El agua está en el inicio de la creación: la que narra la Biblia, la que postula la ciencia para la vida, la que cuenta el inicio del tiempo en el Popol Vuh. El agua es el alfa de la vida, sin agua llegará el omega. Las semillas en el campo se vuelven vida en el momento que se colman de lluvia. Cualquier venado en la Tierra busca un río, una laguna, una aguada o un pequeño charco para beber y encender su veloz carrera a través de la sabana o el bosque.
El agua es el clima del útero materno que fue nuestra primera casa. El agua es la lágrima recorriendo el rostro de una sirena que una niña pintó sobre madera. El agua está en la leche materna, en los mocos del bebe, en el sudor de la familia campesina trabajando. Benditos los ojos humanos que son testigos del nacimiento de un arroyo en la montaña, del correr tempestuoso de un río ancho, limpio, color verde esmeralda que se deja caer entre las rocas a través de una catarata. Maravilloso espectáculo es la gota de rocío en la punta de una hoja de maíz entre la milpa. Un regalo de la naturaleza es cada gota de agua jugo que se derrama al morder un durazno, una manzana, un mango, una sandía. Milagro cultural son las onzas de agua que se mezclan con chiles, tomates, cebollas y condimentos para cocinar caldos, sopas, recados, moles, pepianes. El agua es cosa sagrada y cotidiana a la vez. Es la vida de cada día.
Siendo el agua elemento fundamental para la vida de cualquier cultura y pueblo del mundo, hoy se ve en peligro por visiones y actitudes que la reducen a mercancía y activo productivo. Desde la visión capitalista del mundo, el agua sólo tiene valor cuando genera ganancia. El agua, en esta perspectiva, no tiene importancia como generadora de vida y de cultura. Por lo mismo, el tema de la contaminación de los cuerpos de agua se vuelve asunto del capitalismo sólo cuando impacta en la tasa de ganancia.
Asistimos en los territorios rurales de todo el mundo, al avance de grandes proyectos extractivos y de generación de energía. América Latina en particular, es lugar de avanzada del gran capital transnacional, para instalar proyectos de muerte como la minería a cielo abierto, grandes hidroeléctricas, extensas plantaciones de monocultivo, mega carreteras. Para fortuna de toda la especie humana, miles de comunidades resisten y defienden su lugarcito de vida, su territorio. En todo el continente los pueblos rurales, campesinos, indígenas, e incluso poblaciones urbanas le dicen “no” a la instalación de estos proyectos. En Guatemala se han realizado 65 consultas municipales impulsadas por las comunidades, en las que de forma rotunda y contundente han manifestado su desacuerdo con proyectos mineros o hidroeléctricos. El argumento principal de las pobladoras y pobladores es el peligro inminente de contaminación de las fuentes de agua: “si se acaba el agua, se acaba todo”.
El agua es pues objeto sagrado y cotidiano, pero a la vez es un elemento en disputa. La lucha por el agua es un cuadrilátero, no entre técnicos y rudos, pero sí entre proyectos de muerte asociados al capitalismo y proyectos de vida ligados a la reproducción de los pueblos y la construcción de vida buena para todos y todas. ¿Aplaude usted desde el graderío del coliseo a alguno de los sujetos y su proyecto? ¿Relevos australianos? Mientras termina usted de leer estas letras, busque una manzana o una mandarina en la canasta del mercado, muérdala y agradezca ese chorro de jugo agua que baja hasta sus labios.