No es casual que en Guatemala celebremos el Día del Maestro el día en que conmemoramos la muerte de la educadora María Chinchilla, en 1944, cuando ella formaba parte de una manifestación para exigir democracia en el país y que se pusiera fin a la dictadura de Ubico. Podría pensarse que siendo una actividad fuera de la academia no hay razón para usar tal fecha en homenaje a los maestros, pero la verdad es que un verdadero educador no es el que se contenta con trasladar a sus alumnos el conocimiento científico sino quien se preocupa por su formación cívica.
Y justamente si algo nos hace falta ahora en Guatemala es esa clase de educadores que sepan inculcar civismo a las nuevas generaciones y que enseñen que ser ciudadano implica no sólo exigir respeto a los derechos sino exacto cumplimiento de los deberes ante la Patria y ante la sociedad. Maestros que trasladan conocimientos en las distintas ciencias a sus alumnos hay muchos y varios de ellos lo hacen verdaderamente bien, pero el papel del educador es mucho más amplio y es generalmente con el ejemplo como se concreta de manera más excelsa su labor.
Un maestro que calla ante la iniquidad y enseña a sus alumnos a ser abyecto en la sumisión es indigno aunque sea el más competente desde el punto de vista académico. El maestro tiene la obligación de promover entre sus alumnos la búsqueda de los valores ancestrales que han inspirado a la especie humana, entre ellos de manera muy destacada debemos hablar de la justicia y de la libertad. Y cabalmente buscando libertad en las calles iba la manifestación que, junto a buena parte de la población, exigía la renuncia del dictador que por catorce años había pisoteado derechos y libertades de la población. Buscando libertad y democracia en las calles de la ciudad fue asesinada María Chinchilla, la joven maestra que se sumó al movimiento para repudiar la tiranía.
Sentimos que no es, de ninguna manera, una casualidad que en Guatemala el símbolo del magisterio no lo encontremos en la venerable figura del educador que peina canas en el aula magna trasladando su sapiencia a la juventud, sino en una joven maestra que murió en lo que Ubico y muchos como él consideraban una actividad de bochincheros pero que realmente era un ejemplo de civismo, de compromiso con los más altos valores de la especie humana. El mensaje está allí, claro, contundente y conciso, para recordarnos que educar es más que enseñar el alfabeto y los rudimentos de las operaciones matemáticas. Educar es formar hombres y mujeres que sepan vivir en libertad y luchar por preservarla.