Sucedió en Babilonia, en tiempos del Rey Nabucodonosor. Babilonia llegó a ser el centro cultural y religioso original de la baja Mesopotamia. Fue hasta el año 1728 a.c., que el rey Hammurabi ordenó poner por escrito las leyes consuetudinarias que regían la vida de sus habitantes y de esa forma, evitar la aplicación de las normas según el capricho, su conveniencia e intereses de los jueces, faltando a su integridad de impartir justicia.
Su principio fue “disciplinar a los malos y evitar que el fuerte oprima al débil.” El Código fue severo. Impuso la pena de muerte para castigar a los delincuentes, se resaltó la fidelidad de la mujer y el adulterio se castigó con la lapidación en público. Se aplicó la ley del talión: ojo por ojo y se le tiene como el primer código escrito de la historia.
La ciudad de Babilonia fue ciudad amurallada intramuros y es famosa por sus jardines colgantes, considerados una de las Siete Maravillas del Mundo antiguo. Fueron un regalo del rey Nabucodonosor II a su esposa Amytis en demostración de amor.
El libro del profeta Daniel (13, 1-64) relata que “Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Estaba casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la Ley de Moisés. Joaquín era rico. Tenía un jardín y una alberca junto a su casa, y los judíos acudían donde él, porque gozaba de gran estima entre todos”.
La belleza y los encantos que adornaban a Susana, deslumbraban y despertaban la codicia en los varones que no podían reprimir su contemplación. Susana acostumbraba pasear por el jardín ante la mirada oculta de sus admiradores.
Fueron escogidos por el pueblo, dos ancianos para desempeñarse como jueces. Visitaban a menudo la casa de Joaquín y a ellos se les encargaba ventilar cualquier pleito. Eso les permitió admirar de cerca a Susana y prendarse de ella. Así empezaron a desearla “olvidándose de mirar al Cielo y de sus justos juicios”. La pasión por Susana aumentaba sin que uno se lo comunicara al otro. Pero fue tal el fuego pasional que les devoraba por dentro que no pudieron ocultarlo.
Olvidaron que los jueces tienen que ser íntegros, probos y justos. Los arropó la corrupción que más les importó ante su alta investidura. Se encontraron cada quien espiando a Susana cuando paseaba por el jardín y se confesaron la pasión que cada uno sentía por ella. Así urdieron un plan para sorprenderla a solas, cuando tomaba el baño en la alberca de su jardín.
Susana llegó acompañada de sus sirvientas jóvenes que llevaban el jabón y el perfume. Les ordenó que cerraran las puertas del jardín y se retiraran, sin imaginarse que los dos jueces viejos la acechaban escondidos entre las matas.
Idos la servidumbre, los dos ancianos sorprendieron a Susana desnuda y le dijeron: “las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros estamos llenos de pasión por ti, consiente y entrégate a nosotros, si no lo haces, juraremos que un joven estaba contigo y por eso despediste a tus criadas…”
Susana se sintió indefensa ante la arremetida violenta de los dos jueces y entre gemidos exclamó: “Si consiento, es como morir; si no consiento, no me libraré de las manos de ustedes. Prefiero caer en manos de ustedes sin pecar antes que pecar delante del Señor.” Y se puso a dar de gritos para alertar a la servidumbre y lo mismo hicieron los dos jueces viejos para justificar su fechoría. Uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín.
Cuando llegó en su auxilio la servidumbre, los dos jueces viejos se apresuraron a explicarles a su modo lo sucedido. Que sorprendieron a Susana en adulterio con un joven que al oír sus gritos, huyó a toda prisa por la puerta del jardín, sin reconocerlo ni poderlo detener porque era físicamente más fuerte que ellos. Los criados quedaron avergonzados porque antes no se había dicho cosa semejante de Susana.
Los dos jueces viejos se apresuraron a contarle al pueblo lo que –según su versión- vieron. Las leyes contra la infidelidad eran severas. Y Susana a pesar de proclamar su inocencia, fue condenada a muerte por lapidación. La sentencia era irrevocable y debía de cumplirse.
La lapidación consiste -aún en nuestros días- en sepultar en la tierra medio cuerpo de la persona sentenciada, vendarle los ojos y lanzarle piedras de cualquier tamaño hasta morir.
Cuando llevaban a Susana atada de manos y a empujones y el pueblo armado de piedras en ambas manos, por las calles de Babilonia para cumplir la sentencia, salió a su paso el joven profeta Daniel. Al escuchar los gritos de inocencia que proclamaba Susana, mandó detener la comitiva y con autoridad preguntó qué era lo que sucedía. Los jueces viejos le relataron lo que vieron. De inmediato –por iluminación divina- intuyó que se había levantado un falso contra ella. Con esa seguridad, mandó volver la comitiva al tribunal y ordenó que separaran a un juez del otro, porque él los iba a interrogar.
Llamó al primero y le preguntó “si tú lo has visto, dinos debajo de qué árbol los viste entretenerse juntos” El juez respondió: debajo de una acacia.
Mandó a traer al segundo y le hizo la misma pregunta. El juez, para confirmar lo que vio, respondió con seguridad “debajo de una encina”
Aclarada por Daniel la mentira en la que se basaba una falsa acusación, la asamblea se abalanzó contra los dos jueces viejos y les dieron muerte para cumplir la Ley de Moisés. “Ese día se salvó una vida inocente” y los familiares de Susana lo celebraban con alegría de que no se había hallado nada indigno en ella. El honor de una mujer estaba a salvo.
Ahora invito al lector para que juntos visitemos la ciudad de Valladolid, España y sentados en uno de los bancos de la Plaza de los Ciegos, recordemos una leyenda similar a lo que narra el Libro de Daniel, que ronda en su entorno y que la modernidad ha olvidado.
Antes conozcamos un poco la ciudad. Valladolid remonta sus orígenes de Villa al siglo VIII a. de C., y su origen etimológico más aceptado es ser “valle de olivos”. La atraviesan los ríos Pisuerga y Esgueva. Su época de esplendor fue durante el reinado del monarca leonés-castellano Alfonso VI. En Valladolid celebraron sus bodas matrimoniales Alfonso X el Sabio con la Infanta catalana Violante de Aragón y la de Fernando Príncipe de Aragón con Isabel, Princesa de Castilla, conocidos como los Reyes Católicos que unificaron los dos reinos más poderosos de la península.
Fue también Corte de los Reyes y en un momento Capital del mundo hispánico al tener su sede el Consejo de Indias. En ella fallecieron Juan II de Castilla y el Almirante Cristóbal Colón y tanto Magallanes como Sebastián Elcano firmaron las Capitulaciones para darle la vuelta al mundo.
Fue sede de la Chancillería o Tribunal Supremo de Justicia. Su Estudio General fue elevado a la categoría de Universidad con bendición pontificia. Nacieron los Reyes Felipe II y Felipe IV. Se levantaron para la nobleza palacios y casas blasonadas. Cervantes estuvo preso en su cárcel involucrado en la muerte de Gaspar de Ezpeleta y José Zorrilla y Moral, le puso encanto, romanticismo y vuelo poético al parlamento de don Juan Tenorio, en procura de conquistar el corazón de doña Inés. En los tiempos actuales, Miguel Delibes legó para la posteridad, más de cincuenta obras literarias.
En la Edad Media vivían en santa paz, armonía y respeto, judíos, árabes y cristianos. Cada quien en su jurisdicción urbana, pero en la vida cotidiana se mezclaban sin recelo.
Vivía en la aljama o la judería un judío potentado llamado Salomón, viudo y padre de Susana su única hija. Su mansión estaba engalanada con un jardín donde florecían rosas, mirtos y geranios. Tenía, además, una alberca cubierta de mármol y azulejos.
Susana fue favorecida físicamente con líneas esculturales dignas para ser copiadas por un hábil escultor. Las facciones de su cara eran las de un ángel venido a la Tierra. En sus ojos brillaban las estrellas y de sus labios finos se escapaba –con cierta coquetería- una sonrisa. Sus manos y sus pies, parecían hechos de alabastro. Estaba en la flor de su pujante juventud.
Su belleza no pasó inadvertida cuando se desplazaba por la aljama, por lo que su admiración, y su codicia, tampoco se escapó de cuantos la veían.
Tres ricos comerciantes judíos y un rabino, quedaron prendados de su belleza y urdieron la estrategia de aprovecharse de ella cuando se bañara en la alberca de su jardín. Esperaron con paciencia. Una mañana de verano apareció Susana en el jardín rumbo a la alberca. En la medida que se quitaba sus prendas, el fuego de la pasión que les quemaba las entrañas aumentaba y se tornó incendio cuando la vieron totalmente desnuda sumergirse en las frescas y perfumadas aguas de la alberca.
La tentación superó a la prudencia y a un solo impulso, saltaron las tapias del jardín. Cuando vieron de cerca toda su belleza y los encantos que los turbaba, sorpresivamente vieron la luz de un relámpago y escucharon el estruendo de un rayo que de inmediato los privó de la vista.
En un recodo, frente a la mansión del rico Salomón, había una placita donde los cuatro ciegos, sin olvidar la belleza de Susana y la codicia que los impulsó en intento de aprovecharse de ella, pedían limosna y arrepentidos contaban el por qué del castigo de su ceguera.
Cada ciudad tiene su historia, sus costumbres, sus recuerdos y sus leyendas. La mejor forma de conocer a una ciudad es desde el sitio y la situación. Muchos hechos y leyendas se pierden en la relación oral al correr del tiempo. Pero es un gozo para el investigador, cuando las encuentra reposando en los anaqueles de las viejas bibliotecas.
Mario Benedetti nos regala esta reflexión: “Todo se hunde en la niebla del olvido… pero cuando la niebla se despeja, el olvido está lleno de memoria”.
Los vallisoletanos quisieron conservar esta leyenda, donde los enamorados de Susana pedían limosna, llamando al sitio “La Plaza de los Ciegos”.