El Instituto Normal para Señoritas “Olimpia Leal” (INSOL), de Antigua Guatemala, es un plantel educativo que prestigia al magisterio nacional.
El 16 de junio pasado cumplió noventa y nueve años de su fundación. Estudiantes de todo el país y allende sus fronteras, se han formado en sus aulas, bajo la dirección de excelentes educadoras y prestigiados catedráticos y ya como maestras, han dado lustre al magisterio y formado –a la vez– a centenares de niños en los cuatro puntos cardinales.
La necesidad de contar con un Instituto de Segunda Enseñanza para las señoritas se hizo sentir en la vida antigüeña, de vieja y sólida cultura. Honorables vecinos aunaron sus deseos y esfuerzo hasta lograrlo. Sus nombres no pueden olvidarse. J. Fernando Juárez Muñoz, licenciado Juan José Pellecer, licenciado Francisco Muñoz Beteta, profesor Alberto Palomo, don Alfonso García, secundados por el entonces jefe político, general don José Barrios (alias chaqueta cuta).
Tomado en consideración el incremento que en el ramo de instrucción pública ha alcanzado el departamento de Sacatepéquez –según el acuerdo del Poder Ejecutivo del 16 de junio de 1915– se acuerda, “crear el Primer Año de Enseñanza Normal de Señoritas en la Antigua Guatemala” y se detalla el respectivo presupuesto.
Ese mismo día se ordena a la Administración de Rentas de Sacatepéquez que “erogue la suma de mil pesos, valor de los útiles escolares”, y “la suma de dos mil setecientos pesos, para la compra del mobiliario y útiles de comedor y cocina de la Escuela Normal “Joaquina”, que fue el nombre con el que inició sus labores. Toda obra al servicio público llevó el nombre de Joaquina, la madre del presidente licenciado Manuel Estrada Cabrera, que en esa forma honraba y reconocía su lucha maternal hasta hacerlo con su trabajo Licenciado en Ciencias Jurídicas.
Se confió la primera dirección a la profesora Felisa Martínez. A quien el Diario de Centro América reconoce que es una maestra competente, adornada con cualidades de inteligencia, de comportamiento modesto, bondadosa y sobre todo, con don de mando y práctica en la enseñanza. “Resalta El Diario de Centro América que recibió su título de Maestra de manos del Reformador General Justo Rufino Barrios, en tiempos cuando ya figuraban en el magisterio nacional maestras de la talla de “Trinidad Núñez de Rendón, Las Cediles, Concepción Santa Cruz, Rafaela del Águila, Las Batres Cliveller, Dolores y Tomasa Meza y otras de gratos recuerdos.”
Las labores del nuevo plantel se iniciaron el treinta de junio de 1915, en la casa de esquina en la segunda avenida sur y 8ª calle oriente, frente a la casa de don Federico Rosales y su esposa María Ramírez.
En las memorias de ese año encontré que “la casa que ocupa la Escuela Normal es bastante ventilada y con abundante agua, pero a pesar de ser tan ventilada, está húmeda, cuenta con nueve piezas, de las cuales una sola es de regular tamaño: no tiene luz eléctrica que es tan necesaria.”
Sucedió que los padres de familia, según la costumbre de la época, no permitían que sus hijas quinceañeras salieran solas a la calle. Debían de ir siempre acompañadas de una persona mayor. Un hermano o una tía y en caso remoto de una persona de la servidumbre. Por consiguiente, se negaron a enviar a sus hijas a la naciente Escuela Normal.
Ante esa situación, el Jefe Político llamó seriamente la atención de los padres de familia y les amenazó diciéndoles que si no enviaban a sus hijas a la nueva Escuela Normal, las medidas que iba a tomar irían acompañas de prisión. Temerosos los padres de familia empezaron a ceder un poco en el rigor del comportamiento hacia sus hijas y las enviaron a estudiar, casi –podríamos decir– en contra de su voluntad y menos convencidos con romper una tradición tan arraigada en la sociedad de entonces. Una señorita sola en las calles antigüeñas, era mal vista y el comentario se extendía a la familia.
Esa es la razón del porqué fueran pocas las alumnas inscritas en el primer año de labores.
Cinco alumnas se examinaron en el primer año, quienes son, a la vez, las cinco columnas sobre las que se levanta y sostiene la Escuela Normal que hoy, a noventa y ocho años de distancia, acumula un rico pasado histórico-pedagógico envidiable y que cada año es honrado y enriquecido con las nuevas promociones de maestras.
El nombre de esas cinco valientes y decididas alumnas, quienes rompiendo viejas costumbres, se lanzaron en procura de un brillante porvenir y que las autoridades del INSOL las deben de destacar para ejemplo de las futuras generaciones, de que los obstáculos vistos como impedimentos son susceptibles de ser vencidos, cuando la tenacidad y el anhelo de superación son superiores a los que impide realizarlos.
Sus nombres deben de figurar en un sitio especial: Alicia Barillas, María Gándara, Olimpia y Elisa Leal y Adela Moreira. Todas culminaron su primer año de estudio con notas sobresalientes.
El Instituto se distingue actualmente con el nombre de “Olimpia Leal”, una de las primeras egresadas con brillantes notas académicas y después de una fecunda labor magisterial, en el mismo Instituto, que enaltece tanto al plantel donde se formó, como al Magisterio Nacional. Fuera de sus cualidades personales venidas de un recio tronco familiar, muy apreciado y distinguido en la sociedad antigüeña. Honor por demás merecido.
La vida pedagógica del INSOL es muy rica y siempre ha ido de la mano del Instituto Normal para Varones de la Antigua Guatemala (INVAL). Para la sociedad antigüeña ambos planteles son dos joyas que la enorgullecen.
En el argot estudiantil son las normas. La primera reina de los estudiantes invalistas, Graciela Menéndez, era del INSOL, como lo fueron las damas de su corte de honor. Para los invalistas, las normas son el jardín afectivo en donde siempre nace la que será su reina, no solo estudiantil, sino del afecto.
Y los actos culturales se enriquecen con su presencia, porque sin normas, todo palidece. ¿Quién que pasó sus mejores años de la vida –en ambos planteles– no guarda un recuerdo que lo envuelva la nostalgia o le arranque un suspiro?
La vida paralela de ambos planteles educativos refuerza cada día la formación magisterial y el vínculo se aferra porque varios catedráticos imparten clases en los dos centros educativos.
Las autoridades educativas del INSOL siguieron con acierto los pasos de las autoridades del INVAL al reconocer al exalumno distinguido con una medalla en el inicio y una Orden en nuestros días. La Orden “Antonio Larrazábal” es en nuestros días una alta condecoración que se otorga en agosto de cada año. El INSOL, también instituyó la medalla “Olimpia Leal” para condecorar a la ex alumna distinguida.
En este 98 aniversario y para que sirva de aval a su rico pasado histórico pedagógico y como una muestra evidente de que la Escuela Normal no debe de morir por una imposición personal, voy a consignar el nombre de las exalumnas que han sido distinguidas con la medalla “Olimpia Leal” y que nadie puede negar su aporte a la educación nacional.
Esta carta de presentación no puede ser mejor. El INSOL tiene bien ganado su sólido prestigio académico y por más malabarismos de poder que intenten opacar la fecunda labor de la educación media y demolerla, se estrellan contra las columnas jónicas que la sostienen y las murallas de Jericó que la protegen.