Cuenta el clásico filósofo de Derecho, Rudolf Stammler, en su obra El juez, que:
“En las faldas de una colina alzábase, desde tiempos remotos, un espléndido templo. Se le divisaba desde muy lejos. Piedras bien talladas servíanle de cimientos y líneas firmes y armoniosas de su fábrica se erguían gallardamente.
Sabios sacerdotes velaban, en el interior, por su cometido de guardar el templo y atender el servicio. Desde lejanas tierras, acudían en tropel los peregrinos a implorar ayuda. Y quien se sintiese solo y abandonado, salía de allí siempre fortalecido con la clara conciencia de que a cada cual se le adjudicaba con segura mano lo suyo y de que el fallo era cumplido inexorablemente.
Tal fue el Templo del Derecho y de la Justicia.
Pero, entre los hombres comenzaron a despertarse otros afanes. La codicia de obtener ventajas materiales para sí y para los suyos se antepuso a todo, y los fallos sagrados del Templo ya sólo se buscaban para cubrir las apariencias. Las normas de conducta que de él irradiaban seguíanse tan sólo en contados casos, cuando así cuadrada a los designios de la multitud. Los fallos del templo se iban posponiendo a las propias aspiraciones subjetivas, en el empeño de erigir éstas en medida y rasero de todas las cosas.
La afluencia de peregrinos al Templo era cada día más escasa. Sus servidores, preocupados, se reunieron para buscar el modo de poner remedio al mal. Y entonces, se vio que no era posible encontrar los medios para mejorar y corregir la situación creada mientras no existiese claridad acerca de los pensamientos fundamentales que se trataba de perseguir y asegurar. “Mientras no sepa -se expresó uno, invocando las palabras de Platón- qué es lo justo”, me hallaré muy lejos de “saber si es o no una virtud y si quien la profesa es un hombre bienaventurado o malaventurado”.
Quien haya leído El Proceso de Kafka, percibirá que desde hace algún tiempo ha sido un problema para el ser humano eso que se llama proceso o método para dirimir controversias. Se enmarañan tanto las cosas y con la arbitrariedad al máximo, quizá es verdad que ese templo del que habla Stammler, se haya en ruinas como el Partenón o los templos de la antigua Roma.