Entendiendo que de todo hay en la viña del Señor, no se puede pasar por alto que pocas profesiones demandan tanto sacrificio, dedicación y entrega como la de los médicos y cirujanos que además de años de estudio requieren de rigurosos programas de entrenamiento, que les consumen muchos años de su vida, con el afán de curar a los enfermos y, en última instancia, salvar vidas. Yo he sido testigo de lo que significa esa especial vocación al verla primero en el trabajo de mi suegro y luego en la carrera de mi hijo mayor.
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Por ello cuando me hablaron unos médicos del Hospital San Juan de Dios para contarme sus angustias, la forma en que se les van vidas humanas simplemente porque no disponen de los insumos necesarios para atender como se debe a los pacientes, entendí perfectamente que había mucho más que una simple frustración personal. Lo que percibí era un tono de rabia, de profunda rebeldía porque se trata de gente que ha hecho enormes sacrificios para prepararse a fin de atender a los enfermos y se sienten impotentes cuando sabiendo exactamente el tratamiento que deben darles, no pueden hacer nada simplemente porque la corrupción que campea hace que no dispongan de los recursos necesarios para actuar de acuerdo a lo que dicta su experiencia, sus conocimientos y los protocolos científicos plenamente establecidos.
Sabido es que Salud Pública es uno de los centros medulares del negocio con los recursos públicos y en este gobierno ha sido visible la figura del vendedor de medicamentos moviendo todos los hilos de los negocios en el Ejecutivo. Pero hace muchos años que con la venta de medicinas y proveeduría a los hospitales se lucra en forma inhumana porque es a costillas de la vida misma de los enfermos que se embolsan enormes cantidades de dinero. Robar en un país pobre siempre llorará sangre, pero hacerlo justamente donde más falta hace, donde sabemos que cada centavo que se lleva el traficante de influencias es a cambio de la muerte de algún pobre que buscó desesperado su cura en el sistema hospitalario, tiene que ser además de un gravísimo delito un pecado social que si realmente hay una justicia divina, ojalá Dios nunca perdone.
Entre los galenos con los que platiqué estaba una joven que está haciendo su residencia y que como tantos médicos de Guatemala, se siente defraudada, dolida y avergonzada cuando no puede asistir a un paciente como se debe. Por supuesto que nunca nos dirán que el paciente X murió a causa de que faltó determinada medicina o lo necesario para un tratamiento específico, puesto que como son las cosas en nuestro país, a lo mejor la represalia de las autoridades sería acusarlos a ellos de mala práctica y de haber dejado morir a un paciente. Eso no me lo dijeron ellos, pero lo sé yo porque los pícaros en nuestro medio no tienen límite y con tal de salir en caballo blanco, hunden a quien tengan que hundir.
Todos los médicos del país saben perfectamente lo que es ver morir a un paciente por falta de recursos para atenderlo porque eso ha ocurrido en el transcurso de nuestra historia. Pero ahora es consistente, es un fenómeno que se vuelve cotidiano por la irresponsabilidad de autoridades que tienen el encargo principal y prioritario de pagar las deudas que dejó la campaña política anterior y cubrir la inversión que los mercenarios de la medicina, los vendedores de medicamentos, hicieron a favor del ganador de la elección.
Es triste que el desgarrador grito de los médicos que nos piden como sociedad que hagamos algo quede en el vacío para seguir entreteniendo la misma nigua que nos hace convivir en la sempiterna porquería.