Tengo un loro tan inquieto
que por todas partes anda,
enemigo, como muchos,
de la quietud de la estaca.
Al llegarse a la cocina
le dio un elote mi criada,
y él se puso a devorarle
con el pico y con las patas:
como éstas por estructura
son tan mal acomodadas
para el servicio manual
cuando es menuda la vianda,
un grano coge, otro bota,
éste suelta, aquél agarra,
y antes de probar bocado
media mazorca desgrana.
Los tordos y los sanates
se le hicieron camaradas,
y en sus desperdicios tienen
con los pollos mesa franca.
Un cerdo muy bien cebado
con paso grave llegaba,
y gruñendo aquel desorden,
dijo: ¡Mire usted qué infamia!
Con pródigas profusiones
mantener gente holgazana,
y abusar de la simpleza
de esta ave sencilla e incauta.
Ea, yo pondré remedio;
no hay que afligirse por nada.
Acercóse: dicho y hecho,
todo el elote se traga.
La conducta del marrano
no me ha parecido extraña,
pues no son nuestras costumbres
capaces de mejorarla.
Lo mismo hace un albacea
con la hereditaria masa,
y un tutor o curador
con la pupilar substancia.
Rafael García Goyena (Guayaquil, 1766-Guatemala, 1823)