El lenguaje del poder es grosero, procaz y arrabalero


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El acto del buen hablar y escribir se está perdiendo en Guatemala, se perdió a pasos agigantados la sobriedad del lenguaje escrito y oral, se le dio paso a la chabacanería y al desdén por la ortografía; fenómeno que se observa desde hace unos veinte años con la invasión masiva de telenovelas.

Fernando Mollinedo C.
mocajofer@gmail.com


Tal circunstancia, se enraizó, se experimenta, en las generaciones que ahora cuentan con menos de cuarenta años de edad, de esa cuenta, vocablos que eran de uso coloquial ahora son parte, incuso del vocabulario oficial que utilizan varios funcionarios de Estado.

PROCAZ: “Del latín  procax, -acis. Adjetivo calificativo que significa Desvergonzado, atrevido.    ARRABAL   Del árabe  ar-rabad, el barrio de las afueras, fuera del recinto de la población a que pertenece, cualquiera de los sitios extremos de una población. DRAE.

En las continuas entrevistas que se les hacen a los funcionarios de gobierno (los de ahora y anteriores, en su mayoría) en sus respuestas y comentarios emitidos dejan ver su falta de cultura en cuanto que desconocen el significado de las palabras y por lo tanto su aplicación.

En las redes sociales circularon mensajes desafortunados  supuestamente escritos por funcionarios públicos; sin embargo, para “zafar bulto”, uno indicó que fueron las personas encargadas de su equipo de comunicación quienes lo escribieron; o presidentes que usan la palabra “haygan” en sus discursos; lo anterior deja al descubierto que por muy general, pastor, doctor, ingeniero, comerciante, o licenciada en comunicación que sea o se atribuya, o bien, que no importa cuántos millones de dinero tengan como producto de su “trabajo” político o religioso, están aún carentes de cultura general para expresarse; no importando incluso, los “doctorados” obtenidos por sus “relevantes” servicios a la patria.

Lamentable y denigrante fue la situación en que la vicepresidenta “regañó” a un ciudadano que de forma pública se atrevió a refutarla, de inmediato se sintió que el lenguaje del poder, aunque sea equivocado, imperó en una situación tan sencilla; y he allí el problema, porque los funcionarios CREEN que porque están en el ejercicio del poder, siempre tienen la razón y lo que dicen, hacen, creen, intuyen o se imaginan, “siempre es lo mejor”, no habrá quien piense mejor que ellos, y de allí derivan los actos arbitrarios.

Otro incidente de verdad lamentable fue cuando el Ministro de Trabajo le indicó con palabras soeces a una reportera de dónde salieron los recursos para hacer las compras que se hacen en dicho ministerio,  empleando para ello las palabras “Ah puta, todo lo que ve aquí cuesta pisto”; hay otros funcionarios inseguros de sí mismos que son dicharacheros para enmarcar de una  forma coloquial o cantinflesca lo que no pueden decir con un vocabulario sencillo y concreto; “de todo hay en la viña del Señor”. 

No cabe duda que los sueños de los funcionarios son estimulantes para ellos mismos; sin que logren percatarse del grado de descomposición al que han llegado y hasta qué extremos puede llegar la política conducida desde los efluvios de los narcóticos y por el espíritu servil de los políticos gobernantes.

El poder del poder, ensoberbece, las actitudes prepotentes presuponen una imposición de criterios dominadores con o sin razón; mirar por encima del hombro a quien no comparte criterios, descalificar a las personas sin conocerlas o por lo “que dicen” de ellas, son actitudes muy pero muy comunes  en quienes ejercen el poder gubernamental por vez primera hasta seis meses antes de entregarlo, cuando vuelven a ser amigables, cordiales y hasta simpáticos.  Pero la ofensa… ya está hecha. ¿Qué dirán los funcionarios de ayer y hoy destituidos?