El idealismo de El Che


Ernesto Guevara, más conocido como El Che, cumplirá este lunes 40 años de su asesinato. Su imagen ha sido el arquetipo del héroe revolucionario, el idealista, el poeta de la Revolución y, sobre todo, una de las inspiraciones actuales de Cuba y de Latinoamérica.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Su constante lucha, su sensibilidad, y su fe en la vida y en la libertad, han sido las caracterí­sticas que lo han marcado; la Guerra Frí­a, la resistencia de Latinoamérica estuvo muchas veces abanderada con el rostro de El Che, especialmente esa fotografí­a famosa que Korda le tomó, con su boina y su vista al cielo.

Sin embargo, su imagen, y especialmente esta fotografí­a, ha sido banalizada y adscrita a la globalización, al mercadeo y al consumismo. Su imagen ha sido manipulada para vender playeras, relojes, calcetines y pañuelos, confundiendo su simbolismo con una rebeldí­a absurda y sin ningún porqué de los jóvenes (y de algunos adultos también), que lo elevan en un pedestal como si fuera un artista de rock.

Pero, pese a ello, El Che Guevara sigue siendo el arete del idealismo, de la revolución pura, del hombre que da sin pedir nada a cambio, y que da, incluso, su vida (y también su muerte) en defensa de la justicia y en contra de la opresión.

No se vive para hablar de la Revolución, ni mucho menos para lucrar con ella. Por eso, es tan importante rememorar la muerte de El Che, hace 40 años en Bolivia, intentando ampliar la revolución cubana a ese paí­s.

Recuerdo especialmente esa carta de Eliseo Reyes Rodrí­guez, más conocido como Capitán San Luis, que le escribió a su esposa cuando partió con El Che a Bolivia; presintiendo que no volverí­a, le escribió «El dulce abismo», que Silvio Rodrí­guez musicalizarí­a después, y que hoy dí­a el pueblo cubano lo está usando como estribillo para la liberación de los Cinco.

Por cierto, ni el Capitán San Luis, ni El Che regresaron a Cuba. El dulce abismo es la muerte, pero únicamente cuando la vida se vivió con justicia y con lucha.

El dulce abismo

Amada,

supón que me voy lejos

tan lejos que olvidaré mi nombre.

Amada,

quizás soy otro hombre

más alto y menos viejo

que espera por sí­ mismo

allá lejos,

allá trepando el dulce abismo.

Amada,

supón que no hay remedio

remedio es todo lo que intento.

Amada,

toma este pensamiento

colócalo en el centro de todo el egoí­smo

y ve que no hay ausencia para el dulce abismo.

Amada,

supón que en el olvido

la noche me deja prisionero.

Amada,

habrá un lucero nuevo

que no estará vencido de luz y de optimismo

y habrá un sinfí­n latente bajo el dulce abismo.

Amada,

la claridad me cerca

yo parto, tú guardarás el huerto.

Amada,

regresaré despierto

otra mañana terca de música y lirismo

regresaré del Sol que alumbra el dulce abismo.