El Mago de Las Letras


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Ese es el Mago de las letras españolas. Me temo que las gentes no se hayan enterado todaví­a. Ese es el Mago. Yo lo preconicé así­. Es un Mago: trueca los vocablos en gemas, y maravilla contemplar los tesoros de pedrerí­a que posee y la cuasi divina facilidad con que los emplea en cuanto escribe. Alejandro Sawa (1862-1909)

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POR JAIME BARRIOS CARRILLO

Enrique Gómez Carrillo, o Carrillo como muchas veces se le llamaba, fue el escritor de lengua española más leí­do y publicado de su época; traducido también a muchos otros idiomas: al francés, alemán, checo, inglés, sueco, italiano, japonés, portugués, rumano y griego. Muy pronto, a los 22 años, era ya miembro de la Academia Española de la Lengua, lo que aprovechó para sus cartas de presentación a numerosí­simos personajes del arte y las letras, a los cuales realizó entrevistas memorables, entre ellos Oscar Wilde, Augusto Strindberg, Daudet, Zola y muchos otros.

Cuando el escritor español Alejandro Sawa, famoso por su temperamento y su vida bohemia, escribió que Enrique Gómez Carrillo era “El Mago de las letras españolas”, estaba expresando una idea generalizada de la época. Sawa retrataba al Carrillo de principios de antes de 1909, el que habí­a conocido en Parí­s y habí­a visto brillar en las conversaciones de los cafés parisienses con su erudición incomparable y a quien se le asociaba a nombres como Jean Móreas, Oscar Wilde, Paul Verlaine y toda la flor y nata de la intelectualidad y literatura francesa.

La pregunta central serí­a: fue un hombre sólo de su época o es un autor que tiene de nuevo vigencia en el mundo posmoderno? Las reediciones actuales de sus libros en diversas partes del mundo marcarí­an un indudable retorno al estrado, a la preferencia de los lectores, al creciente interés de los estudiosos e investigadores, pues Gómez Carrillo en la historia del periodismo y la literatura española resulta siendo como en el verso de Coronel Urtecho: ”el paisano inevitable”.  
 
Y si su obra es inmensa y siempre sorprendente, abarcando  novela, cuento, crí­tica, traducción, ensayo y crónicas, su misma vida fue como una novela; “una novela ejemplar” decí­a él mismo parafraseando a Cervantes. Un hombre de muchas aristas: el periodista y escritor, el polemista, el traductor, el diplomático y sobre todo el más grande cosmopolita de la lengua castellana.

Fue Carrillo acaso el bohemio a ”caballo entre dos siglos”? La frase es del español Castillo-Puche y la retoma Augusto Monterroso en su libro La Vaca. Es decir: fue el modernismo realmente nuestro romanticismo? Habrí­a que precisar un poco ese cabalgar entre centurias. Porque el modernismo no fue una escuela sino un movimiento. Un acontecer literario hispanoamericano, que floreció en diferentes ciudades y momentos históricos. Comenzó balbuceante en La Habana, siguió en México, pasó por Guatemala ( Martí­, Darí­o, Chocano, Barba Jacob y todos los nacionales) y culminó apoteósico en Buenos Aires y en el mismo Madrid. En ese proceso, Rubén Darí­o y Gómez Carrillo fueron casi como decir “el modernismo”.

Como modernista de pura cepa, fue un cultivador de la llamada “Belleza”. Afirmaba: “El arte, que en poesí­a es tan anticuado cual el mundo, en prosa es una conquista reciente. Labrar la frase lo mismo que se labra el metal, darle ritmo como a una estrofa, retorcerla ni más ni menos que un encaje.”

El modernismo antecedió a las llamadas vanguardias latinoamericanas. Sus máximas alturas fueron las cimas de la poesí­a dariana, que se prolongó a través de su influencia (cuánto no le seguiremos debiendo a Rubén). Mas suele considerarse (gran equivocación) que la prosa modernista no alcanzó el mismo nivel de la poesí­a. Las vanguardias latinoamericanas, en todo caso, no hubieran sido posibles sin Darí­o y sin Gómez Carrillo, estos dos fueron casi como decir “el modernismo”. Augusto Monterroso los llama “grandes limpiadores de establos”.

La prosa modernista significó, además, una especie de globalización literaria e informativa. Sobre todo a través de los grandes periódicos El Liberal, en Madrid, y La Nación en Buenos Aires. Estos diarios permitieron la circulación masiva de textos que de otra manera se hubieran reducido a pequeños grupos de lectores afines o en el peor de los casos en las gavetas del olvido.

El periodismo en castellano les debe mucho a los modernistas centroamericanos, Rubén Darí­o y Gómez Carrillo junto a nombres como Máximo Soto Hall, León Pacheco, Salomón de la Selva, Arturo Ambroggi y Toño Salazar. Y el periodismo se hizo con Gómez Carrillo más literario y la literatura se nutrió de la experiencia periodí­stica. Profesionalizó la escritura, siendo un viajero incansable de agudas observaciones, que trabajaba sobre la reelaboración existencial (”sensaciones” las llamaba) de sus materiales. Clásicos son sus libros sobre Grecia, Japón, Egipto y Jerusalén. Gómez Carrillo llegó a ser director de periódicos españoles como El Liberal, que equivaldrí­a hoy a serlo de El Paí­s u otro diario de primera lí­nea en España. Y publicó miles de artí­culos en los principales periódicos del continente, sobre todo en La Nación de Buenos Aires.
 
Donde Carrillo poní­a la letra algo se consumaba. Sus crónicas eran leí­das por millares de personas. Viví­a en Paris, su “tierra prometida”, pero escribí­a para los hispanohablantes. Además, se sabí­a meter en las editoriales francesas, que lo traducí­an y publicaban y desde muy joven logró un puesto en la poderosa editorial Garnier, desde donde él decidí­a a que escritor español se publicaba. Lo que le acarreó no pocas antipatí­as, al extremo que Pio Baroja lo llamó “rastacueros”. Mas tuvo también muchos amigos que ponderaron su obra, entre estos Blasco Ibáñez, Jacinto Benavente, Leopoldo Alas “Clarí­n” y Benito Pérez Galdós. Fue un hombre que no podí­a pasar desapercibido, fuera por sus textos o por su vida de giros exacerbados con duelos, amores múltiples y viajes para entonces impresionantes.

No debe pasarse por alto su labor de crí­tico literario. Desde sus primeras travesuras en Guatemala (criticando agudamente a la edad de sólo 16 años al í­dolo nacional de Guatemala José Milla) hasta sus obras maduras sobre literatura extranjera y sus numerosas introducciones y prólogos a libros de otros autores, que constituyen muchas veces magní­ficos ensayos literarios. Resulta todaví­a sorprendente su conocimiento sobre literatura universal, japonesa, inglesa, sueca, italiana.

Su novelí­stica superó la mitomaní­a para dar el paso a la ficción, más allá de lo meramente confesional. Sus novelas son también aventuras que permiten la exploración de su ser interior y a la vez la captación de Paris finisecular y de Madrid, ambas ciudades vividas por un eufórico jovencito que apenas tení­a 20 años y que estaba obsesionado por la literatura.

Imposible en una semblanza atrapar la vida y la obra del escritor probablemente más prolijo de la lengua castellana. Los famosos 87 volúmenes, contabilizados por su biógrafo Juan Mendoza, constituyen miles de páginas, de niveles muy diversos y temas innumerables.

Su biógrafo Alfonso Enrique Barrientos, sostiene que fue uno de los primeros feministas, en el sentido de que dio un lugar la mujer en la literatura. La mujer fatal de sus novelas sobre la bohemia. La mujer ideal de su novela “El Evangelio del Amor.” Escribió decenas de reseñas sobre mujeres artistas. Pergeñó sobre la psicologí­a de la mujer y sobre el sentido de la moda femenina.

En la vida fue, sin embargo, un auténtico Casanova. Tuvo relaciones amorosas con  mujeres estelares de su tiempo, incluso algo con Isadora Duncan. Y se levantó el rumor de que habí­a sido amante de la celebérrima vedette Mata Hari; algo que él negó siempre rotundamente, llegando a escribir un libro sobre la base de que él nunca se habí­a encontrado con la exótica y semidesnuda bailarina.

El gran amor de su vida fue probablemente Raquel Meller, la diva de España y una de las mujeres más admiradas en todas partes; incluso Chaplin pretendió que trabajara con él. Raquel no fue simplemente una cupletista sino una artista universal y la primera gran estrella del cine español. El matrimonio fue su segundo, habí­a estado casado antes muy brevemente con la escritora peruana Aurora Cáceres. Con Raquel adoptaron una hija llamada Elena Gómez Carrillo. Tuvo también una hija biológica con la cantante de ópera Anny Pérey, la que también se llamó Elena.

Después del divorcio de Raquel Meller en 1922, pareció caer en depresión. Y se refugiaba más y más en el ajenjo y el coñac, lo que le fue minando su salud pues seguí­a trabajando con gran intensidad como siempre lo habí­a hecho. No obstante alcanzó a escribir cinco o seis libros en los últimos años, entre los que sobresalen sus crónicas sobre la ciudad de Fez en ífrica del Norte. Su labor de periodista lo acompañó hasta el final, publicando su última crónica el 3 de noviembre de 1927, el mismo dí­a en que enfermó.

Casó en terceras nupcias con la salvadoreña Consuelo Sunción, a quien llevaba más de 30 años. La Suncí­n contrajo matrimonio poco después con el Conde de Saint Exupéry, creador del El Principito. Se refugió psicológicamente en Consuelo a que llamaba “la luz de mis últimos dí­as”. Gómez Carrillo falleció once meses después del casamiento, el 29 de noviembre en Parí­s de 1927. Con él parecí­a terminar una época. Manuel Ugarte, escritor argentino expresó: «Fue maestro de la frase corta. Llevó a la perfección el arte difí­cil de mantener el interés del lector. Nadie le podrá negar un puesto entre los grandes escritores iberoamericanos de su tiempo.”

Murió el mismo año que surgí­a la Generación del 27, jóvenes que se reunieron en torno al tricentenario del poeta Góngora. Gómez Carrillo no alcanzó a compenetrarse de lo que traí­a este movimiento ni tampoco pudo captar plenamente lo que significaron las vanguardias. A los 54 años era un hombre prematuramente envejecido y melancólico, sentado en el trono de una presencia  literaria que pronto dejarí­a de ocupar.

Al final de su vida le entró a un “chapinismo sincero”, como él mismo Gómez Carrillo expresa. El escritor belga y premio Nobel Mauricio Maeterlinck, impresionado por sus descripciones de Guatemala le dijo: “vamos a morir allá!”. Carrillo le contestaba: “No es tierra para morir sino para vivir”.

No pudo, sin embargo, realizar el viaje. El “glorioso retorno” sigue esperando. Porque Guatemala no parece darse por aludida de la importancia de Gómez Carrillo, de “la gloria”, como se decí­a en su época, de este hombre nacido en la Ciudad de Guatemala y convertido en habitante prominente del planeta llamado literatura universal. Juan Mendoza en su biografí­a del cronista, criticaba acerbamente la gran ingratitud nacional con Enrique Gómez Carrillo, quien se quejara al final de su vida así­:

“En Guatemala no me quieren, iré sólo para que me insulten”. Pocos comprendieron en el paí­s (habrán comprendido ahora?) que Enrique Gómez Carrillo fue el escritor que puso por primera vez a Guatemala en el mapa de la literatura universal.

Gómez Carrillo parece ahora sacudirse más y más el polvo del olvido. Se viene dando, especialmente en España, un creciente interés por la vida y la reedición de su obra: encontramos en estudios de doctorado, como “Oriente en la crónica de viajes: el modernismo de Enrique Gómez Carrillo” por Karima Hajjaj Ben Aume de la universidad Complutense de Madrid, también la tesis doctoral  “La autobiografí­a modernista de Enrique Gómez Carrillo” del investigador guatemalteco Aroldo Solórzano en la Universidad de California y en Francia el trabajo de Claude Murcia de Viot:  «Enrique Gómez Carrillo, Intermediaire Culturel entrel la France, l’Espagne et l’Amerique Espagnole» de la Universidad de Parí­s.

Destacamos las reediciones actuales de obras como “Fez la andaluza” (2010) , “Treinta años de mi vida: el despertar del alma” (2011), “La miseria de Madrid” (2010), “El Japón heroico y galante” por la editorial Libris (2010), la novela “Maravillas” por BiblioLife (2009), los ensayos de “Literatura Extranjera: Estudios“ (Among the ruins) por Nabu Press (1910),  la edición digital alemana de Mata Hari (2009) y la reedición francesa del Evangelio del Amor (l’evangile de l’amour) .

Además de la biografí­a de su contemporáneo Juan Mendoza y la posterior de Alfonso Enrique Barrientos, tenemos la extraordinaria biografí­a de Edelberto Torres Espinoza (reeditada recientemente por la editorial guatemalteca F y G ).

Definitivamente la prosa de Gómez Carrillo cautiva,  integra al lector a un mundo de sensaciones y también dimensiones espacio temporales que tienen vigencia permanente. Precursor y vanguardista, pionero y clásico, es Gómez Carrillo un autor que hoy vuelve y emerge con su magia literaria del olvido. 

Está enterrado en el Pí¨re Lachaise (donde solamente hay solamente dos escritores latinoamericanos enterrados, Gómez Carrillo y Miguel íngel Asturias). Este es el  cementerio de los personajes ilustres de Parí­s y en su tumba el epitafio reza: “Siempre alerta en medio de tantas cosas adormecidas”.