Me parece que el intelectual es, entre tantas cosas que se puedan decir de él, un insatisfecho por naturaleza. Su rebeldía es congénita y natural, aunque bien puede ser adquirida en el camino. Los libros de hecho, los estudios, van haciendo que el pensador tome distancia del mundo y se vuelva escéptico e impenitente al mismo tiempo.
Es por esta razón que el poeta no guarda fidelidades. La palabra le es desconocida a menos que se aplique a la lealtad a sí mismo. El escritor es fiel sólo a sus principios, a su visión de vida y a su vocación contestataria. Es reaccionario por naturaleza. No puede casarse con ideología alguna. Lo propio del intelectual es separar la paja del trigo.
Un pensador no puede ser parte del “statu quo†porque sería la primera evidencia de su falsa identidad. El intelectual al servicio de una ideología es un lobo vestido de oveja, un falso profeta. Lejos de pensador libre y con vocación al infinito, sería un gánster, un mercenario. Su quehacer es predecible y sus aspiraciones manifiestas. Se conocen sus amos por la defensa oficiosa de su pluma.
El poeta es un condenado, el escritor un maldito, el filósofo un leproso. La intelectualidad apesta, su presencia es siempre molesta. No puede ser de otra manera, ¿quién puede resistir una lengua con filo, plumas que cortan como espada y declaraciones siempre ominosas y detestables? El castigo del hombre libre siempre será la horca, la cruz y el destierro.
Así ha nacido: maldito. Por eso algunos abjuran de su llamado auténtico y ponen su saber al servicio de los grandes. Fundan universidades y se transforman en profesores de prestigio. El sistema los bendice, les erige altares y los canoniza. Son ellos quienes alcanzan la gloria de Bernini, los demás terminan en el olvido, sus publicaciones, quemadas. No hay santos entre los malditos, ellos merecen, en la tierra, el olvido eterno, en la otra vida, el infierno.
Sin embargo, son los profetas los que han salvado al mundo. Los poetas, los preferidos de Dios. Nada se parece más a la vida postrera que los dibujos literarios de los poetas. El escritor imita al cielo cuando pone en evidencia las imperfecciones del cosmos. Nada es más teológico y sublime que lo producido por los pensadores. Lo demás es plano, paja y entretención.
Un país demuestra lo llano cuando abjura de sus poetas. Una nación es maldita cuando mata a sus intelectuales. Una sociedad está confundida cuando no valora a sus pensadores. Es esta falta de poesía en nuestras vidas la que nos hace optar por versos de mal gusto: el dolor de los niños, el sufrimiento de mujeres y el asesinato de quienes disienten de nosotros.