El Inventor


Ren-Arturo-Villegas-Lara

No se puede negar, salvo que incurramos en una necedad, que en la vida social común existe una constelación de genios para muchas cosas. Cuando Mateo Flores ganó la maratón de Boston, nadie daba por sentado que un alimentado con tortilla y frijol dejaría atrás a los atletas de otros países más igualitarios. Lo mismo pasó con Teodoro Palacios, noble garífuna de nuestra multiculturalidad; y recién el caso de Barrondo, que ganó la primera medalla olímpica para Guatemala, y prestos han estado los aprovechados de los éxitos ajenos para sacar su tajada.

René Arturo Villegas Lara


De esa conducta está llena esta Guatemala que dejó retratada Pepe Batres Montufar en “Las Falsas Apariencias”. Cuando vivía el doctor Arévalo, aspirantes a presidente de la Nación le visitaban para tomarse una foto con él y después utilizarla en sus aspiraciones, aunque antes formaban fila para recibir a la liberación. ¡Pues bien! En ese mundo común existió en mi pueblo un genio que se quedó en estado embrionario. Se llamaba Félix, y aunque no tenía los ojos zarcos,  en la escuelita primaria de mi pueblo sus compañeros de grado le llamábamos “El Gato”, por una tira cómica en donde un gato se llamaba Félix. Félix tenía un impedimento en la pierna derecha y por eso usaba  bastón. En ese tiempo era usual que por las calles anduvieran chuchos con rabia; pero, Félix no tenía nada que temer porque de un bastonazo  podía  terminar con cualquier chucho que lo quisiera morder. De las distintas materias que nos enseñaba el mismo maestro de grado en la primaria, a la par de Moral y Urbanidad, estaba la de trabajo manual. Y en esta última,  Félix era siempre el mejor; el genio natural, y a quien las ternas de fin de año siempre le ponían un 10, que hoy equivale a un 100. Para matemáticas, ciencias naturales, geografía o historia, Félix no se quedaba atrás. Pero, lo mejor eran sus trabajos manuales, que los maestros exhibían con orgullo cuando organizaban la exhibición de trabajos escolares a finales de octubre, aprovechando la llegada del Inspector de Educación que venía de Cuilapa. Una vez utilizó el mecanismo de un reloj de cuerda, de esos que tenían despertador, y fabricó una rueda de caballitos hechos de papel mojado y pintados con todo primor. Los caballitos subían y bajaban como los de verdad, como los que todos los años llegaban a las ferias de Taxisco, de Guazacapán o  de Chiquimulilla.  Una vez nos deslumbró con un aparato de cine. Utilizó una caja de zapatos, desarmó un reflector con todo y baterías y le puso un carrizo de hilo 10, en donde enrollaba algunos metros de cinta que sobraba de las películas que pasaba el cine mudo de don Ramón Alemán  o el sonoro de don Tono Morales. Don Tono  pintaba con letras negras las carteleras de las películas que exhibiría por la noche y era muy original al invitar a los aficionados al Cine Morales, con leyendas como: “Hoy habrá Película hablada, de mucha acción, muchos balazos y buenos vergazos”.  En esos cines, Félix conseguía sus películas y entonces nos reuníamos en el aula, cerrábamos puertas y ventanas y Félix nos deleitaba por algunos segundos con figuras que se delataban en la pared y se movían como en el mejor cine del mundo. Cuando fabricó un caleidoscopio, le puso un montón de vidrios y piedritas de diversos colores, de esas que se recogen a la orilla de los ríos, y entonces se formaban unas figuras apropiadas para que el mejor joyero del extranjero hiciera montajes de singular belleza y simetría. Una vez transformó una lanchita de lámina que le regalaron para Navidad, le adaptó una pequeña caldera y el agua la calentaba con un cabito de candela, haciendo que surcara las aguas de la pila que había a la orilla del mercado, como si fuera una máquina de vapor. Un día organizó una orquesta soplando  peines de distinto tamaño para dar la escala cromática.  De repente, Félix y su familia se fueron del pueblo. Nuca más volvimos a saber de él y a sus compañeros de infancia sólo nos quedó el recuerdo del niño  inventor que en otras latitudes pudo ser un Edison, un Lumière o un Fulton. Pero, no en estas tierras carentes de oportunidades.