas económico-políticas actuales intenta todavía eliminar los minifundios y combaten a los campesinos que se resisten con órdenes judiciales y violentos desalojos, so pretexto de que invaden las grandes fincas de terratenientes.
Si este acuerdo sirve para mejorar las condiciones socioeconómicas, entonces debe ser bienvenido. Pero si sólo pretende engrosar la verborrea de inclusión cultural de este y otros gobiernos, entonces será letra muerta.